Los alimentos fueron y siguen siendo un arma ideológica eficaz de control político, empleada por regímenes tiránicos y totalitarios.
Ese control puede provocar que se consoliden estructuras mentales como la postración, frustración, dependencia, conformismo y falta de confianza, que sólo dan persistencia al hambre y a la pobreza. Un hombre hambriento piensa primero en cómo obtener comida para él y su familia, y después en luchar contra las causas que lo mantienen en esa condición.
La causa del hambre en los países con gobiernos totalitarios se debe a la incapacidad administrativa y la excesiva corrupción de sus líderes, quienes han aprendido con eficacia cómo usar la escasez de alimentos y recursos básicos, para mantener el control social de la población. Ese juego terrible y macabro es el que está jugando Nicolás Maduro en Venezuela y contra eso hay que luchar con todas las fuerzas democráticas.
En los últimos meses, la escasez de alimentos y su elevado costo ha obligado a los venezolanos a modificar radicalmente su dieta diaria, ya que no solo han reducido la cantidad de lo que consumen, sino que la situación ha obligado a eliminar por completo las proteínas de productos como granos y carnes, consumiendo únicamente platos a base de hortalizas y tubérculos, en el mejor de los casos.
Lo que desgraciadamente llama nuestro pueblo “la dieta de Maduro“, no es otra cosa que una epidemia de hambre que se ha visto reflejada en el cuerpo de la gran mayoría de los venezolanos. En el último año, muchos venezolanos han perdido entre 10 y 20 kilos de peso producto de la mala alimentación a la que se han visto sometidos.
No en balde, la crisis alimentaria se ha convertido en el principal problema que dice enfrentar el pueblo desplazando a la inseguridad que por años fue el tema de mayor preocupación. En la actualidad siete de cada diez venezolanos consideran que el principal problema es la escasez de alimentos y el alto costo de la vida. Mientras que ocho de cada diez afirman que la situación para adquirir los rubros ha empeorado.
El gobierno despilfarró la mayor bonanza petrolera de toda nuestra historia y nos condujo a este drama que es de tal magnitud, que según un estudio reciente realizado por Cáritas de Venezuela, en cuatro estados de nuestro país (Miranda, Distrito Capital, Vargas y Zulia), reveló que 52% de los niños menores de 5 años, presentaron algún grado de desnutrición aguda o pérdida reciente de peso. Mientras que 18% ya tienen retardo de crecimiento.
La crisis que estamos viviendo actualmente echó por tierra las promesas recicladas del gobierno. El desarrollo endógeno y la soberanía alimentaria tan cacareadas por la mal llamada revolución son imposibles de sostener en la opinión pública. La realidad es que la pobreza se ha extendido por todos los rincones del país.
En Venezuela la situación de pobreza de ingreso ronda el 80% y no solo se ve en los barrios y caseríos, también se ve reflejada en las urbanizaciones de clase media, que se han venido cada vez a menos. En 2015 la Canasta Alimentaria, estaba en 58 mil bolívares y en diciembre de 2016 se ubicó en 500 mil bolívares, es decir, que en un año subió 3.000%, lo que incide en que cada día sean más y más quienes ven comprometida su posibilidad de alimentarse adecuadamente.
Hemos llegado a niveles tales de afectación que uno de cada diez venezolanos comen desperdicios, ya sea pellejos de pollo, pata de cochino o lo que queda de los camiones de hortalizas. Por lo menos 17% de los venezolanos deben hurgar entre la basura para saciar el hambre, y ante esto el único plan que ideó el gobierno fue el perverso juego de la manipulación con la comida a través de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap).
El hambre no se resuelve con una caja de comida que recibe el pueblo cada mes, o hasta cada tres meses se resuelve produciendo en el país. Urge una investigación profunda sobre las mafias que están jugando con el hambre de los venezolanos. Parte de los productos que integran las cajas que se distribuyen a través de los Clap se están ensamblando en Panamá y vendiendo con sobreprecio en Venezuela, algo que será una tarea para la justicia cuando llegue a nuestro país.
Este hecho hay que condenarlo y enfrentarlo. Hicimos una investigación con uno de nuestros diputados de la Asamblea Nacional para confirmar el manejo de los precios de las cajas de los Clap. Los enchufados reciben dólares preferenciales a 10 bolívares para hacer las compras, pero luego el Gobierno dice que paga 35 dólares por cada caja cuando cuesta en realidad 10 dólares. ¿Quién se embolsilla los 25 dólares restantes? ¿Quién se lleva la diferencia?
Pero el guiso es doble porque aunque el gobierno dice pagar 350 bolívares por cada caja, la vende en 10.200 bolívares a través de los Clap ¿Por qué no la venden a 350 bolívares al pueblo? Simple, porque unos enchufados han hecho un negocio redondo con la comida importada. Mientras tanto los venezolanos siguen pasando hambre, porque nadie se alimenta con una caja cada dos o tres meses.
Con los Clap lo único que se reparte es definitivamente la escasez y los que están hoy en el gobierno son los únicos que siguen sin reconocer que en el país urge decretar la emergencia alimentaria y actuar en consecuencia para resolverla. Nosotros, ante la gravedad, estamos haciendo batidas contra el hambre en Miranda.
Con el apoyo de organizaciones no gubernamentales y voluntarios, realizamos esta semana en nuestro municipio Plaza, la jornada de “Miranda contra el Hambre”. Estamos llevando a las comunidades jornadas de atención médica, alimentos a precios módicos y donación de ropa y calzado en buen estado, las tres cosas que hoy más le urgen a los venezolanos, hacia allá tenemos que apuntar nuestro esfuerzo, todos unidos haciendo frente al hambre.
Contamos para ello con personas de buen corazón y con productores que siguen de pie produciendo en el país, para lo Hecho en Miranda y Hecho en Venezuela. Ellos son los verdaderos héroes de la patria. Nosotros iremos a donde tengamos que ir, a donde está el hambre, para darle respuesta a nuestro pueblo.
Esta lucha la hacemos por todos los jóvenes venezolanos, el futuro del país, pero que hoy, en su día, ven el horizonte completamente oscuro. A ustedes nuestra palabra de aliento. Recuerden que siempre hay una luz al final y que hay que seguir luchando por un país distinto, donde comer vuelva a ser un placer y no una preocupación. Jóvenes, ustedes tienen la fuerza, ustedes son la mayoría que quieren cambio, hay que hacerla valer, no deben dejarse robar la esperanza, Venezuela siempre valdrá la pena y ustedes también.
¡Qué Dios bendiga a nuestra juventud y país!