El régimen cree que su enemigo fundamental es la oposición y no advierte que lo es el caos que ha creado. Como el ejército que se adentra en la selva para batir a su contrincante y cuando encuentra a un combatiente lo aniquila, pero no ve que al penetrar con mayor profundidad en lo que es un insondable territorio se encuentra atrapado en sus ciénagas viscosas, enmarañado en la oscuridad ominosa, mientras las alimañas lo mordisquean y envenenan, al tiempo que miles de ojos brillan allá lejos, en la sombra, y observan el naufragio del todopoderoso atacante.
Maduro se hunde en el caos que ha creado. El comercio ha sido sustituido por el “bachaqueo”; el orden de la calle respondona se le ha entregado a los “colectivos”; la palabra civil ha sido tomada por la salacidad de los rojos; la salud la han roído bacterias, suciedad y abandono; el hambre está en la mendicidad alineada en colas infamantes; a la Fuerza Armada le han hecho abandonar su misión para sumirla en la corrosión ideológica y la incapacidad operacional, sin sentido y sin convicción.
El tejido social ha sido destruido y en lo que eran redes organizadas para la industria y el comercio, para la actividad laboral o la diversión, para el placer o el trabajo, para la seguridad y el abastecimiento, ahora emerge el desorden, la miseria, el odio y la anarquía.
Es cierto que el gobierno quiere estirar el tiempo político para que no haya referendo revocatorio, ni libertad de los presos, ni proceso ordenado para su sustitución. Quiere tiempo. Pero hay que decir que mientras más tiempo político tiene, el incremento del tiempo social lo corroe, inclemente. Un día tras otro se incrementa el caos y la ciénaga se traga el régimen y el país como un todo. Gana tiempo, pero lo socava no la oposición sino el caos.
El régimen cierra desde adentro su última puerta de salida del edificio en llamas dentro del cual se guarece. La cierra al prostituir un diálogo que podría haber sido -con mediadores confiables y de haberse intentado con toda la oposición- un camino, aunque tortuoso, un camino.
Venezuela se enfrenta prácticamente devastada a las tormentas del caos. Aunque el régimen no alcance a entenderlo, la invocación que ese valeroso personaje que es Luis Almagro ha hecho de la Carta Democrática, pudiera ser el último camino pacífico de resolución del conflicto si la comunidad de naciones americanas se involucra.
Pero, no. Por su obcecación, la ciénaga se los traga y lo único que se oye en la noche sobrecogedora de la selva es el cri-cri-cri de los grillos y el glú-glú-glú de Maduro.