Varios líderes radicales han tenido sus epifanías, salen de las penumbras, se resetean, y comienzan un nuevo destino, para beneficio de quienes vieron envilecerse sus salarios, perdieron los empleos, fondos de retiro con los ahorros de toda su vida, y una mano gigante los lanzó a la incertidumbre. Justificadamente se tiende a no creer la nueva empresa y para hacerlo no solo deben verse los resultados sino además convencer de que están ocurriendo, que no es soplar y hacer botellas. En la democracia quien no convence no vence. Los que encuentran la ruta, y el grupo humano que los rodea, se formaron en concepciones contrarias y tienen dificultades epistemológicas para enfrentar el reto. Y cualquiera que emprenda cambios, precisa cuidado para no fracasar en el intento como Mauricio Macri, Lenin Moreno y Carlos Andrés Pérez, que quisieron rectificar y lo hicieron a medias. A Pérez lo linchó una cofradía de odiantes y mensos, entre ellos el CEN de su partido, causantes de las tragedias posteriores, aunque los gavilleros terminaron en hazmerreír de la historia reciente.
Los otros dos cayeron quedaron en el peor de los mundos, al hacer reformas a medias por un miedo paralizador que les impidió tener resultados “ganar y cobrar”. No seguir adelante conduce a la desgracia de todos, y siempre a la miseria, la cubanización y finalmente al desplome. Hay muchos ejemplos exitosos, Karl Kautsky y Eduard Berstein, Den Xiaoping, Mitterrand, Felipe González, Clinton, Blair, Lula. Se aparta González (Isidoro) de la ideología los duros del PSOE que causo la guerra civil del 36, en el XXV congreso del exilio (Toulouse, 1972), y se integra a una secretaria general colegiada, con Nicolás Redondo y Pablo Castellano. Dos años después lo eligen secretario general con una línea clara e inflexible: sacar a España de la edad media franquista, incorporarla a la globalización y a la democracia y, en el contexto del conflicto EE. UU-URSS, lavarle la imagen comunista a su organización.
Para llegar a la presidencia de España tuvo que pasar el Rubicón del izquierdismo ancestral del PSOE y jugarse el resto en una acción temeraria, proverbial y que vale la pena recordar. Relecto jefe en el congreso del partido de 1979, en demostración de coraje político y claridad estratégica –que no se dan demasiado- pone como sine qua non eliminar el marxismo de los estatutos para asumir el cargo, porque recordaba a los españoles lo ocurrido en la república fracasada. Al no lograrlo, se retira del evento. Cuatro meses después, el partido convoca un congreso extraordinario, liquidan al marxismo, devuelven a González la secretaría general y a partir de ahí comienza la historia de éxitos. España se distancia del socialismo, entra en la prosperidad y se convierte en el país moderno y todo lo que hoy. el progresismo pone en juego. Historias parecidas de coraje e inteligencia protagonizaron otras figuras de la izquierda, que entendieron la necesidad de librar a sus partidos del pensamiento anacrónico, el estatismo, la persecución a los productores, el autoritarismo y la siembra de miseria.
John Rawls, Raymond Aron, Anthony Giddens, Antonio Escotado, Francis Fukuyama, Umberto Cerroni, Amartya Sen, fundamentan en teoría una verdad simple, pero inaccesible a muchos políticos: para que un país avance se requiere que su gente dedique la voluntad a producir, y lo contrario, el socialismo, es una fuerza punitiva contra algún o varios grupos de la sociedad, principalmente los productores. Hoy se puede afirmar que ese esquema jamás, nunca, en ninguna parte, ha traído más que desgracias. Pero persiste personajes, fósiles desde que nacieron, intelectuales de lecturas siempre precámbricas, que además carecen de sentido de la realidad y reclaman más “mano dura” pese a las tragedias provocadas por su iglesia profana. Circuló en internet un papel con la firma de algo llamado Vanguardia Bicentenaria Republicana, que acusa de “traición la entrega al capital de las conquistas revolucionarias”.
Para este Marcial Lafuente de la de la épica revolucionaria, a falta de La Bastilla, la gloria era inutilizar el Sambil de la Candelaria, robado, abandonado, siniestro, que ahora en manos de sus dueños, cobra vida y dejó de ser un tumor urbano. Pero para estos extraños señores, devolverlo lo hizo “templo del consumismo capitalista y allí volvieron exultantes sus dueños y esa clase social llena de odios y desprecio por el pueblo oprimido”. Este texto es al mismo una dosis matacaballo de cursilería, un test de inteligencia y una prueba psiquiátrica para quienes lo escribieron, y nos permite descubrir con temor una deformación de la realidad, una rara perturbación emocional que confunde La Candelaria con la rive gauche, donde se pasea gente que cenará en Le comptoir du pantheon. El pecaminoso “consumismo capitalista” consiste en ver una película en Cines Unidos, comprar un bluyín chino en diez dólares si alcanza, y comer comida árabe en el kapitalismo salvaje y monstruoso de la Feria. Les horroriza, por otro lado, que ahora en el país se permitan casinos, sitios “de perdición”, pero también de “ganación” para los que tienen suerte.
En el Vaticano no hay casinos y no es fácil imaginar una monjita hacer acordeones con un mazo de póquer mientras comienza la mano, pero en la mayoría del mundo sí, (si hay casinos, claro) y ciudades dedicadas que giran en torno a ellos, Las Vegas y Atlantic City, y en las que tienen gran importancia, Montecarlo, New Orleans, Venecia y mil más. También el kapitalismo cultiva otros centros de pecado para que la gente sea demoníacamente feliz, restaurantes, discotecas, bares, moteles para solaz de los amantes. No se salva del hisopo con roja salsa de tomate, la televisión del Estado por trasmitir películas y telenovelas como cualquier televisora popular en vez de historias de fusilamientos revolucionarios, jornadas de trabajo masivo y sin salario en la “zafra de las 10 mil toneladas”, biografías de Fidel Castro, Mao y Pol Pot. Ese “documento” que debe guardarse porque es una antología irrepetible de las locuras místicas del comunismo, en la segunda mitad del siglo XXI, a treinta y cuatro años de su hundimiento planetario con terrible estruendo.
Se necesita ser marxiano o marciano para escribir tales atorrancias, cuando sesenta países murieron de hambre en el intento, y para los que no conocen esa historia, a dos horas de vuelo en el Caribe, hay una isla donde no hay comida ni medicinas para sus sobrevivientes, luego 65 años de haber creado un mundo nuevo. “Se trata de derrocar el viejo régimen no solo en los hechos sino también en las ideas, las costumbres y lo valores. Eliminación de propiedad privada monopolística nacional”. Hay individuos suficientemente desbalagados para repetir este íncubo ideológico, este síntoma de esclerosis intelectual, después de la destrucción de 75% de las empresas y del empleo del país y cuando vamos heridos por el camino que huye del socialismo, las expropiaciones, los controles de precios (hiperinflación) controles de cambio (hiperdevaluación). Viven mentalmente en Saturno para pretender que regresemos a la desgracia. Razonan como la inquisición, a nombre de lo que supongo será el aporte de Britto García, inspirador de ese documento maoísta: el comunismo místico. Aterra que en un barajo, un traspiés, pueden retomar las riendas.
@CarlosRaulHer