No me queda otra opción, visto lo que acaba de acontecer en Guatemala, donde un colega del humor está a punto de ser presidente de la República. Debo decir, como dice todo político que se respete: “La verdad, no quería hacerlo; no estaba entre mis proyectos vitales la ambición de poder; de hecho, no tengo otra ambición que la felicidad de la patria, pero si ella exige de mí este sacrificio, no me queda otra que asumir el reto” (aplausos prolongados). Yo no solo he estudiado Teología, como Jimmy Morales (el de Guatemala), en mi caso en ITER (Facultad de Teología de la UCAB), sino que además soy licenciado en Ciencias Políticas de la noble y digna UCV, con posgrado en el Instituto Venezolano de Planificación, del que salí con una especialización en Planificación y Gestión Gubernamental. Así es que si alguien reúne en Venezuela las condiciones de cómico y estadista —y me van a disculpar mis amigos y contendores Luis Chataing y Benjamín Rausseo— ese soy yo.
Hay una circunstancia personal que nunca he revelado y que coloca sobre mis hombros gran parte de la responsabilidad por la tragedia que el país vive y hace que pese sobre mi conciencia una carga de culpa que me siento obligado a resarcir con este lanzamiento. El hecho es el siguiente: quienes me conocen bien saben que nunca fue mi intención ser cómico, que la vida me trajo por estos derroteros y que siempre quise ser una persona circunspecta. En el año 1986, cuando me gradué, traté de buscar trabajo seriamente; fui incluso a la DIM (Dirección de Inteligencia Militar) —¿díganme si puede haber algo más serio que la inteligencia militar?—, donde un oficial vio mi currículo y me preguntó si yo alguna vez había sido militante de izquierda. Confesé que en bachillerato había sido presidente de un centro de estudiantes que resultó de una coalición entre el PRV de Douglas Bravo, del que yo era simpatizante, AD y Copei (mis excompañeros de la época pueden dar fe de ello, porque la noticia fue tan rara que hasta salió en El Siglo de Maracay). El oficial guardó mis papeles y, gracias a Dios, nunca me llamó. Desesperado, fui al Metro —no a intentar suicidarme, sino a buscar trabajo— pues había visto un aviso en el que solicitaban candidatos para el cargo de chofer de metrobús. Presenté mis papeles y me llamaron para la fase de entrenamiento. En el ínterin, mi profesor Andrés Stambouli me gestionó una beca para cursar estudios de planificación, lo que además de permitirme formarme en mi área, me salvaba la vida por un año entero. Fui a la C.A. Metro de Caracas a notificar —responsablemente— que no acudiría al entrenamiento. Vi una larga lista de nombres en la que tacharon mi apellido y llamaron al que estaba antes por la M. Sé que ese día, sin saberlo, cambié el destino de Venezuela. Pido perdón al país y lanzo mi candidatura para resarcir mi error.
La lista de ideas y proyectos que pienso impulsar es larga:
- Quiero institucionalizar el cambio de nombre del país. En cada mandato cada gobernante adjetivará a Venezuela con su proyecto particular. El mío será “República Bachaquera de Venezuela”. El bachaqueo será oficial, de modo que las ganancias vayan a las arcas del Estado. Habrá mercados con regulación, colas y escasez y otros donde se consiga de todo al precio que es; como en Cuba, pues.
- Todos los negocios ilegales, como el contrabando de combustible, pasarán a manos del Gobierno, dejando al sector privado solo el terreno de la legalidad. Si la venta de gasolina en Colombia es tan buen negocio, ¿por qué no expropiarlo? Los oficiales no recibirán sobornos, sino una comisión por gandola vendida del otro lado.
- En materia económica propiciaré el capitalismo más salvaje del que se haya tenido noticia, con sueldos de hambre, sin derecho a sindicatos ni huelgas. Es decir, lo mismo que hace el gobierno actual, pero en manos del sector privado y con la diferencia de que habrá que trabajar y los trabajadores recibirán comisiones de productividad con el lema “a cada cual según sus capacidades”.
- En el terreno de la seguridad, pondré al frente de Cavim al mismo que maneja la industria cementera, para que nadie pueda conseguir nunca más ni una sola bala o que sean tan costosas que un malandro se la piense bien antes de asesinar a alguien.
- Mi gran revolución será cultural. Los policías serán maestros que podrán detener a cualquier ciudadano para interrogarlo sobre historia de Venezuela o cultura general, y podrán poner multas por ignorancia. Quiero una nación de gente inteligente cuya conciencia y cuyo voto no valgan un kilo de harina.
En fin, las ideas son muchas y no caben todas aquí: las viviendas de interés social habrá que pagarlas; el deporte será obligatorio y el servicio militar, voluntario; los militares serán civiles uniformados con el único armamento de su ejemplo de virtud; los médicos prescribirán libros junto con las medicinas; mis cadenas serán monólogos de humor; los ministros tendrán que ser suma cum laude por ley (el presidente no), así como administradores de probada eficiencia; los corruptos serán recluidos en conventos con los votos (de pobreza y castidad)
Sobre estas premisas genéricamente enunciadas se conducirá mi gestión. El eslogan de mi campaña será “El joropo llegó y no hay alpargatas”. Solo hay un pequeñito detalle que no les había comentado sobre mi candidatura presidencial: no nací en Venezuela. Vine al país a los siete años. Solo espero de las instituciones electorales que, sobre este punto, tampoco conmigo haya inconveniente.