El próximo domingo 6 de diciembre se celebrarán elecciones parlamentarias en Venezuela.
A pesar de la agresiva campaña de quienes equivocadamente promueven la abstención, millones de venezolanas saldrán ese día a votar, yo entre ellos.
Desde muy joven milito en Acción Democrática y mi incorporación fue resultado de un hecho electoral. Estudiante de bachillerato entonces, ante ruido de cohetes y música, me asomé a las puertas de mi casa de San Agustín en Maracay a averiguar que sucedía para mirar asombrado a una alegre multitud vestida de blanco a la cabeza de ella el entonces candidato presidencial Carlos Andrés Pérez que pasó raudo saludando brazos en alto. El enamoramiento fue instantáneo y movido por un impulso me incorporé a la caminata y por primera vez me llamaron compañero.
Como no tenía edad para votar en esa mi primera campaña electoral ayudé en lo que pude: repartí volantes, toqué puertas en la avanzada de las visitas casa por casa para que los dirigentes que venían detrás hablaran con sus habitantes, coreaba consignas y hasta trepado en una cornisa en mi liceo me lancé un discurso contra el presidente Rafael Caldera que tiempo después sería mi compadre y contra los copeyanos en el gobierno. El 9 de diciembre llegué de madrugada a la casa del partido y durante horas me dediqué a empacar y a cargar cajas con la comida para nuestros testigos de mesa convencido que mi contribución era importante para que miles no se movieran de los centros de votación. Aún recuerdo que lloré de alegría cuando Venevisión anuncio el resultado: los adecos barrimos y Pérez se convirtió en Presidente.
El azar me aventó a Monagas. Quería estudiar ingeniería del petróleo y solo por llenar correctamente la planilla de OPSU marqué como última opción la Universidad de Oriente. Mi sorpresa fue grande cuando revisando el listado de asignados me correspondió la UDO en el núcleo de Maturín.
En vísperas de marchar para iniciar estudios, mi mamá haciéndome el equipaje me dió dos tarjetas: una era del hijo de uno de mis héroes de entonces, el heladero de la esquina, que había sido electo concejal y la otra del vecino Apitz. Palabras más, palabras menos, mamá me dio una orden: “No más llegar te buscas al secretario general del partido y le entregas esta tarjeta del hijo de Pipo y al presidente de la Asamblea Legislativa de apellido De Lima la del vecino que son buenos amigos además de compañeros”. Obvio que hice caso porque una orden de mi mamá no se discutía y tan pronto me inscribí en la Universidad me fui la casa distrital a ponerle a la “orden del partido” y en el palacio legislativo a su presidente.
En AD encontré una familia y en el hijo de De Lima un hermano.
Aprendí mucho en el partido en aquellos tiempos en los cuales se privilegiaba la formación de los muchachos: conocí su historia, doctrina, realizaciones y de adeco por emoción me convertí en adeco por convicción. Junto a mi cama en las distintas pensiones donde viví estudiante siempre estuvo una fotografía enmarcada de Leonado Ruiz Pineda, votando. El mismo Leonardo que en octubre de 1952 bañó con su sangre una calle de San Agustín, este del sur en Caracas, cuando se dirigía a una nueva jornada con cuadros clandestinos de la organización promoviendo el voto contra la dictadura militar que padecía Venezuela enfrentado a la dirección nacional en el exilio que llamaba a la abstención. El asesinato de Ruiz Pineda indignó a la nación y seguramente influyó mucho para que el propio Rómulo Betancourt rectificara y ordenara desde el destierro a la militancia adeca votar contra la tiranía, aunque no existiese garantía alguna.
Y es que AD no podía actuar y no lo hizo de espaldas a los principios que le dieron origen, el más importantes la defensa del voto popular.
Cuando Rómulo Gallegos fue candidato de todas las fuerzas democráticas, enfrentado al segundo heredero del déspota Juan Vicente Gómez, no tenía ninguna oportunidad. El sucesor de López Contreras debía ser designado en una elección de tercer grado por un congreso nombrado por legisladores y ediles producto de unas votaciones donde solo podían participar los hombres mayores de 21 años, que supieran leer y escribir y con ciertos medio de fortuna. Las mujeres, los jóvenes, los analfabetos, en un país donde la gran mayoría lo era, y los que no tenían dinero no contaban.
El autor de Dona Bárbara fue denominado candidato simbólico, un chusco hoy lo llamaría sin chance, pero se tomó en serio su candidatura como también sus promotores. Recorrieron el país exigiendo cambios políticos, económicos y sociales, reclamando el voto universal, organizando y motivando.
Congregaron multitudes e infatigables llevaron el mensaje a cada rincón de Venezuela, Al final obtuvo trece votos; si trece votos no me equivoqué escribiendo, Don Rómulo Gallegos en la elección que perdió contra Medina Angarita en 1941 obtuvo trece votos, 13, pero cumplió el objetivo de desenmascarar el sistema y preparar las condiciones para que solo cuatros años después Acción Democrática arribara al poder y sembrara las bases del primer régimen de democracia plena en Venezuela desde la independencia.
Perdí la cuenta de las miles de veces que en mi ascendente desempeño en el “Partido del Pueblo” proclamé orgulloso que Acción Democrática conquistó el voto para las mujeres, los jóvenes y los analfabetos, que el voto era el instrumento fundamental de la transformación que en nuestros gobiernos había experimentado Venezuela, que votando habíamos ganado la confianza popular una y otra vez, que con el voto y no con balas, que con votos y no con botas el pueblo se hacía escuchar.
Y en correspondencia con mis creencias voté una y otra vez siempre blanco con excepción de la última elección, la de gobernadores, que voté en la tarjeta verde ya que COPEI era el principal postulante del candidato de la oposición unida de Monagas. No para afincarme sino solo para precisar: un COPEI cuya dirección nacional había sido designada por el TSJ tras la intervención de la anterior directiva y con un CNE que era bastante más peorcito que el actual y aun así el llamado de “los jefes” opositores fue a votar.
Lo he analizado mucho, he pensado horas y horas, me he cansado de leer mensajes y bastantes insultos en las redes –porque en las redes no se argumenta sino se insulta-, me he desvelado deshojando la margarita, de cara a las elecciones del próximo domingo: voto o no voto.
Hoy con orgullo afirmo: el próximo domingo voto y voto blanco. Que no hay garantías suficientes, ya lo sé, pero si Gallegos hubiese esperado por garantías suficientes los adecos no exhibirían historia alguna, que el régimen aterroriza para impedir el libre ejercicio del quehacer partidista, no tienen que contármelo, pero si a Ruiz Pineda y Carnevalli y Valmore Rodríguez, y Droz Blanco y Pinto Salinas y Omaña y a los torturados y los exiliados y los presos de Guasina y Sacupana y los asesinados en Tunapuy y Tunapuicito, si el miedo los hubiese dominado frente a la implacable tiranía perezjimenizta seguro que ni ellos ni sus familiares hubiesen sufrido tanto pero Venezuela no mostraría infinitos logros en democracia, que hay ventajismo, por favor, y cuando ha sido distinto –además entre panas, es que acaso que cuando nosotros adecos mandamos no aprovechamos la ventaja de ser gobierno y a mí nadie me va a echar cuentos-.
Yo no sé si este y otros medios que me publican me va a censurar con lo que cierro y me “resbala” las críticas de más de un mojigato pero a quienes llegaron hasta aquí leyéndome quiero que sepan que yo no voy a perder mi voto, que yo no me voy a quedar el 6 de diciembre en casa meceandome en una hamaca o enviando twitter, que yo no voy a desperdiciar la oportunidad de expresarme, que no voy a dejar que unos catiritos, sifrinitos, bonitos, riquitos, que jamás han pisado un barrio, que no conocen a la Venezuela de tierra adentro, que no tienen idea de lo que sufre nuestra gente, que viven acomodaditos en el este caraqueño y más de uno tranquilito en el extranjero, que nos desprecian y lo digo sin duda alguna desprecian al pueblo adeco incluso a algunos desclasados que creen que son parte de esa elite mezquina, torpe y carente de formación pero que -Dios quiera que nunca sea así- a la hora que arrebaten el poder les darían una patada por el rabo, me manipulen y me impiden votar.
Pal’ coňo los abstenciones, no sean bolsas, reitero: Yo voto y voto blanco.