Lo inevitable y preciado en nuestras vidas: el miedo, el sufrimiento y el dolor

¿Podemos imaginarnos un país donde sus ciudadanos sean incapaces de sufrir? ¿Cómo tomaríamos decisiones sin que existiera miedo? 

Por: María Virginia Rojas*

Todos, como persona tenemos un mantra, una frase que ayuda a superar situaciones fuertes, haciendo muy difícil no afirmar que lo que no nos mata nos hace más fuertes, o más resistentes, o un poco más sabios. Hay «gloria en nuestros sufrimientos», promete la Biblia, “El sufrimiento produce perseverancia; perseverancia, carácter; y carácter, esperanza.” En esta ecuación, ningún dolor es demasiado grande para ser bueno. Las horas que pasamos mirando a la oscuridad, dando vueltas alrededor de nuestro gran premio personal de ansiedad, no son una pérdida de tiempo sino una expresión fundamental de nuestra humanidad. Y así. Ser persona es sufrir.

Pero, ¿qué pasa si nuestros peores sentimientos son solo basura vestigial? La hipervigilancia y el miedo punzante fueron útiles cuando la supervivencia dependía de la evasión de los leones; no son particularmente productivos cuando los depredadores son el cáncer, las faltas de libertades individuales o gobiernos autoritarios. Es posible que otros sentimientos insoportables, como la tristeza y dolor, nunca hayan tenido una función en el sentido evolutivo, pero la religión, el arte y la literatura nos han convencido de que son valiosos; la patada amarga que mejora la dulzura intermitente de la vida. Abstenerse a tomar una decisión por miedo a sufrir impide que atravesemos por los sentimientos más preciados del ser humano, la alegría, la gratitud, la misericordia, la hilaridad, la empatía y el bienestar.

En el pueblo venezolano hoy en día reina la desesperanza, el miedo y la decepción, la resignación ha estado presente en las cabezas del joven, adulto y anciano promedio. Hoy en día se enfrentan a la disyuntiva de ejercer o no su soberanía en las próximas elecciones parlamentarias. Múltiples políticos han recalcado su opinión acerca de todo este proceso, aconsejando el no ir a votar, debido a la persecución e inhabilitación de varios candidatos y partidos políticos, aunado al enfrentamiento atravesado desde el 2017, el cual hundió a los hogares tricolores en sufrimiento.

Si hoy en día, eres de los que prefiere abstenerse bien sea por resignación a esta situación o miedo a volver a ese dolor del pasado, debes saber que la privación de este derecho no trae consigo ningún cambio, así mismo lo anunciaba la presidencia de la conferencia episcopal venezolana este 11 de agosto: “Algo semejante pasó en diciembre de 2005, y no tuvo ningún resultado positivo. A pesar de las irregularidades, la participación masiva del pueblo es necesaria y podrá vencer los intentos totalitarios y el ventajismo de parte del gobierno.” Para defender a la democracia, es necesario encontrar una salida por medio del ejercicio de la misma.

Por otro lado, aunque los genetistas estudien acerca de la insensibilidad física, ningún hombre puede evitar el dolor emocional porque este demanda ser sentido y sin él, perderíamos nuestra cualidades más humanas, la compasión hacia otros, la misericordia y lo más importante, el amor. Alcanzar la felicidad implica sentir dolor, eso es lo que anhelan los ciudadanos de Venezuela. Cuando sucede algo malo, cada cerebro en particular busca de inmediato una forma de mejorar la situación, pero no se detiene en la infelicidad. Sin darse cuenta, tenemos caminos como seguir el credo de los estoicos (o de cada programa de recuperación de doce pasos) o aceptar las cosas que no puedes cambiar.

La solución a nuestros problemas no es evitar sentir dolor, de hecho, pensar en una sociedad donde no exista el dolor es utópico y escalofriante, sin este proceso, el cual implica el miedo, valores tan preciados y funcionales como la empatía no estarían presentes. En conclusión, aunque existan diversos obstáculos para ejercer tu voto este diciembre, este no es motivo para asumir una postura tan radical como abstenerse. A los venezolanos se nos han presentado mil y un obstáculos en la vida cotidiana, como lo son el proceso de adquisición de alimentos, realización de denuncias sobre la delincuencia o llenar el tanque de gasolina; sin embargo, cuando estamos convencidos de que queremos algo no le damos espacio al miedo. No debemos dejar que otra piedra en el zapato nos detenga de ejercer nuestra soberanía, la cual es tan importante como alimentarnos, transportarnos y expresarnos ante la sociedad.

 

* Cursante de Estudios Liberales de la UNIMET