Si algo ha caracterizado la historia de Venezuela es la presencia de superhéroes a lo largo de la misma.
Son de sobras sabidas las hazañas de Bolívar; Páez; Sucre; Los hermanos Monagas, etc…Cada uno de ellos (Simón a la cabeza con diferencia) han jugado un papel importante en el desarrollo del país, no por las batallas ganadas sino, y sobre todo por el legado de heroísmo que dejaron. Superhéroes que también han sido caudillos; tipos con una combinación perfecta entre ego y carisma (unos más que otros): ingredientes perfectos para convertirse en superhéroe.
Superhéroes fueron Betancourt y CAP, así como también nuestro superhéroe más reciente, el auto-considerado «heredero» de Bolívar, el «gigante de Sabaneta».
El nuestro es un país que probablemente desde sus inicios ha tenido la autoestima un poco baja, de allí esa necesidad casi folklórica de tener un referente, un salvador, ese que con sus promesas de mejoras enamore a la gente a cambio de fidelidad en forma de votos. Es como si se tratara de un plan maestro en el que el objetivo principal sea no creer a la gente capaz de decidir por su propia cuenta en qué tipo de sociedad desean vivir y, lo más importante: la responsabilidad directa tanto a nivel individual como colectiva en el desarrollo y evolución del país. Nos vendieron desde La Colonia la idea, y lo que es peor, nos acostumbramos a que es mejor dejar todo nuestro destino en manos del superhéroe de turno.
Con el avance de la crisis del país y la omnipresencia de las redes sociales ha surgido un fenómeno nuevo: Los superhéroes temporales, esos que se mantienen en la palestra un par de semanas en las que todas las esperanzas del pueblo se centra sobre ellos, desde «Super Nacho, La Criatura» (nombre muy de pinga para un héroe por cierto); el «Rambo Criollo» con más recursos que un marine y de paso buenmozote y buenote (prototipo perfecto del superhéroe) y, por supuesto el más reciente héroe urbano: Nuestro «Peter Parker» (el hombre araña) nacional, ese de aparente fragilidad y vulnerabilidad que automáticamente genera simpatía, «Súper Wuilly, el héroe del violín». Capaz de tocar en Altamira en la mañana y abrazar a Shakira al mediodía y cenar con Marc Anthony en la noche, siempre con su arma encima: el violín remendado, ese que aparentemente le rompió la GNB pero que ahora parece que no; el mismo que jura ser torturado pero después llama mentirosa a la oposición y un rato más tarde dice que todo es un montaje.
Al final, gran parte de la aparición de todos estos oportunistas nos apunta a nosotros mismos, quizás en el momento que nos veamos como potenciales superhéroes individualmente, seguramente comenzaremos a sacar a flote los mejores de nuestros súper poderes: El intelecto, el raciocinio y la capacidad de cuestionar a cualquiera que alegando superioridad quiera representarnos y venderse como el imprescindible garante de nuestra felicidad.
Dice una canción de «Calle 13»: «las hormigas pueden contra cualquier gigante entran por la trompa de cualquier elefante los derrumban sin que la sangre les salpique ácido fórmico pa´que les pique».
Así que, recordando al diminuto superhéroe, «Contra el mal, la Hormiga Atómica!»