“Toda rebelión social comienza por el hambre y Venezuela no será la excepción”. Heinz Dieterich (1943 – ) sociólogo y analista político alemán de izquierda, en una época mentor de Hugo Chávez.
Le tocaron el estómago al pueblo, a ese mismo pueblo que no escucho a economistas, políticos, analistas, periodistas, que desde hace años advertimos de una hambruna. Sin ser profetas, cualquiera que analizara las acciones gubernamentales para ahorcar al sector productivo, sabía que llegaría el momento en que la revolución nos convertiría, literalmente, sin eufemismos, en un país de muertos de hambre. Y lo peor: muertos de hambre indignados, cada vez más cerca de la violencia como camino a la escasa comida que hay. “Mis hijos están hartos del ñame, necesito darles leche”, dice una desesperada barloventeña que lleva horas en una infinita cola. “Los mangos no duran en las matas, los tumban a pedradas, verdes aún”, se lamenta el cuidador de un estacionamiento rodeado de frondosos árboles. “Hacemos una comida más o menos y el resto del día lo que sea o nada”. “Le doy a mis hijos cereal pero sin leche porque solo se consigue la descremada en polvo a 4.800 bolívares y no puedo pagarla”. Estas son solo algunas de las expresiones diarias que escuchamos. Ya la escasez y el desabastecimiento tocaron la puerta de todas las clases sociales por igual. El último estudio del CENDAS revela que el 63% de los venezolanos no accede a los productos básicos y que el 72% hace dos comidas diarias. Pero el gobierno insiste en su criminal ceguera y en una cuña institucional que obliga a transmitir por todas las emisoras de radio y tv del país, dice que “Venezuela es el país cuyos habitantes comen tres veces y hasta más al día”. Quienes antes decían “No hago colas, prefiero comprar a los bachaqueros”, ya agotaron sus reservas monetarias en medio de una inflación feroz -producto de la falta de producción y de importaciones- que en el mes de mayo según cifras extraoficiales filtradas del BCV, estaría en 21,8%. La inflación acumulada de los primeros 5 meses del año sería del 125,7%, la mayor del mundo. Pese a estos catastróficos índices cuya única explicación es un modelo económico salvaje y cavernícola, que ha devastado a una nación que hasta los años 90 estaba en vías de desarrollo, el gobierno insiste en aplicar un cerco cada vez más cerrado a la economía nacional. Monopolizando la poca producción para distribuirla políticamente, ha inventado los CLAP, organismos no registrados en ninguna estructura de la administración pública, para que sean exclusivos distribuidores de la cesta básica, retirando esos productos de los expendios comerciales. La intención es clarísima: el régimen pretende acabar con unas colas que han sido reseñadas en todo el planeta, mediante el retiro de los alimentos regulados, esos que puede pagar el pueblo y que acaparan los bachaqueros, para que así no haya esas grandes filas en las calles de Venezuela. Ahora el poder alimentario está en los CLAP, integrados por fichas del PSUV, que elaboran sus censos de candidatos a venderles la bolsa en la “puerta de la casa”, en base a su fidelidad al proceso. O sea, aplicando el dicho del dictador comunista ruso Josef Stalin: “Si controlas la comida del pueblo, controlas al pueblo y van a estar agradecidos de lo poco que le demos”. El problema es que eso pasó hace un siglo, en la Unión Soviética. Estamos en 2016, en una Venezuela cuyo gobierno la está matando de hambre. Al régimen le quedan ya pocos seguidores que agradecen la escuálida bolsita de comida, que además, no es regalada. El bolsillo y el estómago de este pueblo entró en modo hambre y según los criminólogos, la necesidad es el mayor detonante del robo. Y también de las perturbaciones sociales masivas. El Observatorio Venezolano de Conflictividad reportó 52 saqueos en mayo y 172 protestas en lo que va de año por el desabastecimiento. El hambre ataca a todos los estómagos, del color que sean. Hagamos un paseo por un día de noticias, la mayoría de ellas no reportadas por los medios, temerosos de ser multados por leyes resorte que considera la información como “mensajes de incitación al desorden público”. Pero las redes sí llevan información que habla de un país convulsionado hasta sus cimientos por las carencias de todo orden. Veamos: “Grupos armados atracan supermercados y mercales”. “Un muerto y 4 heridos en saqueo a Mercal Los Teques”. “Disturbios en Guatire por paralización de venta de alimentos en Mercal”. “Grandes colas y protestas paralizan por segundo día a la isla de Margarita”. “Protestas en Punta de Mata, Anzoátegui, porque no hay comida”. “Enfrentamientos en Carrizal por entrega de comida de los Clap”. “Trancan carretera entre Aragua y Guárico por la escasez”. “Protestas en Maracay y Valera porque no les venden comida”. “Trancada la Morón-Coro por pobladores desesperados por alimentos”. Y la más trágica: “Muere señora herida por perdigonazos en la cabeza durante un saqueo a galpones de Mercal en Táchira”. Muertos por hambre y por violencia. El país es un hervidero, mientras el gobierno sigue pendejeando con su revolución, tratando de ganar tiempo con un diálogo en el cual, como siempre, no está dispuesto a escuchar ni a enmendar. Se aferra al poder y cree que se va a mantener mientras el revocatorio sea bloqueado por el CNE, mientras el TSJ sentencie a su favor, mientras siga alimentando la voracidad militar para que no se le alebresten. Pero el gobierno está obviando a un pueblo hambriento. En su obsesión de permanencia solo negocia para sí y no para esta Venezuela al borde de un colapso humanitario. La MUD sigue en su camino de lograr el revocatorio, sin descartar un diálogo al que ha puesto condiciones claras. Leopoldo López no canjeará su libertad por nada. Capriles motoriza un revocatorio inmediato. La Asamblea Nacional seguirá legislando a favor del país que necesitamos tener e insistirá con la aplicación de una Carta Democrática que abra camino a la ayuda humanitaria internacional y llame al botón de la democracia a estos sátrapas. Lo que va a suceder si no se detiene esta escalada de hambre no será bueno para ellos ni para nadie. Todos vamos a sufrir en medio de un estallido de violencia, todos vamos a comprometer nuestro futuro, todos seremos perdedores en ese abismo que sólo un poco de sensatez y humanidad por parte del gobierno podrá cerrar. Ya muchos han perdido la fe en la condición humana de quienes gobiernan. Pero quienes creemos en Dios y en los milagros, oramos y trabajamos porque esta guerra de hambre logre un armisticio.