Cuando la oposición venezolana tiene todas las de ganar, pareciera que la mayoría de sus líderes hacen todo para perder: la guerra de micrófonos desatada públicamente donde «Bongo le dio a Borondongo y Borondongo le dio a Bernabé…», ha sido el terreno más fértil del chavismo para abonar a su favor, porque semejante espectáculo no solo genera incomodidad y confusión en los electores, sino que pudiera ser entendido como un llamado a la abstención (si mi candidato o candidata no es el elegido, no voto por nadie), más el daño colateral incluido, que es la desmoralización de los votantes.
por Elizabeth Fuentes
Pero luego del éxito de las elecciones primarias que hizo despertar al voto opositor y enamorarlo de la candidata seleccionada, María Corina Machado, todos los obstáculos que ha impuesto el chavismo a las aspiraciones de poder de la oposición pareciera que otra vez están logrando sus objetivos. Es decir, desatar una guerra de candidatos al interior de los partidos opositores, táctica que le ha funcionado siempre mientras desde el gobierno se sientan a esperar que sus adversarios se devoren entre sí o se desgasten.
Y los ejemplos sobran: Desde aquel famoso alzamiento de los militares en la Plaza Altamira, que murió de inanición, hasta el agotamiento del «gobierno interino», donde el chavismo optó por no hacer casi absolutamente nada contra sus dirigentes, sino dejar que el tiempo hiciera de las suyas. Fue así como vimos a Juan Guaidó con casi 70% de aprobación aplaudido en el Congreso de Estados Unidos. Y luego a Guaidó rodeado de multitudes que lo amaban y morían por un selfie con él. Y lo vimos también retando al gobierno desde la frontera y así sucesivamente.
Mientras desde el chavismo lo esperaban en la bajaíta y gracias a sus múltiples errores, Juan Guaidó pasó a ser otro exiliado más. Errores cometidos, valga el análisis barato si se quiere, a que Guaidó y su partido se creían superpoderosos, capaces desde lanzar un golpe de Estado hasta promover una invasión, dos fracasos rotundos que protagonizaron a espaldas de los votantes mientras dejaban al resto de los partidos de oposición como la guayabera.
Pasó también con Henrique Capriles, el líder indiscutible en 2013. «La Furia», como lo bautizó tan acertadamente Leonardo Padrón en una crónica memorable sobre el fervor que Capriles dejaba a su paso. Pero no cobró su presunto éxito electoral porque, según reveló luego, un agresivo dirigente del PSUV lo amenazó con disparar a la multitud si se lanzaba a la calle a protestar por el fraude.
Entonces, para evitar una matanza, se dejó convencer por Tibisay Lucena de que le iba a mostrar los cuadernos electorales que demostraban su derrota, algo que nunca ocurrió, por supuesto. Y Capriles, como Guaidó, quedó diluido en eso que llaman la preferencia popular. Y henos aquí, otra vez, con una líder que arrasa adonde vaya, gana en todas las encuestas, moviliza a miles en todo el país, pero -como el gobierno lo sabe-, le impide competir. Ni a ella ni a su elegida, Corina Yoris. Capital político que Maria Corina Machado podría trasladar a otro(a) a quien sí le hayan permitido inscribirse. La Plataforma Unitaria apoyaría a ese candidato(a) y listo. Tendríamos otra vez, y quizás sería la última, una real oportunidad de ganar las elecciones.
Pero, cual recién llegados a la política, esta posibilidad se ha convertido en un torneo público donde unos y otros lanzan a los electores sus sospechas mutuas, la peor pesadilla para un experto en Marketing Político: desnudar en público sus debilidades y conspiraciones. Guerra de chismes y micrófonos que, como deberían recordar también los hoy dirigentes opositores con posibilidades de ganar, fue lo mismo que hizo implosionar al entonces poderoso partido Acción Democrática, cuyas tendencias internas ventilaban sus diferencias en las páginas de El Nacional y le regalaban chismes de uno contra el otro a José Vicente Rangel.
Quizás Maria Corina Machado cree que ella puede esperar otros seis años de gobierno de Nicolás Maduro y lanzarse victoriosa en 2030 y está en su derecho. Que alzarle la mano a cualquiera en este momento la podría anular en un futuro, estrategia que podría funcionar si estuviésemos en ¿Francia?, es decir, en cualquier país democrático donde se respeten las leyes. Pero, como hemos visto, en Venezuela el tiempo corre de otra manera y algunos liderazgos se han esfumado a punta de sus errores, mientras desde la acera de enfrente, el chavismo ve pasar otro cadáver de su más reciente enemigo. Pero sea lo que sea que piensen o decidan, ¿podrían evitar regalarle sus armas al adversario?