Lidis Méndez: La batalla algorítmica en Venezuela

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No es un secreto para nadie que las redes sociales y las plataformas digitales son la principal fuente de información para millones de venezolanos, porque estas han emergido como una nueva ágora virtual donde se comparten noticias, opiniones, encuentros y desencuentros sobre los acontecimientos nacionales. El presente artículo tiene como fin considerar la influencia de los algoritmos de las redes sociales como sistemas donde se libran batallas “invisibles” para mostrar qué contenido se muestra a los usuarios y en qué orden. Indudablemente este hecho tiene un impacto significativo sobre los usuarios, la forma en que se perciben los eventos y la aceptación o rechazo de los actores políticos en Venezuela.

Estos algoritmos, están diseñados para maximizar el tiempo de permanencia en la plataforma y el engagement (medida en que los usuarios interactúan y se involucran con el contenido publicado), tienden a priorizar exponencialmente el contenido polarizado, sensacionalista y emocional que los usuarios eligen aprobar y compartir. En tal sentido, sesgan orgánicamente las publicaciones moderadas o los análisis objetivos, los cuales son eclipsados por las narrativas extremas que alimentan las divisiones existentes en la sociedad. Basta con analizar las tendencias, para observar cómo los usuarios quedan atrapados en el eco digital de sus burbujas ideológicas, reforzadas constantemente por el contenido que los “estrategas” políticos implementan en la batalla virtual por el poder real.

Es de conocimiento público que estos algoritmos pueden ser manipulados por actores políticos y grupos de interés para amplificar ciertos mensajes y narrativas, mediante la compra de anuncios segmentados, la creación de cuentas falsas o granjas de bots, pero la mayoría de los usuarios suelen ignorar este hecho, y aprueban o comparten publicaciones irracionales sin detenerse a reflexionar sobre la veracidad del contenido. Estos actores digitales pueden inundar las plataformas con desinformación y propaganda diseñada para influir de manera malsana en la opinión pública, sin que se percaten de ello.

En un país polarizado como Venezuela, donde la confianza en las instituciones y los medios tradicionales es baja, los algoritmos agudizan aún más las divisiones al alimentar percepciones sesgadas y realidades paralelas. Es un hecho lamentable que los ciudadanos queden atrapados en bucles de desinformación que refuerzan sus creencias preexistentes, sus esperanzas o incertidumbres, lo cual ha dificultado en parte, la construcción de un verdadero consenso.

Dadas las circunstancias actuales, los usuarios deben desarrollar habilidades de alfabetización digital y cuestionar activamente las fuentes y el contexto del contenido que consumen. Solo así podremos construir un ecosistema digital más sano que fomente el entendimiento mutuo y la resolución pacífica de los conflictos que nos afectan, en lugar de alentar la polarización y la desinformación.

El difícil acceso a medios tradicionales como periódicos, radio y televisión es muy limitado debido al control gubernamental y la censura. Muchos medios independientes han sido cerrados o han tenido que recurrir a la autocensura. Esto ha forzado a los ciudadanos a buscar información en plataformas digitales menos reguladas, pero las mismas también presentan sesgos informativos que afectan una percepción equilibrada de la realidad.

A pesar de las dificultades económicas, el uso de internet y dispositivos móviles ha aumentado en los últimos años; por lo tanto, las redes sociales continuarán siendo un acceso relativamente económico y rápido a noticias e información, por eso la “estrategia” de regularlas y diseñar leyes que garanticen un mayor control, también forma parte de esta batalla algorítmica.

Este desequilibrio comunicacional es producto del uso exagerado de la propaganda gubernamental como estrategia política, ha llevado a muchos venezolanos a desconfiar de la información proporcionada por los medios oficiales, al constatar que la realidad que viven en el día a día es distinta a la promocionada en los medios oficiales.

El usuario común se encuentra inmerso en una batalla ruidosa, tóxica, que le impide la mayoría de las veces decidir con objetividad, sumergidos en realidades paralelas, creen ciegamente en la desinformación que consumen en línea, las narrativas extremas, los insultos y las teorías conspirativas, mientras que los análisis objetivos y las voces moderadas apenas son vistas en su cuenta social.

Para concluir, es saludable reconocer que la polarización tóxica que vive Venezuela no es producto exclusivo de la asimetría y diferencias políticas enraizadas, sino también de la exacerbada dinámica emocional y virtual de los usuarios en las redes sociales. Si no abordamos este problema a tiempo, el sano debate democrático, necesario para garantizar la tan anhelada transición, está en riesgo de erosionarse antes de nacer. Es hora de repensar nuestro rol como ciudadanos en las redes sociales antes que los algoritmos comunicacionales terminen de fracturar las vías objetivas que pueden cristalizar un verdadero y legítimo proceso de negociación.