La crisis es inaguantable. Las elecciones se acercan y la gente la pasa mal. Muy mal. En la calle se discute cuál será el próximo dakazo. No puede repetir la fórmula, advierte la mayoría.
Algo va a pasar. En serio. La situación apremia. La crisis es inaguantable. No se consigue comida, el dinero no alcanza. La gente la está pasando mal. Muy mal. Y este es año electoral. Entonces, es obvio. Claro que algo va a pasar.
Pero, ¿qué va a pasar? El profesor Jorge Giordani – experto en predecir hechos pasados – advertía que los cambios en el modelo económico debían comenzar a ejecutarse el 8 de octubre de 2012. No se hizo. Luego, tras el ascenso de Maduro, los expertos aseguraron que ya la reforma se hacía impostergable. Nada ocurrió. La caída de los precios del petróleo generó un consenso sobre la inevitable aplicación de un ajuste para enfrentar la crisis. De 3-0.
Una cosa sí estaba segura: el aumento de la gasolina. Era inminente. Si no, ¿para qué tanta propaganda? Antes de aprobar la medida, se abrió una discusión. Hablaron los economistas, los expertos petroleros. Todos entendieron que una empanada que sale en 8 bolívares – “sin contar la ganancia”- no se puede vender en 2. Los entendidos en finanzas calculaban. ¿Cuánto se ahorraría el país si disminuía este subsidio? En una radio chavista, dos locutores proyectaban todo lo que se haría con ese dineral. Pero aquello jamás ocurrió. Esas obras faraónicas solo se levantaron en las nubes. Todavía la empanada cuesta 2 bolívares.
La devaluación de la moneda y la falta de divisas obligaban a revisar a fondo el control de cambio. La intervención del Gobierno era tan urgente como esperada. Voceros del chavismo acuñaron un término: “simplificación cambiaria”. Otros se explayaron en profundas disquisiciones sobre el “cambio dual”. El dólar negro tenía sus días contados. Y los sigue contando hacia el infinito y más allá.
El diálogo con los empresarios prometía un viraje ineludible para sacar del marasmo al sector productivo nacional. El “sacudón” no se limitaría a un reciclaje de ministros y abriría las puertas a la ya inaplazable revolución dentro de la revolución. La primera Habilitante se aprobó para atacar de inmediato la guerra económica y la corrupción. La segunda Habilitante llegó para enfrentar la inapelable ofensiva yanqui. En medio de todo esto, se creó una serie de comandos, comisiones, altos mandos, mesas de trabajo, conferencias de paz y movimientos de vida para solucionar los males más acuciantes de acuerdo con un formato cualitativo cuantitativo del modelo de expresión matemático aritmético.
Pero, ahora sí, algo va a pasar. En serio. La situación apremia. La crisis es inaguantable. Las elecciones se acercan y la gente la pasa mal. Muy mal. En la calle se discute cuál será el próximo dakazo. No puede repetir la fórmula, advierte la mayoría. Debe ser algo nuevo, distinto. Inimaginable. Sabios y ciudadanos de a pie se devanan los sesos. La creatividad sube más que la inflación. ¡Hagan sus apuestas! A estas alturas, quizás Maduro sorprendería a todos si hace lo de siempre. Nada.