El socavón emocional de algunos sectores medios, no tiene nada que ver las mayorías populares
«Hay mucho futuro, pero no para nosotros». Kafka
Grupos importantes de las clases medias en Venezuela, que pueden clasificarse en ese estamento por su grado de educación y valores, aunque no por nivel de ingresos (que son marginales en monedas verdaderas) viven una depresión emocional y política. La coyuntura económica y el deterioro del entorno material y cultural los llevan a pensar que el país carece de futuro, se entregan a un denso pesimismo y emigran masivamente. El detonante de este abatimiento fue que la prédica de 2014 les hizo creer en la posibilidad de victoria inmediata, que faltaba poco. Eso también levantó equivocadamente expectativas, tornadas en resentimiento ante el fracaso que, como quien señala ¡al ladrón!, volcaron sobre opositores racionales que sabían infantil la supuesta vía.
El resultado de 2014 es que 85% de la gente repudia la violencia de calle -muy comprensible- pero 75% censura cualquier protesta pública y ojalá la campaña electoral permita revertir esta última tendencia. Por eso, para prevenir en el futuro semejantes autoagresiones, los dirigentes deben acostumbrarse al debate estratégico de sus audacias, para no incurrir en el efecto perverso de Maquiavelo o el síndrome del coyote: que las acciones tomadas con un fin, terminan alejándolo en beneficio del adversario. No volver a la práctica del estudiante necio: acusar a los demás de su fracaso. Las clases medias, instruidas, informadas, con formación académica, tienden a involucrarse intelectualmente en la política y se asumen calificadas para dictaminar sobre un territorio que no conocen y en el que, como en todo oficio, la capacidad se estructura en la experiencia.
Suicidio sofisticado
En cambio los sectores populares se mueven de forma menos pretenciosa y, para resumir, votan para castigar o premiar a quienes juzgan culpables de sus males cotidianos (criminalidad, miseria, escasez) o les ofrecen una posibilidad creíble e impactante de mejorar. No presumen saber de lo que ignoran, ni cuestionan las decisiones que toman aquellos a los que siguen, y rechazan la violencia y las aventuras por instinto de conservación. No se les ocurre el desaguisado de llamar traidores a los líderes porque en Guatemala o en Ucrania destituyeron al presidente y aquí no. Hoy ocurre lo que señalaba Luis V. León, uno de los mejores analistas del país: por primera vez se concurre a un proceso electoral con posibilidades a priori para que gane la alternativa democrática. Y paradójicamente parte importante de los grupos ilustrados cree que va a perder.
El gobierno hace sentir que eso será así y todas sus acciones van a ese propósito: pasar por todopoderoso aunque su rasgo más resaltante es la debilidad, la incapacidad, la abulia. La monstruosa condena a L. López y otros acusados sin razón, en procesos kafkianos, las inhabilitaciones, amenazas y vejámenes permanentes, las insensatas provocaciones a países vecinos pacíficos, persiguen mantener el abatimiento y apuntan a un trapicheo para suspender las elecciones. El caso de López alcanzó una repercusión tan importante que volvió a movilizar la opinión de grandes líderes globales. Por unos días incluso sacó el sketch con Colombia de la jerarquía noticiosa. Si los autores pretenden con eso y con la crisis fronteriza tapar la escasez y la inflación, quieren esconder el cáncer detrás del SIDA o cambiar la peste por el cólera
La peste por el cólera
El socavón emocional en el que se encuentran algunos sectores medios, no tiene nada que ver con el estado anímico de las mayorías populares, compuesto por hastío, pero también resolución, voluntad de cambio. Los pintorescos potes de humo, peines, trapos rojos y demás términos de la jerga, no hacen más que tejer un telón de errores, y la ciudadanía, en vez de olvidar el anterior por el siguiente, ve cada uno de ellos como una tragedia que debe superarse por medio del voto. Cosa extraña: hay que convencer a los convencidos, dirigir un mensaje especial a esos grupos ilustrados para sacarlos del spleen, el abstencionismo, el cuestionamiento a la Unidad, socavón donde los sepultaron las tonterías del radicalismo y el fracaso romántico. Alguien ha dicho que el Romanticismo es la estética del fracaso. En Chile, Nicaragua, Polonia, Rusia, Hungría, Brasil en ebullición, las clases cultas no se abandonaron a la melancolía, la náusea sartreana, la fatalidad existencialista.
Los héroes de Hugo, Lamartine, Chateaubriand, Gautier, Berlioz, Dumas, eran solitarios morales incomprendidos, que enfrentaban una sociedad corrupta a la que despreciaban y que no querían convencer sino sacudir. Se cuenta que el rabioso poeta Petrus Borel, a la salida del estreno de Hernani, la obra máxima del Romanticismo francés, gritó «mi republicanismo es licántropo». El ideal la Dama de las Camelias que tosía y apartaba el pañuelo de encajes lleno de sangre. Eranenfant terribles que despreciaban la inferioridad ética de los otros. Esa actitud conduce al martirio como a Jean Valjean, pero no al triunfo. Una campaña con planteamientos serenos pero contundentes, que expanda entusiasmo y dé esperanzas, que unifique las fuerzas de cambio y segregue los aventureros y zánganos, debería crear una onda de emoción que supere la melancolía. Convencer.