Jeison Orlando Rodríguez, reconocido como la talla de zapato más grande del mundo por el libro Guinness, ha sido un personaje habitual con sus 2,21 metros de estatura en alocuciones del presidente Maduro en Maracay, lo que no impide al joven de 19 años mostrarse crítico con la situación del país. Paciente de una rara condición genética, solicita ayuda para conseguir medicinas y practicarse una resonancia magnética
En el siglo en que murió Simón Bolívar, probablemente hubiera sido exhibido en circos humanos y sometido a tratos degradantes como los que documentan las películas El hombre elefante (1980) y Venus negra (2010), acerca de los estremecedores casos reales de Joseph Merrick y Saartjie Baartman (una nativa sudafricana con esteatopigia o nalgas inusualmente voluminosas). En el año 2015, Jeison Orlando Rodríguez es una celebridad en el libro de récord Guinness y en actos públicos del presidente Nicolás Maduro.
Lo que no quiere decir que el joven maracayero, que cumplirá 20 años el próximo 16 de octubre, no haya enfrentado callosidades incómodas. Como concluye Fernando Savater en Ética para Amador: “La existencia humana ha sido en toda época y momento un juego peligroso”. También si mides 2,21 metros de estatura, pesas 140 kilos, eres la pesadilla del Doctor Scholl y naces en un mundo que no está preparado para ti.
Con un pie derecho de 41,1 centímetros (muy superior a las legendarias 13 pulgadas del actor porno John Holmes) y uno izquierdo de 36, Jeison Rodríguez (@elJEISON18en Twitter), también el hombre más alto de Venezuela, fue reconocido este año por el libro de récords Guinness como la talla de zapato más grande del planeta (número 66), aunque asegura que, desde la última medición oficial, le ha crecido todavía más. Sus manos no se quedan atrás. Dejó atrás al turco Sultan Kösen (talla 60), el ser humano vivo de mayor estatura (2,51 centímetros).
“Antes me pegaba mucho la discriminación y el bullying que me hacían. Cuando estaba en el colegio, (los otros estudiantes) me tenían como el coleto. Me trataban con asco. Me decían manopla, pie grande, piazo e’ mano y un montón de apodos. Vivía con miedo. Me sentía bien mal, y en algunos momentos pensé hasta en quitarme la vida. Gracias a esto (el récord Guinness), se me abrió el camino para saber cómo llevar a las personas”, admite Rodríguez acerca del impacto de la fama: “Cambió mi vida. El récord no me hace mejor, pero tampoco me hace menos”.
También es consciente de que conocidos que antes le apartaban la mirada ahora se le aproximan, como si el récord del pie más grande le hubiera traído algún ingreso económico, lo que descarta de manera categórica. Y se constata en la realidad en que vive cotidianamente en Maracay.
Habemus Zapato
Para visitar a Jeison hay que pasar un centro comercial también enorme de presunta forma de avión (Los Aviadores) y llegar hasta una ciudad socialista no menos gigantesca en Palo Negro, Maracay. Al llegar, el récord Guinness compraba algo en la bodega, pero sí estaba en casa su único par de zapatos de vestir, de color negro, ya suficiente curiosidad antropológica.
Se los elaboró Georg Wessels, un zapatero alemán especializado en ayudar a personas de todo el mundo que no consiguen tallas grandes en las tiendas regulares. Jeison lo contactó a través de Facebook, gracias a una prima que emigró a Alemania. Le envió una horma de cartulina por MRW. Wessels fue el que dio el pitazo a los editores del libro Guinness de que Habemus Récord en una exótica localidad tropical.
Tiene otros zapatos blancos hechos por Wessels, abiertos en la parte de atrás (“el dedo ya me pega, el pie se está expandiendo”, insiste Jeison como si se refiriera a una galaxia) y con banderitas de Alemania y Venezuela, más un par de sandalias cortesía de una fábrica de La Victoria llamada URSS (sic). Y eso es todo. “Antes me echaba al abandono y me la pasaba descalzo. Me mandaban a hacer unas cholas de plástico forradas con tela de blue jean, que me duraban como cuatro meses. Se podrían y me salían hongos en los pies”.
Los pantalones se los hacen con un sastre y su última camisa la compró hace más de tres años: “No se consiguen tallas grandes”.
Conocerlo en persona y darle la mano es sumergirse como en una escena irreal de una película al estilo Los Cuatro Fantásticoso Jack, the Giant Slayer, y se trata también de un reto para los prejuicios propios. “El corazón más grande de Venezuela” le ha llamado, de manera que a simple trato no parece desacertada, el presidente Maduro, en videos disponibles en Youtube.com.
Pero Jeison tampoco pide ser idealizado como un gigante bueno. Miembro hoy de una comunidad cristiana protestante llamada Refugio de Dios, admite que hace unos años era una persona mucho más agresiva y violenta, que ha sentido celos de su propio hermano mayor (más afortunado en el amor) y echa cuentos de la ocasión en que se le quedaron incrustados en los nudillos los dientes de un niño del colegio que se mofó de él.
Buddy Valastro, su ídolo
Jeison trabaja en un cargo gubernamental en el Instituto Nacional de Transporte Terrestre y estudia para sacar el bachillerato en la Misión Ribas. Desea convertirse luego en un chef reconocido internacionalmente, como su ídolo Buddy Valastro. No tiene novia. Es el menor (un decir) de cuatro hermanos: vive con dos de ellos, Erick y Catherine, sus padres, Amalia y Jairo (que trabaja de taxista), y un pequeño sobrino, Christopher. Se le mandó a hacer una cama especial, y también una poceta adaptada que se ubica sobre una especie de pedestal: si una persona de talla de zapato 42 y 1,70 metros de estatura como yo desea usarla, debe subir unos peldaños.
En la casa de los Rodríguez, beneficiarios de la Gran Misión Vivienda Venezuela, se respira chavismo: te reciben dos pósters gigantes del presidente fallecido en 2013, al que Jeison no pudo conocer en persona, aunque le saludó desde unos pocos metros de distancia en un desfile en Los Próceres. Lo que no quiere decir, ni mucho menos, que se encuentren en una situación holgada.
El récord Guinness de Jeison no es gratuito. Debido a un tumor benigno en la glándula cerebral hipófisis, padece una condición genética llamada acromegalia, similar al gigantismo, pero con la diferencia de que sus efectos no remiten luego del desarrollo en la pubertad. Es decir, sin supervisión médica ni tratamiento adecuado, Jeison seguirá creciendo de manera incontrolada.
“Mediría mucho más que dos metros: dos metros hacia allá”, hace un gesto aciago en dirección horizontal el joven de 19 años, señalando hacia una fosa común imaginaria en el piso de cemento de su casa.
Dolores de crecimiento
“La acromegalia puede resumirse como un exceso de hormonas de crecimiento”, explica Elvia Cuauro, endocrinóloga del Hospital Universitario de la UCV que es una de las doctoras que ha tratado a Jeison. “En su caso se manifestó desde los 6 años de edad y lamentablemente no fue detectada ni tratada de manera adecuada en ese momento, y por eso su gigantismo. Sin embargo, como ya está bajo tratamiento, hoy puede tener una expectativa de vida normal”, agrega.
“No debe confundirse con elefantiasis”, aclara Jeison: “Estaría descartado para el Guinness. Mis pies no son los de un monstruo”. Sin embargo, la acromegalia le pasa factura, con casi todos los efectos colaterales de esta condición genética: quijadas desproporcionadas, dificultades para el sueño y la digestión, ronquera, mareo, dolores de cabeza y vértigos, miopía pronunciada (sobre todo en la visión periférica) y debilidad ósea y muscular general.
Su mamá, Amalia, le compara con el Hombre de Goma de la película Los Cuatro Fantásticos: si Jeison abandona todo ejercicio físico, sus huesos se estirarán, pero no ganarán en densidad y se fracturarán con más facilidad.
Jeison no está jugando baloncesto actualmente: en la cancha de su bloque en la ciudad socialista Los Aviadores ocurrió lo que él llama un “accidente”: “Un chamo empistolado estaba perdiendo una partida y le metió dos tiros por el pecho a otro. Me da miedo salir a jugar”.
Como la inmensa mayoría de los venezolanos, la familia de Jeison enfrenta dificultades para conseguir las dos principales medicinas que necesita: el esteroide Proviron de 1 cc y el inhibidor hormonal Dostinex de 0,5 mg. Además, necesita practicarse de manera urgente una resonancia magnética como parte de su evaluación médica, pero no puede hacerlo en Venezuela porque los equipos existentes en el país no están diseñados para personas que pesan más de 120 kilos.
La alimentación es otro Everest: aunque él dice que es un diestro cocinero de platos como pollo relleno, carne enrollada, arroz con pollo, arroz aliñado y postres, Jeison debe someterse a una dieta de muy bajas grasas y calorías. “Tiene que comer muchas legumbres, verduras y granos, y las caraotas están costando 1.000 bolívares”, lamenta amargamente su mamá Amalia. “Y el pollo, cuando se consigue, para él es veneno. Aunque coma solo un poquito, se le devuelve. El único pollo que puede comer es el de granja (criado de manera orgánica)”. Agrega su hijo: “Como unos grandotes que me comí una vez en Anzoátegui, a los que alimentaban con puro maíz. Eran pollos con sabor a cachapa”.
Por no hablar de los traslados: en las camioneticas por puesto, va guindado en la puerta; en un automóvil pequeño, con la cabeza fuera de la ventana (“el otro día casi me la vuelan”); en un autobús para Caracas, debe reservar dos asientos, y así.
“El país que éramos antes”
En el siglo XIX, dos gemelos unidos nacidos en la actual Tailandia y nacionalizados estadounidenses, Chang y Eng Bunker (gracias a los que debemos la expresiónhermanos siameses), se las arreglaron para ser fenómenos de circo, pero también para llevar luego una vida digna: a pesar de que compartían un mismo hígado y estaban adheridos por el esternón, se convirtieron en hacendados, se casaron con una pareja de hermanas (separadas), procrearon más de 20 hijos entre ambos y, contra todas las expectativas, aguantaron juntos 62 años.
A eso y mucho más aspira hoy Jeison Rodríguez, que envía bendiciones al presidente Maduro, pero le recuerda también: “Me gustaría tener nuevamente la oportunidad de hablar con él”. Sobre Venezuela, el récord Guinness del pie más grande del mundo, el joven de 19 años que parece haber envejecido mucho más tiempo, envía un mensaje: “Quisiera que hubiera paz y unidad. No es bueno que estemos peleados unos contra otros. Me gustaría que fuéramos un país como el que éramos antes. Que uno vaya a la panadería y consiga pan. Y que un pan de jamón no cueste 1.500 bolívares. Que vayas a la bodega y las cosas valgan lo que valgan, no el triple ni el cuádruple”.
El Estímulo