De whisky a cocuy, la crisis cambia el brindis de los venezolanos

En las montañas semiáridas de Bobare crece el agave, la planta del cocuy, licor ancestral al que vuelven la mirada venezolanos a quienes no les alcanza el dinero para ron, cerveza o, peor aun, whisky, otrora símbolo del derroche petrolero.

Pariente de la planta del mezcal mexicano, el ‘agave cocui trelease’ está en la cultura venezolana desde tiempos precolombinos y sus usos perduran gracias a artesanos como Dolores Giménez, de 84 años, patriarca de Bobare (estado Lara, este).

Giménez forjó su maestría cocuyera desde los siete años, cuando se producían unas pocas «garrafitas bien escondidas». «Si la Guardia lo agarraba a uno con cocuy lo ponía preso o le volvían pedazos la culebra (tubo de destilado)», rememora en su modesto alambique.

Desde entonces este hombre dicharachero, con 25 hijos y 103 nietos, depuró el proceso y alegra los ratos de ocio de paisanos como Nelson Vargas, a quien su bebida favorita, la cerveza, se le fue a los cielos por una inflación que el FMI proyecta en 200.000% para 2019.

«Hace tres años que no me tomo una cerveza», cuenta con amargura.

De 66 años, su pensión apenas equivale a tres dólares mensuales, que le alcanzarían para dos birras.

«Pocos la toman. Nosotros, los pobres, no», afirma Vargas mientras empuja un sorbo de cocuy durante una procesión de la Virgen de Guadalupe. Copas van y vienen a ritmo de rancheras y golpes tocuyanos.

– Consumo en picada –

El consumo de licor en Venezuela caerá 34% este año, estima la firma de análisis de mercado de bebidas alcohólicas IWSR, basada en Londres, tras desplomarse 37% en 2018. Son cifras consistentes con el 50% de contracción del PIB venezolano desde 2013.

Solo el consumo de cerveza bajó 39% en 2018, según IWSR, que sitúa la ingesta per cápita de destilados en el país en 2,5 litros anuales, frente a 3,2 de la vecina Colombia y 5,7 de Brasil.

Los consumidores «están migrando de bebidas tradicionales como cerveza o rones, a bebidas espirituosas más baratas como licores de ron (derivados) o aguardiente», explica Carlos Salazar, presidente de la Cámara de Licores de Caracas, donde las ventas bajaron 50% este año.

Mientras en 1998 un sueldo mínimo alcanzaba para 46 cajas de cerveza, ahora se necesitan más de cinco salarios para una, según fuentes del sector.

Pero la búsqueda de alternativas económicas tiene consecuencias letales. Un monitoreo de medios, ante la falta de cifras oficiales, contabiliza una treintena de muertos en 2019 por ingerir licor adulterado.

– Adiós al whisky –

Atrás quedaron las épocas de vacas gordas en las que el whisky era omnipresente, relegando a los rones nacionales, considerados entre los mejores del mundo.

El consumo de destilados escoceses o irlandeses se disparó con la llegada de las petroleras anglosajonas a Maracaibo (noroeste) y se convirtió en símbolo de estatus en el país con las mayores reservas de crudo.

En 2014 Venezuela era el segundo país latinoamericano con mayor consumo per cápita de whisky.

Unos 15 años atrás «en las fiestas se servía whisky bueno. De 12 años (de añejamiento), era malo. Consumir ron era una raya (vergüenza)», evoca risueña Gabriela Fernández, de 49 años, en su puesto de comida de Maracaibo, hoy postrada por el colapso de la producción petrolera y los servicios públicos.

El consumo de whisky en Venezuela decreció 43% entre 2013 y 2018, según IWSR.

– Venenos –

En un apartamento caraqueño, Mayerlin y Karen mezclan aguardiente de caña con jugo de guanábana y abundante azúcar para hacer guarapa, tradicionalmente comercializada en barriadas. Dan un toque estético a las botellas para llegar a gente joven.

Un litro de estos cócteles afrutados cuesta tres dólares.

«La dificultad mayor ha sido la competencia, lo están haciendo muchos, y la desconfianza» por la adulteración, señala Karen Rivas, de 30 años.

Dolores también enfrenta el estigma generado por fabricantes de verdaderos venenos que hacen pasar por cocuy. Vecinos cuentan que en allanamientos han encontrado hasta baterías de carros en calderas de destilación.

Pero en la finca de los Giménez se respira misticismo.

Cuatro años después de la siembra, se corta la planta para hornearla bajo tierra; luego se tritura y el jugo fermentado se destila. El resultado: un líquido blanco con notas ahumadas y 50 grados de alcohol que baja lento por la copa. Una botella cuesta dos dólares.

– Patrimonio cultural –

«Dicen que el cocuy de Dolores no tiene nada que envidiarle al tequila», asegura Crispín, su nieto de 36 años.

Los Giménez también producen una variedad fermentada con dulce de caña y macerada en barricas, con un «toque secreto» del abuelo.

La bióloga Miriam Díaz, estudiosa del tema y que promovió la denominación de origen del Cocuy Pecayero (estado Falcón), cuenta que este licor llegó a ser exportado a las Antillas como coñac.

Díaz denuncia una «campaña» contra el cocuy, cuya planta es patrimonio cultural venezolano. «¡Cómo puede matar algo tan extraordinario!», dice.

Dolores ve en la adulteración la sombra de la codicia. Aunque ya no está metido de lleno en la producción, es el catador principal y solo quiere «que la fama no se acabe».

«No me interesa volverme rico con el cocuy. Sacar cocuy bueno sí me gusta, que usted se eche un trago conmigo y yo me eche un trago con usted».

AFP