Estudiantes apelan a becas y trabajos de medio turno para pagar la universidad

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En Venezuela, el grupo en el cual hay mayor abandono escolar es el de jóvenes entre 18 y 24 años. Según la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) 2018, 65% manifestó no acudir a ninguna institución por la imposibilidad de asumir los costos.

El cuarto de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) planteados en 2015 por la Organización de la Naciones Unidas (ONU) es garantizar una educación de calidad. Lo ideal es que para el año 2030, los países miembros aseguren a todos los hombres y las mujeres el acceso a una formación superior para poder desarrollar las competencias que les permitan ingresar al mundo laboral.

Venezuela, como miembro de la ONU, está comprometida con los ODS. Sin embargo, la hiperinflación, la caída del poder adquisitivo, las fallas de los servicios básicos y la falta de voluntad política cada día obstaculizan más el camino que deben recorrer los jóvenes universitarios venezolanos para obtener un título. La mayoría debe trabajar a la vez que estudia; a veces, el período estandarizado de cinco años para completar la formación se convierte en seis, siete u ocho. El ritmo depende de cada quien, de sus recursos y capacidades.

Las autoridades gubernamentales no hablan sobre deserción universitaria, tampoco hay cifras oficiales. El 21 de noviembre de 2018, el presidente Nicolás Maduro, durante el acto por la celebración del Día del Estudiante Universitario, aseguró que hay una matrícula de 2.859.520, lo que, según el mandatario, significa que 90% de la tasa de escolaridad en este sector está inscrito.

Pocos son los datos sobre educación superior privada. En abril de 2018, Mirian Teresa Rodríguez, secretaria de la Universidad Metropolitana, precisó que para el período entre 2017 y 2018, 19% de los estudiantes dejó de inscribirse. También en abril, Magaly Vásquez, secretaria de la Universidad Católica Andrés Bello, explicó que hasta 2016 había más de 8.000 preinscripciones de la prueba académica para ingresar a la casa de estudio, en 2018, registraron la mitad.

Pese a las dificultades, algunos jóvenes siguen insistiendo. El Pitazo presenta las historias de cuatro estudiantes de las principales universidades privadas de la capital, muestra del compromiso con la educación y el esfuerzo que significa obtener una licenciatura en la Venezuela hiperinflacionaria gobernada por Nicolás Maduro.

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Gustavo Vilera espera poder hacer lo que le gusta luego de tantos sacrificios

Gustavo Vilera está en sexto semestre de Comunicación Social, ha sacrificado varias cosas para poder pagar la carrera en la Ucab. Primero, tiempo. Entre el segundo y el cuarto semestre fue beca trabajo, modalidad que le permitía cubrir la matrícula con su labor: durante medio día, se dedicaba a mantener en orden la sala y el camerino de Teatro Ucab.

Luego, sintió que eso le quitaba mucho tiempo; decidió renunciar para poder hacer otras actividades y generar algo de ingresos para ayudar con la alimentación en su casa. Conseguir un trabajo nuevo no ha sido fácil; su horario académico no es flexible: “Quedé en las mismas”, se lamenta.

También debió dejar actividades extracurriculares que le apasionan, como la danza. Trabajó durante junio, julio y agosto dando talleres de teatro para niños. Pensaba utilizar la remuneración para pagar clases de ballet y el uniforme que exige la escuela, pero debió invertirlo en la carrera.

Nunca había sido tan difícil pagar la universidad como para el período entre 2018 y 2019. Sus padres y sus hermanas mayores siempre lo ayudaron, pero esta vez, pese a tener aún un financiamiento de 20% que cubre la institución, no tenían capacidad, ni siquiera entre todos.

A principio de 2018, la Ucab comenzó con una nueva forma de pago: los alumnos cancelarían por unidades de crédito, por lo que el monto total dependería de la cantidad de materias que se inscriban. Para el mes de octubre, la unidad de crédito tenía un costo de 388 bolívares y Gustavo debía inscribir 30. Con un salario mínimo de 1.800 bolívares, la primera parte del semestre le costaba a Gustavo 9.545. Pero no se enteró de que, a mitad de mes, la unidad de crédito aumentaría a 583 bolívares. Cuando llegó a la caja, supo que el monto era de 14.342. La diferencia la reunió con ayuda se varios amigos.

Gustavo se siente desanimado. No sabe qué será de él ni de la carrera este año. Para poder terminar el semestre, debe pagar casi 42.000 bolívares y todavía no sabe cómo conseguirá el dinero. Valora la educación que brinda la Ucab, aunque admite que a veces quiere rendirse: “La educación de la Ucab es muy integral. Uno sale preparado para lo que venga; pero es fuerte, porque es estudiar, estudiar, estudiar y dejar muchas cosas atrás para intentar ver un resultado que realmente no sabes si lo vas a ver. Y la meta es tener el título y decir que hice lo que me gusta”.

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A Jennifer Barreto la mantiene motivada su pasión por aprender

Jennifer Barreto sale de su casa en La Pastora, a las cinco y media de la mañana, para poder llegar a la clase de las siete en la Universidad Metropolitana (Unimet), donde cursa el cuarto año de Estudios Liberales. Tiene una beca académica que le cubre la totalidad de la matrícula, de no ser por eso, probablemente no estudiaría ahí.

Para obtenerla se postuló, estudió durante un año y pasó por cinco evaluaciones. A cambio, la universidad le exige mantener un promedio de 18 puntos. Si Jennifer reprobara alguna materia, deberá pagarla al final de la carrera. Para poder cumplir con la institución, debió ser muy organizada desde el primer día de clases, respetar sus horas de estudio y no dejar que se le acumularan las asignaciones.

Se reconoce afortunada, porque en Venezuela cada día es más difícil acceder a la educación privada. En la Unimet, para enero de este año, inscribir una materia cuesta 42.754 bolívares, y seis, que es el máximo aceptado, 157.015, lo que equivale a 34 salarios mínimos fijados en 4.500 bolívares, por Nicolás Maduro desde el 29 de noviembre de 2018.

Jennifer, además, trabaja todas las tardes en el Museo de Los Niños. Con su salario puede pagar guías de estudio y materiales como lápices y cuadernos. Trabajar es una manera de ayudar a sus padres, ambos jubilados y pensionados de la administración pública. Reconoce que ha sido difícil, pero le apasiona aprender, por eso siente que cada esfuerzo es recompensado con conocimiento.

Aprender es tan importante para ella que aplicó para cursar Ciencias Políticas en la Universidad Central de Venezuela (UCV), carrera que comenzará este año. No vacila, asegura que el tiempo invertido en formación, nunca será en vano: “La educación es lo más importante y lo único que nos queda”.

 


Alejandro Fernández tiene 10 años intentando cumplir su sueño de ser arquitecto

Estudiar Arquitectura ha sido un camino largo y con obstáculos para Alejandro Fernández. Comenzó la carrera en 2008 en la Universidad Santa María (USM). Vivía entre cartulinas, silicón y tijeras a la vez que trabajaba en una constructora. Su objetivo era costear por sus propios medios sus estudios, pero ha tenido que ir a su propio ritmo. En 2015 decidió congelar para dedicarse completamente a generar ingresos. Sin comida en la nevera, ¿cómo iba a estudiar?

Fue asistente en varios proyectos de construcción, pero seguía insistiendo en aprender y mantenerse cerca de la arquitectura, por lo que hizo cursos de inspección de obra civil y de estructuras de edificaciones. Entre 2015 y 2017 tuvo la oportunidad de estudiar Diseño de Interiores en la Gregg Academy de Venezuela, gracias a una beca que se ganó.

Al finalizar 2017, pensó retirarse definitivamente de la carrera para irse del país. Estando en la universidad, se encontró con dos amigos que le insistieron en graduarse, en no rendirse; incluso, lo ayudaron a pagar ese semestre.

Ahora, está a punto de terminar el séptimo semestre. Trabaja de noche con una compañía que ofrece el servicio de narguiles —pipas de esencias— en locales de Las Mercedes. Cuando tiene entrega de proyectos, pide permiso. Cuenta que hace lo que sea, aunque eso signifique dormir menos, para lograr su sueño de ser arquitecto: “Yo nací para la arquitectura y no puedo abandonarla”.

El último trimestre de 2018 en la USM le costó a Alejandro 1.800 bolívares. No sabe cuánto tendrá que pagar el primer trimestre de este año, pero teme que será más del doble. Pese a todo, quiere terminar y quedarse en el país. Siente que forma parte de una generación valiosa: “Somos una generación con la mente abierta, más fuerte, con ganas de aportar a Venezuela. Si no aportas nada a tu país, ¿en dónde lo vas a hacer?”

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Islovi Alcalá quiere reconocer el esfuerzo de sus padres con su licenciatura

Cuando Islovi Alcalá decidió que quería estudiar Comunicación Social en la Universidad Monteávila (UMA), sus padres aceptaron pagarle la carrera. De ese día, solo recuerda las caras de orgullo. Ahora cursa el cuarto año de la carrera y sus padres le han planteado abandonar porque ya no pueden costear su educación. Ella se niega.

Su mamá es cajera en un restaurante de la capital y su papá es comerciante en el Mercado Mayorista de Coche, siempre ha sido difícil cubrir la matrícula, pero desde que Venezuela entró en hiperinflación —a finales de 2017—, más aun. Todos los ingresos se van en alimentación, no reciben bonos ni subsidios de nadie: “Somos mamá, papá y yo contra el mundo y la universidad”, bromea.

Islovi es pasante de Fedecámaras Radio, recibe una remuneración que, aunque no cubre todas sus necesidades, la ayuda a costear guías de estudio y el pasaje diario, además, colabora con algunos gastos de su casa.

El modo de pago de la UMA es mensual; con ayuda de su novio, Islovi pagó 11.000 bolívares entre noviembre y diciembre. Para enero, no sabe cuánto deberá invertir y en febrero, debe pagar algo que la universidad denomina cuota especial que, generalmente, duplica lo cancelado durante el año académico; son cerca de 300 dólares, refiere.

Planea, para 2019, solicitarle a la universidad una beca porque ya no sabe cómo resolver. Su mamá decidió emigrar este año a Bogotá, Colombia, en donde vive una tía de Islovi, y, desde allá, ayudarla a terminar su formación.

Sus padres no tuvieron la oportunidad de cursar estudios superiores; su mamá es bachiller y su papá llegó hasta el sexto grado de primaria, por eso para ella es tan importante obtener el título.

Estudia en las mañanas, en las tardes trabaja y en las noches, cuando llega a casa cerca de las nueve, vuelve a estudiar. Los fines de semana, cuando no estudia, los dedica al voleibol, deporte que practica desde la adolescencia. Islovi mantiene un promedio mayor de 15 puntos y espera poder subirlo para graduarse con 18.

Cuando se le pregunta si el esfuerzo ha valido la pena, no lo duda: “Desde el primer bolívar que pagó mi mamá, yo supe que, por ese esfuerzo, debía llegar hasta el final de la carrera. Fue muy difícil que me dijera que cree que la tengo que dejar porque ya no la pueden pagar, pero mi meta es graduarme”.

el pitazo