La abogado Angelis Quiroz, que estuvo presa en El Helicoide durante tres años y tres meses por la estafa cometida por el concesionario La Venezolana, responsabiliza a su padre, dueño de la empresa del delito del que se le acusa. Afirma que ella es inocente, y que fue un chivo expiatorio de Jhon Quiroz y su socio.
En mayo de 2014, Angelis Quiroz, directora del concesionario La Venezolana, fue acusada de cometer delitos de legitimación de capitales, estafa continuada y asociación para delinquir. La empresa fundada por su padre ha sido investigada por la estafa a más de seis mil personas en la compra de vehículos. El 29 de abril de 2015, casi un año después de haberse emitido su orden de aprehensión, lapso en el que se mantuvo fuera del país, Quiroz se entregó a las autoridades venezolanas. El 1° de junio de 2018 fue liberada junto a 38 presos, 17 de ellos presos políticos, que recibieron beneficios procesales.
Su liberación fue juzgada a través de las redes sociales, donde usuarios sugirieron incluso, cuenta Quiroz, atentar contra su vida. Dos semanas después de su excarcelamiento, la ex directora de la compañía asegura a El Pitazo que afrontará las consecuencias de los cargos en su contra, pero afirma que no es la verdadera culpable. Responsabiliza a su padre, Jhon Quiroz, y a su socio, Ramón Briceño, a quienes acusa de haberla usado como chivo expiatorio. Devela, además, el vínculo entre el ex gobernador de Vargas, Jorge Luis García Carneiro, y La Venezolana; y asevera que los vehículos sí llegaron a Venezuela, aunque desconoce su destino.
.—Pese a no presidir La Venezolana al momento de su intervención, es la principal acusada del presunto fraude cometido por la empresa. ¿Cuáles son las razones?
—Me implican porque mi papá me regaló acciones de la empresa. Pero la compañía no era mía. Yo me encargaba del manejo de personal, y nunca estuve vinculada a la venta de los vehículos ni nada. Tampoco era lo mío, y no estaba en absoluto feliz de trabajar ahí. Cuando intervinieron la empresa, mi papá me sacó del país a la fuerza. Yo no quería irme. Soy abogado y había trabajado durante seis años en la administración pública, en auditorías. Quería saber qué pasaba y cómo podíamos actuar. No sabía qué estaba ocurriendo. Afuera de Venezuela, el 6 de junio de 2014, supe que estaba solicitada y que habían dicho en los medios de comunicación que había huído. No me fugué. Salí caminando normal. Nunca me oculté.
Cuando tenía tres meses ya en Colombia, mi papá me abandonó. Sin dinero, sin documentos, incomunicada. Desde que empezó todo, él me me dejó sola. Caí en depresión, y 11 meses después, decidí entregarme. Logré, finalmente, comunicarme con él para decirle lo que haría. Pensaba que, entonces, él haría lo mismo. Cuando hablamos solo me dijo: “No eres capaz”, se rió y me colgó. Tuve que vender mi anillo de graduación para poder comprar un pasaje y regresarme a Venezuela.
.—Si usted no es culpable de esta situación ni de las acusaciones en su contra, ¿por qué se entrega?
—Yo no nací para huir. No imaginaba mi vida fingiendo ser otra persona, en otro país. Para mí era mejor venir, afrontar. En el Sebin, hasta los funcionarios me decían: “Yo siendo tú no me hubiese entregado”. Pero es que era como vivir en otra cárcel. Es horrible caminar por la calle, escuchar una sirena, y pensar que te van a agarrar. Luego, estaba presa, sí. Pero, al menos al comienzo, dormía en paz.
Yo me imagino que cuando la gente escucha mi nombre se imaginan unos tacones, 20 mil escoltas y una camioneta super blindada, y no es así. El que no la debe no la teme, si no ¿por qué aguantaría tres años y tres meses en prisión? La gente eso no lo entiende.
Cuando me entregué, tenía la disposición de ayudar a las personas perjudicadas. Pero, tras la intervención, congelaron todos los bienes de la empresa y los personales. Ellos quedaron desprotegidos jurídicamente, igual que yo. Yo no tenía millones, como se cree. Tenía mi salario nada más. Durante el proceso me robaron mi carro, mis cosas, hasta mi ropa.
La empresa de su padre fue señalada de estar relacionada con personas de alto poder político, militares de alto rango. ¿Es así?
—En La Venezolana, yo solo trabajaba temas de personal. Jamás estuve en reuniones con personajes de alto rango. De eso se encargaban Quiroz y Briceño. Pero sí supe de personas importantes que se reunieron con él.
—Habla de personajes importantes. A su padre se le vinculó con el ex gobernador Jorge Luis García Carneiro. ¿Tiene conocimientos sobre esta relación?
—Sí sé que hubo una relación con García Carneiro, pero no supe hasta qué nivel. Nunca tuve contacto con él, ni lo conocí. La empresa patrocinó un evento deportivo en La Guaira, y Carneiro tenía parte en eso. ¿Respaldaba la empresa? Creo que sí estaba interesado en el concesionario. Pero creo que si hubiese un vínculo mayor, cuando pasó lo que pasó, La Venezolana no se hubiese visto envuelta en todo eso. Como empleada y profesional, hacía mis informes. Recomendé mantenernos al margen del Gobierno, pero ellos podían considerar o no mi opinión. Quizá para otro padre lo que pensara su hija valdría la pena, y esto no hubiese ocurrido. Pero no fue así. Todavía, después de cuatro años, me estoy enterando de cosas del concesionario.
.—No quería vincularse al Gobierno…
—Ni a la oposición. Yo no tengo relación con ninguno. Soy muy del camino del centro, aunque reconozco la situación que atraviesa el país. Siempre le he huido a la política. Aplaudo la iniciativa de liberar a los presos políticos y presos comunes, pero no tuve que ponerme ninguna camisa, de ningún tinte político, para salir en libertad.
.—Tras su liberación el 1° de junio, se le acusó en las redes sociales de haberse aprovechado de beneficios procesales que no le correspondían, por no ser presa política. ¿Qué dice al respecto?
—No pretendo pasar como presa política. No hubiese querido serlo nunca, porque sus condiciones son peores que las de un preso común. Después del motín, por el que liberaron a un primer grupo, las mujeres iniciamos una huelga de hambre. ¿Por qué? Porque en El Helicoide hay hacinamiento, porque soportamos atropello tras atropello, porque nos pisotean, porque no hay asistencia médica, porque hay retardo procesal. Después del motín, habían trasladado a 60 presos comunes a dos centros penitenciarios. Aún así quedamos al menos 180 presos.
La gente me ataca por haber entrado en la lista de liberados, pero pocos saben que en tres años y tres meses presa, estuve esperando durante 20 meses la apertura de mi juicio, y eso nunca pasó. El nivel de desespero de las mujeres que estábamos ahí era bárbaro. La huelga de hambre fue una medida desesperada. Pero después de eso se reunieron con nosotras y nos dijeron que estaban revisando nuestros casos. Por eso, la siguiente liberación incluyó a presos comunes, como yo. La gente no lo ve, pero este es un caso de Estado, y yo estoy en el medio.
Dice que las condiciones de los presos políticos son peores. ¿En qué se diferencian de los presos comunes? ¿Qué ocurre dentro de El Helicoide?
—Todas las aberraciones posibles ocurren dentro de El Helicoide. Hay gente que no cree lo que pasa hasta que entra. Yo no quiero que la gente me tenga lástima, pero en la cárcel viví cosas horribles. Y es peor cuando la persona que te involucra en un delito que no cometiste te abandona. Jhon Quiroz y su socio me destrozaron la vida. Si yo tengo que pagar algo, siento que lo he pagado durante estos tres años. Si debo pagar algo por haber trabajado en la empresa, por haber recibido esas acciones, lo he pagado con creces.
Cuando me liberaron, muchos me juzgaron, alegando que yo era una estafadora. Les pregunto: ¿Dónde están mis Derechos Humanos? ¿Dónde están los DDHH de las otras mujeres que siguen en El Helicoide? Somos seres humanos, y cada quien tiene derecho a equivocarse y aprender de esos errores. Hay muchas personas que siguen ahí injustamente. ¿Acaso los DDHH tienen etiqueta? ¿Dónde está la humanidad del venezolano? Nadie se pregunta: ¿Y el presidente? ¿Y el vicepresidente? Yo era una directora. Nunca me había visto en una situación como esta. Ellos son los culpables. Aún así, Quiroz fue detenido después que yo, y de Briceño nadie sabe nada. Huyó, y nadie lo buscó jamás.
—¿Qué ha ocurrido con su caso? ¿Qué ocurrió después de la intervención de La Venezolana?
—De la intervención no hay respuesta aún. Igual no puedo dar muchos detalles sobre ese proceso porque sigue abierto, aunque ahora lo afronto en libertad. Sigo esperando la audiencia para la apertura de mi juicio. Esta es otra etapa. Sé que este no es el fin. Estoy clara, como cuando me entregué, y seguiré dando la cara.
Qué más quisiera yo que haber traído esos carros al país, con apenas 24 años, y haberlos entregado orgullosa. Y los carros sí llegaron. Cuando se intervino la empresa, estaban en aduana. Y me han enviado fotos de muchos, rodando sin placa. Quisiera resolver esta situación, pero no puedo. Ese proceso está retardado y no es mi culpa. Estoy afrontando cargos que deberían estar afrontando Jhon Quiroz o Ramón Briceño. Pero el pasado no se puede arreglar. SOlo queda seguir adelante.
—Además de los cargos por estafa, ¿qué otros hechos ha debido afrontar?
—Me costó mucho caminar lo que estoy caminando hoy. Estuve tres años y tres meses presa. Ellos me quitaron todo. La tranquilidad mental. El comienzo fue agridulce, porque sentía que afrontaba el problema. Pero luego, con los días, meses, sentía que el encierro me robaba los sueños. ¿Y si me quedo? ¿Y si este retardo procesal no termina y me pudro aquí? ¿Si salgo con 48 años? El preso piensa mucho. Un día afuera es como una semana adentro. Entonces, uno duerme de día y vive de noche, para que las horas se pasen más rápido, y no pensar. A veces no duermes, pensando. Yo todavía tengo pesadillas. Todavía escucho las llaves y me pongo en alerta, porque “ahí vienen los funcionarios”. No todos son malos, es verdad. Y Dios no desampara al inocente. Pero ellos deben cumplir órdenes.
Cuando me liberaron, la gente en las redes me criticaba porque tenía mechas californianas, porque sonreía, porque estaba feliz de salir. ¿Pero es que no tenemos derecho? ¿Tenemos que ser infelices para que la gente sea feliz? En la cárcel, pintarte las uñas es algo que te motiva. Yo me cortaba el cabello. Yo pedí el agua oxigenada en una visita y me lo teñí, porque me sentía mal. Porque es horrible estar presa y sentir que se te va el alma todos los días de tu vida. Ves cómo tus amigos y tu familia siguen su vida y tú sigues ahí. Nadie te pregunta cómo te sientes. Obviamente, iba a querer pintarme el cabello, hacer lo poco que me permitían hacer.
El Helicoide es un cementerio de vivos. Está lleno de tristeza. Cuando sales, no olvidas los colores de los pasillos, el olor a preso: a guardado. Después de diciembre, cuando liberaron al primer grupo, a mis amigos, pensé en quitarme la vida. Lo había intentado también después de mi primer año presa. Me frenó preguntarme: ¿y si lo hago y mañana me liberan? ¿Y si me daño la vida por desespero? Uno siempre guarda algo de esperanzas. Pero el miedo es mayor. Miedo a ser olvidada.
—Cuando se inicie el juicio, aún corre el riesgo de ser declarada culpable. ¿Ha pensado en esa posibilidad?
—Por ahora, espero que el proceso continúe. Iré a todas mis audiencias cuando se fijen, y lucharé para esclarecer todo lo que se deba esclarecer. Este es el país de todo lo posible, y sé que puede ocurrir eso. Pero, ahora, lo afronto en libertad. El Helicoide me quitó la tranquilidad, pero también me enseñó tres cosas: que cuento con gente que me quiere, que no debo juzgar sin conocer, y que debo valorar cada momento de mi vida. Cosas sencillas como pagar un agua, fumarte un cigarro en una acera, ver el sol… Pero no como en la cárcel, donde te obligan a dar vueltas como un chivo en un circo.
Yo ahorita me estoy gozando mi libertad en las cosas más sencillas. No quiero dar lástima. No quiero ser famosa. Yo sólo quiero tener una vida, seguir estudiando, formar una familia. Quiero volver a ver a mi mamá, quien no está aquí, porque está muy enferma por todo este proceso. Quiero ir a mi tierra, en oriente, a ver a mi abuela; pero no puedo, por las medidas y el régimen de presentación que tengo.
Jhon Quiroz y esta situación destruyeron a mi familia. Pero nos levantamos y seguimos. Quiero que este proceso se abra y se cierre. Terminar con eso. Quedarme en mi país y ayudar a reconstruirlo. No hay ningún país como este. El olor de Venezuela no lo tiene otro lugar. Esa fue la razón por la que regresé y me entregué. Es mi tierra. No me imaginaba fuera de mi país, fingiendo otra vida. Las mentiras no se me dan, reseña El Pitazo