San Casimiro, población que data de 1700, ubicada al norte de la zona sur del estado Aragua
Crónica Negra de Wilmer Poleo / ÚN
Don Celedonio es un amigo de la infancia de la tía Felipa. Fue uno de los pocos hombres del pueblo que prefirió quedarse y ver cómo nacía y se desarrollaba sus querido pueblo natal: San Casimiro, población que data de 1700, ubicada al norte de la zona sur del estado Aragua, muy cerca de Camatagua y San Sebastián de los Reyes.
La tía Felipa me cuenta que en una ocasión intentó convencerlo para que se viniera a Caracas, pues estaba todo aquejado de salud y uno de sus hijos le había salido enfermizo; pero él, con su gracia típica sancasimireña, le contestó: “Y entonces, ¿quién les va a hacer las cachapas doble queso y la carne en vara a los caraqueños cuando vengan por ahí?”.
Sus grandes ojos saltones vieron crecer a muchos de los niños que hoy son hombres, y adolescentes, gran parte de los cuales comenzaron a juntarse con malandros de otras regiones cercanas y unos bichos de la cárcel de Tocorón y ahora conformaron varias bandas criminales que embroman no solo al visitante, sino también a los propios nacidos en tierras de San Casimiro.
“Me estoy quedando solo, Felipa, muy solo. Esta gente tiene todo aterrado a mi pueblo. Los que se avisparon y lograron vender sus cositas son unos afortunados, pero hay paisanos a quienes no les importó dejar abandonado aquí en el pueblo todo lo que habían construido a lo largo de su vida y no volvieron más nunca. Los pocos que quedamos vivimos encerrados, temerosos, esperando a que nos lleguen en cualquier momento, pero seguros de que nos llegarán en algún momento. Esa gente no tiene paz con la miseria, y como tienen muchos amigos en las policías y en la Guardia, uno no halla qué hacer. Es como tener una enfermedad sin cura y echarse en una cama a esperar pacientemente a que la muerte te vaya a buscar”, le comentó todo entristecido a Felipa la última vez que se vieron.
Largada clandestina. Nadie sabe para dónde se está yendo la gente de San Casimiro. Es probable que al mismo sitio para donde se están yendo sus vecinos de San Sebastián, Magdaleno, Valle de la Pascua, Turmero… Pero para algún lugar recóndito se están marchando y no se lo dicen a nadie porque es peligroso. La gente se cuenta en la misa del domingo. Y eso lo saben los criminales y ahora ellos también van a misa los domingos para contar a los habitantes del pueblo y ver quién tiene varios domingos seguidos sin asistir, y es cuando deciden metérseles en su casa y allí es cuando se dan cuenta, cuando entran y encuentran todo polvoriento, que el vecino tiene varias semanas que se largó de allí y dejó incluso la poca comida que le quedaba en la nevera, y su ropa y sus bienes de valor, pues la gente huye con lo que puede, que no debe ser mucho para no despertar sospechas. Lo que sí es obligatorio llevarse son los recuerdos, las lágrimas, las vivencias y sobre todo las fotos donde posaban felices en Año Nuevo o cuando la mamá se casó con el papá, o cuando nació el Guillermito, o cuando hizo la primera comunión la Carmelina.
En el pueblo solo quedan los resignados, los que no tienen cómo largarse. También quedan los criminales, que se creen amos del pueblo.
“No puede ser que tu principal socio sea un hampón. Tú te matas trabajando de sol a sol para producir y luego le tienes que dar la mitad de tus ganancias a un puñado de miserables”, dijo don Celedonio, como pensando en voz alta.
Aquellas calles polvorientas de Mahomito bien pudieran ser El Onoto, Los Cojones, El Rosario, El Infiernito o El Taque. En todos prevalecen la falta de autoridad y el desamparo.
Incursiones. Doña Clete, esposa de don Celedonio, estaba barriendo el frente de la casa cuando los vio llegar. Eran siete hombres en un camioneta pickup. Se bajaron como si el pueblo todo les perteneciera, y de hecho les pertenecía. Dos de ellos mostraban sus dientes y sus armas. Tocaron a las puertas del negocio del señor Amengual, un vendedor de queso que vive en un parcelamiento cercano, donde además habitan varios de sus familiares, pues heredaron las tierras y cada quien se encargó de construir su vivienda. Los hombres no perdieron tiempo en mayores introducciones. Le pidieron 10 millones y le dieron 20 días para que consiguiera el dinero. “Si no, se me van toditos del pueblo o se atienen. Y cuidadito con denunciarnos porque tenemos amigos en el Sebin y en la Policía y nos vamos a enterar, y ahí si es veldad que nos ponemos bravos, bien bravos”, afirmó el que fungía de jefe, un gordo maloliente y malhablado.
El comerciante, casi llorando del miedo, le comentó el asunto a don Celedonio y este llamó a la tía Felipa, que tiene buenos contactos en el Gobierno. Felipa llamó a un hombre de la Policía de Caracas, amigo de ella, le contó el asunto y el comisario le pidió el número de Amengual. Le dijo que iban a llamarlo para ayudarlo y ponerse de acuerdo con él, que confiara en la justicia.
Faltaban dos días para que venciera el plazo dado por el gordo maloliente y malhablado y la familia del señor Amengual aún no habían recibido llamada alguna del Cicpc. Desesperado, Amengual llamó a la tía Felipa y Felipa se comunicó con su amigo policía, pero este solo le dijo: “Déjame averiguar qué pasó que no lo llamaron”. Felipa llamó a otro amigo de la Guardia Nacional que ocupa un alto cargo en el Ministerio de Interiores, Justicia y Paz y el amigo solo le dijo: “Dile que denuncie en el Comando Antisecuestro”.
Lo cierto es que no se sabe si el amigo policía llamó al jefe de la policía de allá, al que iba a llamar y al señor Amengual y a su familia no les quedó alternativa y se comunicaron con el gordo maloliente y malhablado para solicitarles, llorando, que les dieran por lo menos un mes más para conseguir la plata. Solo consiguieron cinco días porque el gordo se mostró implacable.
Comenzaron a pedir plata prestada por aquí y por allá y a vender todo cuanto tenían y al final llamaron al gordo para decirle que solo habían logrado reunir cuatro de los 10 millones que les había pedido, pero que también le iban a dar un camión 350, una camioneta pickup y dos vehículos pequeños, así como una motosierra y un tanque de agua que no habían logrado vender. El gordo aceptó rebajarles la vacuna. De la Policía más nunca se supo.