Todo ciudadano crítico y pensante es de alguna manera un periodista en ciernes; aunque no ejerza el oficio, porque el ser periodista no es simplemente una carrera universitaria; es una forma de ver la vida. Es hurgar en las causas de los males y las injusticias de una sociedad cada vez más compleja. Es una fuerza inquietante que impulsa la búsqueda de soluciones. Es un compromiso del que no es fácil escaparse y que hace que los sueños lleguen a materializarse.
Porque la función del comunicador social no debe limitarse a la transmisión de información; o quedaría como un virtual repetidor de los ecos noticiosos. Por el contrario, debe generar a través de su trabajo; la confrontación sana y amistosa que tenga como finalidad la solución concreta de los problemas; como por ejemplo, propiciar la movilización de las autoridades competentes; para el buen funcionamiento de una escuela o un centro asistencial. De allí el poder de la crónica, de la denuncia; muy frecuentemente con todas las expresiones del lenguaje popular; vehículo del que se valen las comunidades y los más necesitados para intentar poner fin a su drama.
La crónica como instrumento básico
Un periodista, uno de oficio, no le gusta el melodrama, pero lo vive; y no representa un papel estudiado porque pertenece a la errática raza humana… A cualquier otro profesional le impresiona tanto la emoción; que podría decir que no existe, si alguien no se lo dice en términos normales. Un policía, por ejemplo, sólo entiende los puros sentimientos de un ladrón; o de un vulgar criminal, que desea la propiedad ajena, pero cuando alguien siente realmente mucho odio o pesar; entonces no lo considera un problema metafísico, pierde la cabeza y habla de melodramas descabellados…; hasta que se produce el desenlace, el estallido del dolor más profundo causado por el resentimiento y el deseo de matar: la muerte. Cuando alguien comete un crimen inimaginable, tan espantoso que hasta Dios aparta sus ojos de él, el reportero debe decir “aquí estoy”.
Un periodista, un reportero, un cronista, un comunicador social; o cualquiera de los apelativos para nombrarlos, no es otra cosa que un superprofesional; así de simple, que logra de cierta manera, entender la naturaleza humana; porque discurre, porque está presente en todos los escenarios. Y para completar, su éxito depende de su simpatía y del vocabulario empleado en sus escritos; deben ser el reflejo de los propios pensamientos del lector, expresados ahora con un asomo de sabiduría; de gracia, de sencillez, de claridad, palabras que pueda entender un niño y un adulto, un ignaro o un sabio; y sobre todo, la gran masa de lectores compuesta principalmente por gente de vocabulario reducido.
Algunos practican un lenguaje confuso
El éxito del cronista depende entonces, de su habilidad para ocultar su talento; y hacerlo parecer como pensamiento del lector. La pedantería es enemiga del periodista, pero algunos muy instruidos; por sus lecturas de cultos y líderes prominentes, practican un lenguaje confuso; que detienen al lector, empleando expresiones de obras literarias o científicas. Y olvidan el lenguaje popular, que además está lleno de imágenes muy inteligentes, de frases estupendas pero vulgarizadas.
El cronista es por añadidura, el centro de la errática raza humana; y ayer pudo estar, como testigo excepcional, en la gala de los príncipes y hoy, con el verdulero; y grabar en su memoria aquel palabrerío sofisticado y este otro simple y verdadero, quizás.
El mejor oficio del mundo
Por mi parte, dejo este introito para la lectura de mis queridos colegas de la Agencia Carabobeña de Noticias (ACN). Es un trabajo en pleno desarrollo que espero terminar pronto; pero me parece que es apremiante, ya que la opinión pública, sin decirlo, espera que el periodista fije posición, construya a su lector; porque el periodismo es oficio que no cesa nunca, el mejor del mundo.
ACN/Francisco Mayorga