Podrán decir de ella cualquier cosa y siempre habrá dudas: que es el verdadero poder detrás del trono que ocupa su esposo, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.
Que es una abogada de medio pelo indigna del cargo que ostenta y que, sin embargo, tuvo el tino de colocar zancadillas oportunas a los rivales para escalar junto a su marido al primer puesto de la línea de sucesión chavista durante la agonía de su líder Hugo Chávez. Son conjeturas que cuesta verificar porque al fin y al cabo son percepciones de observadores casi siempre resentidos. Pero nadie podrá negar que la primera dama Cilia Flores de 62 años, es la más generosa de sus familiares, y que los respalda en buenas y malas.
En todo su paso por la Administración pública, Flores ha procurado colocar a sus familiares cercanos en puestos clave. Cuando en 2007 el poder legislativo convocó un concurso de credenciales para llenar cargos vacantes y crear otros, los allegados de Flores, que entonces presidía la Asamblea Nacional, fueron casi todos seleccionados. Dos de los siete miembros del jurado eran su prima y su nuera y avalaron la contratación de 13 familiares.
En total, el sindicato chavista aseguró entonces que 37 personas, entre parientes, parientes políticos y afectos de estos, habían ingresado a la nómina en desmedro de otros más preparados. La respuesta de Cilia Flores fue tajante: descalificó a los periodistas que habían recogido la denuncia tildándolos de “mercenarios de la pluma” y comenzó a obstaculizar, a modo de retaliación, el trabajo de la prensa independiente. Esperó varios meses una razón para actuar. Después de que el canal de noticias Globovisión, que entonces era un fiero opositor al régimen, transmitiera las tomas del ordenador personal de un parlamentario chavista —quien, mientras se desarrollaba la sesión, observaba fotos de una mujer desnuda—, Flores consiguió la excusa para expulsar a la prensa del hemiciclo de sesiones y los confinó a un salón. La medida sigue vigente y es parte de la inquina que el chavismo más comprometido siente contra todos aquellos que no son propagandistas del régimen.
El sobrino predilecto de Flores no estaba entre aquellos familiares favorecidos por un concurso al parecer amañado. Se trata de Carlos Erik Malpica Flores, de 43 años, quien siempre ha sido la mano derecha de Nicolás Maduro. Primero le acompañó como director de Gestión Administrativa y Servicios cuando el hoy presidente era la cabeza del poder legislativo; luego lo siguió a la cancillería en un cargo similar. Era el mejor preparado de todos, según sus allegados: con un título de pregrado en administración de empresas de la Universidad de Carabobo y con estudios de posgrado en comercio. Pero lo que más gustaba a la pareja presidencial era que Carlos Erik nadaba a contracorriente de todos sus parientes, que gustaban de presumir de la riqueza recién obtenida. Es sabido que evita las fotografías en actos públicos y se asegura de que no haya imágenes suyas en las publicaciones institucionales de las dependencias que ocupa. Tal vez esa discreción le haya ayudado a ser hoy en día unos de los civiles más poderosos dentro de la nomenclatura chavista. Después de la muerte de Chávez fue nombrado subtesorero de la Nación, director general del Banco de Desarrollo Económico y Social de Venezuela y, a finales de 2014, tesorero de la Nación. La seguidilla de cargos ocupados en su desempeño como burócrata tal vez poco signifique al lado de una idea más poderosa: es cuentadante de un Estado que en 2014 ingresó 50.000 millones de dólares a sus arcas por concepto de importaciones petroleras. Por sus manos pasa todo el presupuesto nacional
La idea sobre el nepotismo de la pareja presidencial venezolana es un asunto criticado con frecuencia por sus adversarios, pero esos señalamientos son ignorados y descalificados a menudo por la jerarquía oficial. De Cilia Flores el relato chavista prefiere destacar su fidelidad hacia el comandante Chávez desde el día de su puesta de largo en la sociedad venezolana, y ocultar las diferencias que mantuvo con el caudillo cuando salió de la cárcel y evaluaba la forma más expedita de llegar a la presidencia. Flores, Nicolás Maduro y el exalcalde del municipio Libertador de Caracas Freddy Bernal eran parte de una corriente dentro del Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, la primera organización política de los militares golpistas de 1992, que se negaba a aceptar que Chávez abandonara la tesis abstencionista y compitiera como candidato en las elecciones presidenciales de 1998, que finalmente ganó.
Esa postura era cónsona con la prédica de la entonces desconocida Flores. Muchos años después, cuando ya era diputada, concedió una entrevista a un medio local en la que confesaba que hasta la aparición de Chávez era una abstencionista militante. Nunca había sufragado en las elecciones presidenciales quinquenales que se organizaron en Venezuela entre 1958 y 1998 durante el periodo de la democracia de partidos. En aquellos días descreídos trabajaba en la policía científica, se afanaba en terminar sus estudios de Derecho y estaba casada con su primer esposo, Walter Gavidia. De esa unión nacieron tres varones: Walter Jacob, hoy juez noveno de control en el área penal y, desde julio de 2015, presidente de la Fundación Propatria 2000, encargada de coordinar la construcción viviendas para familias pobres; Yoser, de quien no se conocen mayores detalles, y Yoswal Alexander, joven atleta que practica crossfit, un programa de ejercicios que encadena levantamiento de pesas, gimnasia y atletismo con rigor de cuartel militar. Parte del desempeño del hijo menor de la primera dama de Venezuela puede ser visto en la plataforma de vídeos YouTube.
Cualquier actividad de ellos ha quedado opacada por el escándalo desvelado la semana pasada con sus primos Franqui Francisco Flores de Freitas y Efraín Campo Flores, acusados en una corte de Nueva York de conspirar para intentar introducir 800 kilogramos de cocaína en Estados Unidos. Por ahora la tía Cilia ha permanecido en silencio evaluando la situación. Esa reacción es también una herencia de Hugo Chávez. Cuando un escándalo que involucraba a un subordinado lo acechaba pasaba varios días sin aparecer en televisión para evitar una respuesta fuera de lugar. Después, cuando todo parecía apaciguarse, el comandante presidente ensayaba una explicación en la que se declaraba víctima de una conspiración. Y siempre respaldó a los suyos.
El nuevo País