“A pesar de…”
Una frase que desde chiquito él escuchó y que hoy siendo adulto le sigue indicando que lo que viene a continuación no es positivo; le asusta; le pone nervioso y su mente inmediatamente lo traslada al origen, donde todo comenzó.
“Tú eres negro, pero no por eso eres menos que los demás”, solía decirle su mamá de pequeño. Una frase amorosa pero que indica que lo de ser negro da cierta desventaja.
Pasaron los años y comenzaron los “a pesar de…”
“A pesar de negro, eres inteligente” solían decirle los maestros y profesores durante toda su vida escolar, desde el kinder hasta la universidad.
“A pesar de ser negro, tienes facciones de blanco, eres un negrito fino”.
Su familia, un ejemplo del mestizaje que caracteriza a todo el país, no escapaba de los típicos comentarios inocentes tan normales pero con una carga de racismo y endoracismo (racismo dentro de la misma raza). El no aceptar el cabello rizado; las burlas a la gente más oscuras con los típicos “con esa nariz respira por tres”; “mira la pelo quieto”; etc…
El uso creativo del pantone (sistema de definición cromática) es una constante. Nadie se siente negro; hay “morenos claros”, “morenos oscuros”; “trigueños”; “café con leche”; “color miel” y así un variopinto etcétera que simplemente busca a toda costa el “blanqueamiento”.
En cualquier contexto lo normal era escuchar comentarios que le recordaban que aquello de ser negro muchas veces indicaba que estaba un escalón por debajo como persona. Lo mismo que para aquellos con rasgos indígenas. “Si eres indio” es de hecho una de las frases más utilizadas para llamar a alguien bruto, torpe, ignorante o falto de luces.
“Tienes que estudiar y ser bueno para que la gente no diga “allá va el negro ese” sino “allá va el señor””, palabras de su madre que quedaron tatuadas en su cerebro, hasta el punto que incluso en la actualidad le siguen sirviendo para recordarle que siempre debe dar lo mejor de sí, no por lo de negro, sino por la satisfacción personal que le da el saber que ha hecho algo de valor.
“Forro de urna”; “negro mojino”; “papa frita quemada”; “negro cachumbabé”; “caraota negra”; “menín”, etc… son algunos de los sobrenombres por los que debía responder cuando los escuchaba, llamarlo por su nombre no era lo habitual pero no solo para él por ser negro. En el país lo “normal” es poner un sobrenombre a cualquiera. La intención seguramente no es por discriminación racial pero, indican que ciertamente el tema “raza” sigue estando presente en la sociedad, ergo es normal.
Pasaron los años y ese recordatorio diario del “a pesar de ser negro”, sumado a viñetas de prensa en las que el negro era siempre delincuente; programas de televisión en los que los negros eran malandros o “cachifas”; frases como “negro es negro y su apellido es mierda”; “negro tenías que ser”; “negro que no es pretencioso no es negro”…
Ya de adolescente lo normal era escuchar “tienes que buscarte una novia blanca para mejorar la raza”. Quiso el destino que su primera novia fuera negra. Allí también le tocó escuchar que ella “a pesar de ser negra, era fina”; “es una negrita bonita” ; “habrá que ir sembrando la mata de coco para cuando nazcan los monitos”
Tanta mella hicieron esas frases que hubo un tiempo durante su adolescencia que se frotaba con un paño casi hasta sacarse sangre, por el simple propósito de ser menos negro. Entendió que ese mal que llevaba desde su nacimiento era un obstáculo para poder ser del todo aceptado, para que la policía lo ignorara; para que sus compañeros de liceo no siguieran recordándole que era negro; para que las madres de sus amigos del conservatorio no le dijeran cada día que “a pesar de ser negro, era muy buen músico”; para que sus vecinas no le dijeran que “ojalá mi hija se consiga un novio como tú, aunque sea negrito”…
Quiso el destino que se topara más tarde con personas que poco a poco le hicieran ver que el errado no era él sino su entorno; el sistema y que en conclusión se trataba de estar en un país en el cual las parcelas del colonialismo seguían vigentes en las mentes de sus pobladores. Para unos con la sensación de la superioridad racial por tener la piel clara; para los otros, la necesidad de echarle lejía a la piel y a la historia. Una cosa muy común en el país es la insistencia de su gente en encontrar un antepasado español aunque sea el tatarabuelo del tatarabuelo.
En las fiestas lo más normal es que los tambores de la costa fueran parte de “la hora loca”; los más pudientes contrataban grupos de tambores como “parte exótica” de la fiesta. El joropo es una por excelencia la “música típica”.
Poco a poco aceptó que su vida estaba llena de privilegios y excepcionalidades, de nacer en un entorno que en ocasiones era hasta peligroso a tener la oportunidad de conocer otras culturas. Todas esas vivencias le sirvieron para entender su valor como persona, el crecer intelectual y profesionalmente pero a la vez estableciendo un lazo irrompible con sus orígenes.
Es por eso que hoy en día observa boquiabierta como para muchos de sus paisanos de país y continente pareciera que por primera vez se dieran cuenta que existe el racismo. Tuvieron que matar a otro negro en Estados Unidos para que se “despertara” (aunque sea de manera momentánea) la conciencia alrededor del racismo.
Mientras tanto, seguirán los dichos del día a día que sin ánimos de ser racistas nos recuerdan que el problema sigue institucionalizado y sistematizado entre nosotros.
Al igual que como me pasó a mi, hay cientos de negros a los cuales les dicen que “a pesar de” su nariz ancha, sus labios gruesos y su “pelo malo” son inteligentes y por tanto deben tratar de “mejorar la raza”.