Me pidieron ser crítico y cuando lo fui, dejaron de hablarme. Aquella izquierda que vivía en una “autocrítica perpetua” -Heydra dixit- feneció. Cierta vez, una ministra invitó a comunicadores del proceso “para hacer un balance crudo de la vaina”. Cada quien fue dando su opinión sobre la política comunicacional. Al final, la titular del despacho que nos pidió a hablar “sin que les quede nada por dentro”, exclamó: “¡Carajo, con amigos así no se necesitan enemigos!” Cerrada la rueda.
En otra ocasión fue un novel ministro quien invitó a hacerle una “radiografía” a la comunicación del Estado y el gobierno. A mi turno, advertí que no me hicieran caso porque solo iba a leer unas anotaciones al margen, como si pensara en voz alto. Dije una o dos frases de los programas de VTV. ¡Santa María de Ipire, todavía me lo están cobrando! Un moderador refunfuña cuando sale al aire: “nosotros, que tenemos el mismo formato de hace 10 años” (señalamiento que le hice también al Kiosco Veraz). Unos chicos sueltan con frecuencia: “hay un profesor por ahí (yo) que dice que necesitamos un libreto”. Otros jóvenes machacan: “dicen que nos volvimos editorialistas”.
Cierto socialismo tiene la epidermis delicada y es propenso a la insolación crítica. De aquella conversa solo Mario Silva -mira tú- aceptó un señalamiento a su programa con una risa franca y me pidió el papelito para leerlo en su espacio. Sigo pagando por dar lo que se me pidió: una opinión sincera. Decidí alejarme de esos “estados mayores” en los que siempre me meten para no perder más amigos y quedarme solitario, como los íngrimos muertos de Bécquer.
Tanto la anemia como la alergia a la crítica son letales para la revolución, aquí y en Beijing. No me refiero a esa disidencia de la “izquierda” umbilical que ha hecho de su maruto un mirador turístico. Como constituyente recibo quejas y peticiones de la gente. Si por falta de apoyo ventilo alguna de ellas públicamente, me reprochan porque “tú tiene instancias donde plantearlas”. Solo que las altas “instancias” que me “reprenden”, no me paran ni esto cuando las llamo, no contestan. ¡Ah, se me olvidaba! En 18 años no he llamado para pedir nada personal. Sigo siendo un tipo que anda por ahí. Algunos dicen que ya casi hasta parezco un poeta.