José Morán, un instructor jubilado de 78 años, se apoya a su bastón, sentado bajo la sombra de dos árboles frondosos, en el terraplén que sirve de frente a su casa, en la urbanización San Jacinto de Maracaibo.
Por Gustavo Ocando Alex / voanoticias.com
Justo en ese punto, entre vecinos, pasó la mayor parte de los días del “Gran Apagón” que inició el 7 de marzo del año pasado en al menos 90 por ciento de Venezuela.
“Fue lo peor”, recuerda, apesadumbrado. Maritza, su esposa, de 81 años, asiente en silencio, en la silla próxima. La electricidad se interrumpió en su vecindad la tarde de aquel jueves de 2019 y no regresó sino hasta la madrugada del miércoles siguiente.
En esa comunidad de Maracaibo, la ciudad más poblada y corazón petrolero del país transcurrieron seis días sin poder refrigerar comida o utilizar la Internet.
Los amigos de la cuadra se reunían frente a la casa de José a conversar, jugar dominó e intentar comunicarse por teléfono con familiares de otros estados para saber en qué parte de Venezuela ya habían restituido el servicio. Nadie dio buenas noticias.
Una falla en la Central Hidroeléctrica Simón Bolívar, pulmón energético de Venezuela, interrumpió el servicio a las 4:40 de la tarde del 7 de marzo de 2019. La mayor parte de las 23 regiones del territorio nacional quedaron a oscuras por días.
Hablar con Morán de apagones es como mencionarle a sus enemigos. A ellos, les atribuye las averías de su nevera, lavadora, equipo de sonido y un aire acondicionado.
“¿Quién remedia esto?”, pregunta, obstinado, repasando sus electrodomésticos dañados. Se levanta y, a paso lento, da un tour por su casa para mostrarlos, inertes.
Aquellas noches fueron como de toque de queda, comenta Naira Villalobos, de 72 años, una de las vecinas del sector 10 de San Jacinto.
Sobre sus piernas, brinca uno de sus dos nietos, aún vestido con sus pijamas de mangas largas, ya cerca del mediodía y con el sol fulgurante sobre las ramas.
La señora, con amargura, narra que su hijo, nuera y sus dos nietos decidieron dormir a la intemperie esas noches, postrados en el techo del primer piso de su vivienda.
“Fueron días demasiado complicados: el calor, muchos zancudos, la impotencia”, dice. En cuanto el sol se ocultaba, aún sin electricidad, los vecinos corrían a refugiarse en sus hogares a pesar de las altas temperaturas, que rozan los 35 grados centígrados.
Varios kilos de carne y pollo que tenían refrigerados en su congelador no resistieron el paso de los días. Se pudrieron. Su nieto menor, el que retoza en su regazo, detestó, entre otras consecuencias del apagón, tomar vasos de agua caliente.
“Fue horrible”, comenta, entrecerrando sus ojos, acongojada.
Vulnerabilidad perpetua
Expertos hablan del “Gran Apagón” del 7 de marzo como el de mayor alcance de la historia de Venezuela. Hubo zonas del occidente y del centro sin electricidad hasta durante ocho días continuos.
El gobierno en disputa de Nicolás Maduro atribuyó el evento a un presunto atentado político de Estados Unidos contra el sistema eléctrico nacional, conocido como SEN.
Jorge Rodríguez, ministro de Comunicación, difundió la versión oficial dos días luego de iniciada la interrupción casi total de la electricidad en Venezuela.
Miguel Lara Guarenas, ingeniero electricista y exgerente de la oficina nacional de Operación de Sistemas Interconectados, Opsis, opina que la hipótesis es una “fábula”.
“El SEN no falló ese día. Venía fallando desde 2001, solo que los cortes duraban más y ocurrían con más frecuencia”, valora el experto.
Puntualiza que el SEN venezolano tiene una capacidad instalada de 36.000 megavatios, suficientes para la demanda de sus cerca de 29 millones de habitantes.
Advierte, sin embargo, que apenas el 30 por ciento de esa capacidad está operativa.
Lara Guarenas teme que un evento similar se repita en el país. Los racionamientos eléctricos, mientras, persisten en regiones del occidente del país. El jueves pasado, vastas áreas de Caracas quedaron sin servicio eléctrico entre cinco y 12 horas.
“Con el tiempo, esa vulnerabilidad se ha acentuado”, diagnostica.
Días de noches infinitas
A Myra Galbán, de 58 años, no le sorprendió que le cortaran el servicio eléctrico el 7 de marzo. Reside en Maracaibo, donde desde agosto de 2017 existe un plan de racionamiento que, por temporadas, ha incluido cortes de hasta 12 horas por día.
“Lo diferente fue la cantidad de días y que era toda Venezuela”, indica.
Los apagones recientes en Zulia y otros estados, incluso en Caracas, le tienen los nervios de punta. “No me siento preparada para un apagón más largo”, advierte.
Josimar Tello Maita, de 32 años, jura que nunca olvidará lo vivido durante esos días de noches infinitas y densa oscuridad. “Nos sentimos en una guerra. Tuvimos que poner a trabajar toda nuestra creatividad para no volvernos locos”, afirma.
La angustia, desde entonces, es eterna acompañante de Liliana Arreaza, una abogada de 67 años, habitante de Maracaibo. Cuenta que, cada vez que falla la electricidad, corre a comprobar si se trata de una interrupción momentánea o masiva.
“Es vivir muriendo cada día”, expone, lánguida.
“Muy desesperante”
El Comité de Afectados por los Apagones, una organización no gubernamental que lleva registros de las interrupciones eléctricas, calcula que hubo 42 millones de pérdidas en equipos de zonas residenciales.
Aixa López, su presidenta, precisa que el año pasado hubo 87.367 fallas del servicio en las 23 regiones y la capital de Venezuela. Hubo ocho apagones, tres de gran magnitud.
Solo entre enero y febrero, ya se han reportado 10.033 cortes en la nación, de acuerdo con el comité civil. El estado más afectado, dice López, es Zulia.
Luis Martino, experto en computación y comerciante eventual, no logró enviar un mensaje directo a su esposa mientras aguardaba el transporte público en el terminal de Nuevo Circo, en Caracas, la tarde del jueves 7 de marzo de 2019.
Sospechó lo inusual cuando su teléfono celular se quedó sin señal a las 4:40 de la tarde. “Escuché que una chica le comenta a otra, detrás de mí: ‘ay, se apagó la emisora de radio’”, recuerda. Miró los comercios de la acera de enfrente. Todos, apagados.
Su recorrido por la avenida Bolívar, la Plaza Venezuela, Valle Coche y Longaray, ya en un carrito de pago por puestos, le confirmó que el apagón era extendido.
Luego, desde la parada de La Matica hasta su edificio, caminó junto a un tropel de gente varada. El metro no estaba operativo. Escaseaban los cupos en el transporte.
La vista desde su apartamento exhibía un collage de oscuridad absoluta hasta donde le alcanzaba la vista. “Eso me enfrió el cuerpo. Fue muy desesperante”, detalla Luis, de 43 años.
Tener bolívares en su cuenta bancaria le fue inútil. Los cajeros automáticos no operaban. El dinero en efectivo -si eran dólares, mejor- era el pago favorito en los comercios. Una bolsa de hielo costaba cinco dólares en ciudades como Maracaibo.
Su nevera, a diferencia de ese día, siempre tiene comida almacenada para dos semanas. Lo que no ha podido dominar son sus pesimismos sobre otro “Gran Apagón”.
Hoy, dice estar preparado: compró dos linternas LED, reactivó una vieja lámpara de gas, desempolvó sus powerbanks y mantiene recargadas sus baterías.
“Lo que más me afectó de aquellos días fue la oscuridad. Me descentró”, admite.