Revertir los niveles de empobrecimiento que ahora muestra nuestra Venezuela es, sin duda, el reto más grande al que tendremos que meterle el pecho conjuntamente con los diputados de la Unidad que asumirán la Asamblea Nacional en enero de 2016.
No será, ciertamente, una tarea fácil, ya que hoy hay entre 15 y 16 millones de venezolanos en situación de pobreza, a los que se suman unos 2 millones de hogares que viven en condiciones de pobreza extrema. Es decir más de la mitad de la población del país es pobre. En términos porcentuales estamos en los mismos niveles de pobreza que en 1998. Pero los que queremos cambio estamos comprometidos con propiciar las condiciones necesarias para reactivar nuestra economía y para realizar una redistribución de los ingresos del Estado que, pese a la caída de los precios petroleros, siguen siendo cuantiosísimos, aunque actualmente sean mal administrados, saqueados y despilfarrados por la corrupción.
Como consecuencia de esa mala administración a los venezolanos no les alcanza su sueldo para cubrir sus necesidades más elementales, como lo son la alimentación y el aseo, sin entrar en detalles tan vitales como la educación, la salud y la vivienda, que el Estado tampoco garantiza.
Esta semana el gobierno estafa nuevamente a los venezolanos al anunciar un aumento salarial que no es más que 74 bolívares al día, cuando la inflación va por 142% a septiembre. Ese aumento de salario ya se lo comió la inflación ¿Qué hace un venezolano con 74 bolívares diarios?
Ese aumento del salario mínimo no alcanza ni para comprar una empanada, que está en al menos 80 bolívares; no alcanza para un café, que está en 100 bolívares en una panadería; no alcanza para una lata de refresco, que está en 90 bolívares; tampoco alcanza para un jugo natural, que está sobre los 80 bolívares; si vives en Los Teques, de casualidad te alcanza para el multiabono, que está en 72 bolívares; pero si vives en Guarenas, subir y bajar cuesta 90 bolívares, así que el aumento no alcanza para tu transporte diario.
Esto no es más que una medida electoral desesperada. Nosotros en el mes de julio pusimos sobre la mesa una serie de propuestas económicas, medidas que, de aplicarse todas, estabilizarían la economía para llegar a diciembre, y así empezar a salir de esta crisis.
Entre esas medidas propusimos un 50% de incremento en el salario, pero esa no puede ser una medida aislada. La idea de este incremento salarial era para poder estabilizar la situación económica de quienes ganan sueldo mínimo, que son el 70% de los venezolanos, mientras se aplican otras medidas para poner al país a producir y lograr activar la economía de nuestra Venezuela.
Hay que revisar el control de cambio que tenemos, que no es más que un antro de corrupción. Las divisas se asignan de forma muy poco transparente y terminan en un mercado paralelo que distorsiona nuestra economía. Que alguien me diga si saben a quién le llega el tipo de cambio a 6,30, pura mentira.
Son por todos conocidos los casos de corrupción que existen en el manejo de las divisas. Todo el dinero que se han robado hay que identificarlo y que la justicia opere para que ese dinero regrese a las arcas de la nación.
Las divisas hay que entregarlas al sector productivo del país, que está tan golpeado. Hoy las empresas que aún están en pie trabajan a un 20% o 30% de su capacidad. En los últimos 16 años han desaparecido 5.100 industrias por la presión económica y este gobierno en vez de preocuparse por tal situación lo que ha hecho es agravarla con las expropiaciones y confiscaciones.
Hay que apoyar la industria nacional y volverla productiva, hay que apoyar a nuestros productores agrícolas y darles todas las herramientas para que puedan mantener la producción. Con las divisas que el gobierno utiliza para importar, las empresas nacionales podrían producir cinco veces más que lo que se trae de afuera, que ni siquiera alcanza para cubrir las necesidades de los venezolanos.
No hay recetas mágicas, lo que funciona en un país puede que no lo haga en otro, pero la experiencia de los países que muestran un crecimiento de sus economías y elevaron las condiciones de vida de sus poblaciones tiene un denominador común, se pusieron a producir, y sus gobiernos se ocuparon de hacer lo que deben hacer: formular políticas que favorecen la paz social, reinvertir los impuestos de los ciudadanos en obras en beneficio del colectivo, y estimular la inversión en sus economías, sin controles, ni expropiaciones ni confiscaciones, sin exprimir hasta dejar exhaustas a sus empresas con contribuciones parafiscales que engordan los bolsillos de los corruptos. Los países que han progresado lo han hecho gracias a la unión del sector privado con el público.
Necesitamos estabilizar la economía y reanimar la producción nacional de manera que las empresas generen empleos productivos y se recupere el ingreso de nuestros trabajadores; para volver a soñar con un futuro mejor, para retomar el camino –ahora, con la enseñanza que nos habrá dejado esta mala experiencia- hacia el país de oportunidades que una vez distinguió a Venezuela.
Aquellos que basan sus críticas en el pasado, sepan que nunca en el pasado habíamos estado en una situación tan critica como la que estamos atravesando hoy en día, esta es la peor crisis social, económica y política de nuestra historia. Y así como los errores del pasado nos llevaron a este presente lleno de errores, estos errores nos tienen que llevar al cambio, pero un cambio para una Venezuela de progreso, donde podamos decir: le ganamos la batalla a la pobreza.
Hoy en nuestra Venezuela tenemos el mismo sentimiento de cambio que había en 1998 cuando llegó Chávez a la presidencia. El sentimiento de cambio está corriendo por todas partes y hay que hacerlo realidad. Que ese sentimiento de cambio se convierta en una gran fuerza social, política y electoral. Tenemos 49 días para elegir a los mejores hombres y mujeres, comprometidos con los intereses del país, para que asuman la conducción de la Asamblea Nacional y acompañen a nuestro pueblo en el trabajo que tenemos por delante para volver a ser un país de oportunidades. El futuro de nuestros hijos debe ser la razón que impulse la movilización de todos. Hoy, más que nunca, sobran razones para unirnos. ¡Dios bendiga a nuestra Venezuela!
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