Alejandro Andrade –a diferencia de la mayoría de los boliburgueses- hizo amistad con el epítome del escualidismo. Se sentía a sus anchas en los clubes de equitación, donde financió concursos, pagó premios y compró lealtades.
Por: Carolina Jaimes Branger @cjaimesb / El Estímulo
Lo vi llegar a un club donde un anuncio con su nombre reservaba el puesto de estacionamiento más privilegiado. “¿Y es que Andrade es el presidente del club?”, pregunté. “No, pero nos regaló el techo del picadero”. Inútil rebatir que “el regalo” lo había hecho con el dinero de todos los venezolanos.
Una pareja que conocí en una fiesta contó cómo “Alejandro” los había invitado a pasar un fin de semana en París. “Estábamos cenando y Alejandro nos dijo “¿y por qué no nos vamos para París a pasar el fin de semana?”. Decir que estaban fascinados es quedarme corta. El marido aupaba a su mujer: “cuéntales, mi amor, cuéntales”. Ella narró sin escatimar detalles cómo fueron de aquí a Aruba “porque Alejandro tiene dos aviones y el grande lo guarda allá”, a buscar el avión que con suficiente autonomía cruzaría el Atlántico hasta llegar a París. Dónde comieron, el hotel de cinco estrellas donde se quedaron, los sitios que visitaron, lo que compraron, “todo “invitados” por Alejandro”. Me fui asqueada de la mesa donde estábamos sentados, para ser regañada por una conocida “por lo agresiva que yo me había puesto”. Yo que me sentía agredida y para ella, la agresiva era yo…
Vi llegar a Andrade a esos clubes y decir “güisqui para todo el mundo” y ver a personas que –sin ninguna necesidad- se desmoñaban para tomarse un trago gratis. También fui testigo de conversaciones en las que ciertas personas planeaban ir de visita a su granja de Wellington. Y no fue que escuché secretos o confidencias… Las conversaban abiertamente. Los más “importantes” eran los que habían sido invitados.
Andrade era un “pana” con real. Varias veces me he referido al escabroso asunto de que en Venezuela no es lo mismo “un corrupto” que “mi corrupto”. Cuando el corrupto es pana, deja de ser corrupto automáticamente. Entonces hay que “aprovechar las oportunidades”, sin que medie el pensamiento, mucho menos es escrúpulo, de que esos reales no son del que invita y de que “tanto peca el que mata la vaca como el que le amarra la pata”.
La reflexión viene a cuenta porque me pregunto dónde están metidos esos lambucios que le jalaron tanto mecate, ahora que el “pana” ha caído en desgracia. Porque son unos artistas en el arte de desaparecerse. Ahora nadie lo conoce. Ahora miran para otro lado. Y quizás hasta lo critican. ¿Por qué no defienden a su amigo el espléndido, al que se vivieron tantas veces, al que los llevó a París en uno de sus aviones, al que les pagó todos los tragos que se tomaron y los recibió como un perfecto anfitrión en su finca de Wellington? ¿Por qué ni un tuit, ni un post en Facebook diciendo que lo conocen, que son sus amigos y que lo defienden? ¡Eso no pasará! Así como lo explotaron, así lo olvidan. Si Andrade quiere saber quiénes son sus amigos, tendrá que hurgar en su pasado remoto. Porque esos lamesuelas a quienes él conoció no son amigos de nadie. No importa cuántas veces los haya invitado, bajarán la mirada y se harán los locos.
Esa parte de la sociedad corrupta y complaciente seguirá ahí para seguir corrompiendo a quienes detenten el poder en el futuro. E igualmente se olvidarán de ellos cuando entren en desgracia.
Ese tumor social habrá que extirparlo porque de lo contrario seguirá creciendo y dañando. Cuando se pregunten de dónde viene gente como los bolichicos, la respuesta la encontrarán en ejemplos como los que acabo de mencionar. Igual les pasará a todos aquellos que –como Andrade- en algún momento se sintieron admirados y queridos. Serán abandonados en su desgracia por quienes tuvieron la desgracia de conocer…
En 1911 Pío Gil escribió “Los felicitadores” una novela contundentemente escrita sobre ese estrato decadente de la sociedad venezolana. Allí describe de manera magistral al dictador, a su círculo de ladrones y la cuerda de sabandijas que se aprovechaban de ellos. Ciento siete años después, parece que seguimos siendo la misma sociedad subdesarrollada y falta de moral:
“No hay grandes virtudes ni grandes vicios; hay, sí, grandes robos, pero los ladrones no son grandes; son rateros que saquean las arcas públicas con miserables combinaciones de granujas; pilletes que estafan millones, con vergonzantes operaciones”. Los mismos ladrones. Los mismos pilletes. Los mismos granujas.