El patriotismo es el último refugio de los canallas. Samuel Johnson (1709-1784), poeta, ensayista, biógrafo, lexicógrafo y crítico literario inglés
Venezuela vive una hora loca con una conga cada vez más frenética: OLP o disparen primero y no pregunten nada después; cierren la frontera, estado de excepción para justificar el desastre humanitario; la culpa de todo es de la oposición, denunciada en cadena nacional por el asesino de la descuartizada, ahora testigo estrella del gobierno, presentado por el presidente y por Tareck, que también lo usó para revelar el plan criminal contra la hija de Cabello (no por mala cantante, sino porque sí), mientras su papá denunciaba furioso en la frontera un apagón, según él “sabotaje para que el país no escuche que hay que obligar a Colombia a derogar sus decretos que permiten el bachaqueo”. Claro, él ignora que esos acostumbrados apagones no tienen que ver con silenciarlo sino con jorobarnos a punta de ineficiencia y corrupción.
Demasiada hora loca para unos días, pero hay que entender la situación: la encuestadora Ivad, que siempre da de ganador al gobierno, dice que el 82% opina que el heredero del finado no tiene capacidad para presidir el país y lo responsabiliza del desastre económico. Las alarmas suenan y al señor de quien desconocemos la nacionalidad, sitio de nacimiento, estudios realizados, no se le ocurre mejor idea que atacar al dueño de las empresas que están salvando a Venezuela de una hambruna: “Porque por ahí hay un pelucón mayor, que es el jefe de la guerra económica, que porque tiene un poco de real afuera y porque tiene algunas empresas importantes, viene a chantajear al pueblo con los productos. ¿O no? A ese pelucón le va a llegar su sábado. Esperen, yo no hablo por hablar”, amenaza pasándose la lengua por su diente roto.
Indudablemente los venezolanos deseamos planes de seguridad que nos liberen del pranato de los delincuentes, que nos han despojado del derecho de vivir, trabajar y transitar en nuestra propia tierra. Pero hay serias observaciones en la actuación de las fuerzas armadas y civiles del régimen. Como dice Carlos Ayala Corao: Los derechos humanos son de todos y defenderlos no significa impunidad sino aplicar la justicia en su estricto sentido de dar a cada quien lo que le corresponde. Vivir en un barrio no significa ser delincuente, ser indocumentado no implica la condición de paramilitar o contrabandista. Un gobierno que trata a todos los venezolanos como bachaqueros, especuladores o apátridas, no puede aplicar más que estos operativos que arrasan con todo en lugar de un continuo programa de seguridad o una férrea política de control fronterizo.
El heredero no halla qué hacer para aferrarse al trono que ganó por su fidelidad al finado. Hasta los rojos quieren salir de él, obstinados de tanta babiecada que, según ellos, está dilapidando el legado del eterno. Lo tienen en salsa y él lo sabe. Pero se necesitan valor y honestidad para enmendar el rumbo, que inevitablemente le retornaría hacia la sensatez del libre mercado, el respeto a los ciudadanos y sus propiedades, el apego a la democrática Constitución nacional. La enmienda le sale más cara ante sus correligionarios que estos disparates que inevitablemente van a llevar a su eyección. Tal vez sea lo que quiere, con tal le dejen disfrutar lo suyo en cualquier lugar (que ya no quedan muchos que quieran hacerse cargo del paquete) donde vivir sin tantas preocupaciones y responsabilidades que no puede manejar.
Ya vemos a funcionarios que andan de su cuenta, haciendo loas a su comandante solamente y tratando de demostrar cierta eficiencia en su gestión, tratando de salvarse de la debacle que se cierne y desmarcarse para salvar el pellejo. Varios grupos se disputan internamente una sucesión que llegará más temprano que tarde por una vía no electoral pero sí constitucional. Habrá un final de “por ahora” en el cual no será la oposición quien tome el testigo.
Y mientras las negociaciones, conspiraciones y “quimiqueos” internos de los rojos están ganando intensidad, la hora loca sigue en Venezuela. En un intento a favor de la confianza en medio de tanto desatino, la OEA ofreció su equipo de observadores electorales entrenados. Y saltó Tibisay pito en mano a decir que no acepta el “injerencismo” de la OEA. El que la debe la teme.
La pelea internacional es un buen recurso para distraer del gran lío nacional, piensa el gobierno. No dio resultado el ataque de patriotismo ante Guyana, el Caricom le frenó el trote. Ahora intenta con Colombia. Arrasan con barrios enteros, tumbando casas y quedándose con las cosas de valor, como dicen los deportados, que ya superan los 1.500. Sus casas fueron marcadas para la demolición, igual que las de los judíos por el nazismo. Separan familias, provocan grandes pérdidas comerciales, crean una crisis humanitaria en fronteras permeables, acusan de paramilitarismo, contrabando o bachaqueo indiscriminadamente, sacan de sus casas en la madrugada a mujeres y niños para deportarlos sin permitirles llevar sus enseres.
Todo es parte de un proceso de caos con que se pretende tapar la verdad que aterra a los revolucionarios: la absoluta mayoría de los venezolanos está harta de ellos y los quiere fuera del gobierno. Lo que sucedió en Cayo Sal es la muestra más gráfica de lo que siente el pueblo y cómo le responde el gobierno. La esposa de Diosdado Cabello y Ministra del Turismo fue abucheada por las 500 o 600 personas que estaban disfrutando la playa cuando llegó la funcionaria a inspeccionar junto a la gobernadora de Falcón. Eso sucedió a la una de la tarde. A las 4 llegó un piquete de guardias con equipos antimotines y enfrentándose a los temporadistas, por diferentes causas hizo presos a cinco, entre ellos a los hermanos Joselin y Johan Prato, quienes ni siquiera estaban en el cayo a la hora de la gran pita.
Con cargos literalmente tirados por los cabellos, los detenidos fueron llevados en traje de baño y al parecer a palo limpio a juzgar por las lesiones que sufrió la joven, a quien una funcionaria de la PNB, de nombre Marie Ochoa, junto con otros dos funcionarios, le fracturaron un brazo, causaron rasguños y hematomas. Los detenidos fueron internados en la cárcel de Coro, donde son asistidos por el Foro Penal Venezolano. Tal vez el delito de los hermanos Prato es ser gochos. La venganza de los Cabello alcanzó su hogar en Rubio, que fue allanado, derribada la puerta, sacadas computadoras, tabletas y hasta un bulto de papel tualé. La residencia donde vive Joselin, quien estudia ingeniería en la Unefa de Barinas, también fue allanada. La desgracia ha caído sobre una familia venezolana, igual que sobre todos los hogares del país que enfrentan un totalitarismo sin justicia y sin cordura. Afortunadamente, esta hora loca está llegando a su fin.
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