El detonante financiero

Está servida la mesa para una revuelta desorganizada en la que, como en Argentina en el año 2001, la gente salga a la calle gritando: “¡Que se vayan todos!”.

No hay nada que irrite más a las personas que la asfixia económica. Y el hartazgo es plural, un enojo generalizado contra el gobierno, contra la MUD, contra al país, contra una vida que no merece la pena ser vivida de esta manera.

Las fallas en la plataforma de transmisión de datos de Cantv y Credicard el viernes pasado, producto de la saturación de un sistema obsoleto que ante el exceso de demanda produjo un embudo de transacciones, no fue sino una gota más sobre una agobiante y quebradiza situación económica compuesta por una devaluación incesante, especulativa, una hiperinflación galopante, una escasez creciente y una suerte de corralito caribeño con restricciones informales a la libre disposición del dinero de las personas.

El nuevo cono monetario que a partir del 15 de diciembre será ampliado con 6 nuevos billetes de 500, 1.000, 2.000, 5.000, 10.000 y 20.000, ayudará momentáneamente a sortear el embudo pero acicateará aún más la inflación y será un duro golpe a la autoestima nacional cuando los venezolanos caigamos en cuenta de que 20 millones de bolívares de 2008 (antes de que Chávez realizara la burda trampa de quitarle 3 ceros a la moneda), nuestro mayor billete, valdrá tan sólo 4 dólares, si cabe.

En Argentina, una situación similar, una crisis económica, financiera, social, y política, que se convirtió en una crisis humanitaria y de representatividad, produjo un estallido social y una revuelta popular generalizada que, acompañada de cacerolazos, huelgas, saqueos, represión y muerte, llevaron a la renuncia del presidente Fernando de la Rúa y dejó un clima de inestabilidad institucional que produjo la caída de tres presidentes más.

La situación de Venezuela es distinta. A pesar de que las chispas podrían encender cualquier granero, después de 18 años de revolución bajo las técnicas de dominación castrista, la sociedad venezolana ha perdido fuelle y capacidad de reacción, la población está agotada, desmembrada y en modo de supervivencia. Dos factores adicionales nos diferencian.

El gobierno de la Rua no tenía la voluntad de poder ni el grado de psicopatía que distingue a los gobernantes venezolanos y una sociedad civil mucho más robusta contaba con un liderazgo de oposición más firme y dispuesto a tomar el riesgo de la calle.

La inflación y devaluación crónicas son dolorosas y producen efectos perversos en las sociedades. Desvían las motivaciones y objetivos de la gente. Como señala el premio nobel de literatura Elías Canetti, tras una período prolongado de devaluación e inflación, “la tendencia natural es entonces encontrar algo que valga aún menos que uno mismo, que pueda despreciarse de la misma manera en que uno mismo fue despreciado… Lo que se necesita es un proceso dinámico de rebajamiento: es preciso tratar algo de manera que valga cada vez menos, como la unidad monetaria durante la inflación, y este proceso debe continuar hasta que el objeto haya llegado a un estado de completa ausencia de valor.”

Ante el peligro de que se profundice aún más nuestro estado de postración, o de que aventureros o outsiders se aprovechen del detonante financiero y medren en medio del caos, es preciso que los líderes de la oposición conocida atajen este proceso de rebajamiento y auto-desprecio continuado asumiendo el liderazgo de la protesta enérgica y la calle.

por @axelcapriles en noticiasaldiayalahora.co