En su más reciente informe la Organización de Países Exportadores de Petróleo, OPEP, ha señalado una caída dramática de la producción de petróleo en Venezuela, que hace público lo que muchos habíamos venido alertando sobre las dificultades que confrontaba PDVSA. Lo que nadie o pocos imaginaron es que la situación de la empresa estaba peor de lo que se suponía. Según la OPEP, la producción de Venezuela en diciembre de 2017 alcanzó a 1.600.000 barriles diarios, lo que significa una disminución de 216.000 barriles diarios con relación a noviembre ese ese mismo año. A lo largo de todo el año 2017 la producción de petróleo de Venezuela se contrajo en 650.000 barriles diarios. Venezuela fue una potencia petrolera, hoy es un productor mediano y no es un jugador importante en el mercado petróleo, porque no tiene barriles con los cuales negociar.
Como resultado de esa declinación de la producción Venezuela dejó de percibir US$ 5.500 millones que bien hubiesen servido para pagar la deuda externa y aumentar importaciones que tanta falta hacen para mejorar el crítico abastecimiento interno de alimentos y medicinas. De esta manera, el país no se ha beneficiado del aumento de los precios del petróleo que se observó en 2017 y, contrariamente, el flujo de caja de PDVSA luce cada vez más comprometido. Son varios los factores que explican el colapso de Pdvsa. En primer lugar destaca el hecho que la empresa fue transformada en una especie de sucursal política y caja chica del PSUV, mediante el financiamiento de toda su maquinara partidista lo que llevó a una elevación sin precedentes de su nómina que hoy pasa de 150.000 empleados aunque produce 30% menos petróleo que hace veinte años. En segundo lugar, desde tiempos de Chávez, PDVSA se embarcó en un conjunto de actividades no medulares tales como la venta de alimentos, la fabricación de casas, entre otras actividades que fueron mermando los recursos de la empresa hasta ir configurando una situación de precariedad financiera. En tercer lugar, igualmente Chávez se lanzó a financiar en términos concesionales a un conjunto de países que hoy están mejor que Venezuela, con descuentos y regalos de petróleo que claramente afectaron la caja de la empresa. En cuarto término, la empresa, siguiendo órdenes de Chávez y luego de Maduro, asumió una deuda externa de forma absolutamente irresponsable para vender dólares baratos, que hoy pesa exageradamente sobre los estados financieros de la empresa y que literalmente no se puede pagar. Todo ello llevó a otro problema: una acumulación de deudas con contratistas y proveedores que son los que hacen posible la extracción del petróleo. Lo anteriormente planteado derivó en una caída de la inversión y consecuentemente de la producción. El remedio que aplicó el gobierno lejos de ayudar a mejor la situación la puede empeorar al militarizar a PDVSA y acentuar la persecución política en la compañía. Ha fracasado un modelo y debe emerger otro.
Todo esto sugiere que Venezuela debe aplicar una política petrolera distinta, que procure aumentar la producción en niveles razonables en el menor tiempo posible para lo cual hay que atraer inversión extranjera, modificar el esquema cambiario y volver a una gerencia profesional y que PDVSA no vuelva a ser la franquicia financiera de un partido político.