La imagen que nadie olvidará: el joven que, ostentando su desnudez absoluta, su figura lánguida y sin músculos, camina hacia la violencia con un pequeño y ancestral escudo, la biblia. Y la violencia le ladró, le escupió una salva de perdigones y lo fumigó con bombas lacrimógenas. Le dijo cállate. Vete. No eres nadie.
Pero sí es alguien. Muchos pensaron que quizás era un loco, un fanático religioso. Y no. Ya todos sabemos que se llama Hans Wuerich y es un venezolano común y corriente. Uno más entre millones que piden con urgencia una salida a la crisis más pavorosa que ha vivido la Venezuela contemporánea.
Hablo con Hans el día que decide asomar su rostro a los medios de comunicación. Y me consigo con un joven de 27 años, sencillo y risueño, que aún destila cierta inocencia. Su forma de hablar está salpicada de la clásica jerga caraqueña. Siente que la vida le cambió después del temerario episodio que protagonizó. Un joven que nunca esperó que su gesto le diera la vuelta al mundo. Y hoy está conmocionado, abrumado, pero sin duda satisfecho. Su original forma de protesta fue un torpedo a la línea de flotación del régimen. Ante la represión, he allí un hombre desnudo. En su vulnerabilidad extrema. Sin piedras, sin capucha, sin armas ni protección alguna. Un alarde pacifista. Aunque el único objeto que portaba era, sin duda, contundente. Eso que millones de personas en el planeta llaman la palabra de Dios.
Hans, por cierto, me aclara que no es ni evangélico, ni Testigo de Jehóva, ni siquiera va a la iglesia. Cree en Dios a su manera. Lee la Biblia desde hace poco. Y apenas va por el quinto libro de Moisés, el Deuteronomio.
Hoy su espalda es un colador de perdigones. Una pared humana fusilada. No ha logrado contabilizar cuantos agujeros hay en su cuerpo. En el momento de la protesta, su temor era que alguno le impactara los ojos o su miembro masculino.
Hans es egresado de comunicación audiovisual de la Universidad Santa María desde hace más de dos años. Trabaja en el negocio de su familia, negocio que no revela por seguridad. Tampoco dice dónde vive. El miedo lo ronda aunque pocas personas tendrían el coraje de hacer lo que hizo. Ni siquiera los “periodistas” de VTV que han hecho guasa permanente de su desnudo. El presidente Maduro, en una demostración de pobreza moral, ha sido el más enconado en la burla, con chanzas de muy baja estofa. Ante los comentarios de Maduro, Hans responde: “La burla la utiliza el acomplejado ignorante para sentirse sabio. Por mí que se burle lo que le de la gana. Mejor, porque así mete más la pata. Mejor, hermano, así que dele”.
Y entonces me hace una revelación inesperada: “Yo voté por Maduro. Pero estoy súper arrepentido. Ha sido un presidente muy malo. Ahí mismo me decepcioné”. La paradoja es que nunca votó por Chávez. En rigor, no tiene filiación política alguna. Pero justamente comenzó a marchar desde el año 2104.
Esta vez decidió hacer algo distinto. Investigó y descubrió las protestas en España de las activistas por los derechos animales que se desnudaron y bañaron en sangre contra las corridas de toros; la de las cien mujeres que en Ohio se desnudaron en contra de la candidatura de Donald Trump; la de la mujer que en Brasil renunció a su ropa para enfrentar la represión de los militares. Y, finalmente, el gesto de la mujer venezolana de 54 años que –días atrás- se plantó gallardamente frente a una tanqueta de la GNB, lo terminó de inspirar.
Vio videos de entrenamientos de la Guardia Nacional que están en YouTube, vio cómo a los jóvenes soldados los embuten en un hueco y los fumigan con bombas lacrimógenas durante largos minutos: “Muchos salen vomitando, totalmente asfixiados, pero otros aguantan. Entonces pensé que podría soportarlo.”
Durante dos días lo planeó. No le contó a nadie lo que iba a hacer. Luego de decidirse, el miedo lo habitó de tal manera que no pudo cenar a la víspera, ni desayunar el propio día de la marcha. Fue a la autopista lo más ligero posible: un short, una franela, un koala, una biblia. Esperó el momento. Las bombas y las piedras amainaron por un instante. Y entonces se “empelotó”, como le gusta decir. Justo cuando caminaba hacia ellos sabía que iba a su encuentro con el dolor. Que podía terminar preso en un sótano del Sebin. Que podía venir un itinerario de torturas y represalias. Hans sabía el calibre moral del enemigo que enfrentaba en ese instante. Pero nada de eso lo frenó.
Cuando se acercó a la tanqueta, les pidió que cesaran de reprimir. Los guardias, perplejos, solo atinaban a grabarlo con sus celulares. “Yo los veía y ellos bajaban la mirada. Les dije que éramos la misma gente, que el pueblo de Venezuela solo quiere libertad”. El militar a cargo del pelotón, ofuscado, le gritó que se bajara de la tanqueta. Los perdigones comenzaron desde que se arrodilló.
Al retirarse, la gente le ofrecía un cóctel de respeto, aplausos y risas. Caminó desnudo por toda la autopista de regreso a su casa. Al llegar, la adrenalina cesó y despertó el dolor de los perdigonazos. Un ardor insoportable. Y el rostro atónito de su madre: “Cuando llegué, se puso a llorar, se tiró al piso, estaba muy asustada, yo lloré con ella. Hablé, la tranquilicé un poco”.
Hans sabe perfectamente que este es un país de insignes jodedores. Suponía los pros y contras de su acción. “Yo me esperaba el chalequeo nacional. También es de pinga reírse de uno mismo. Pero no esperaba tantas llamadas y mensajes de apoyo que he recibido por Twitter y Facebook. Creo que me cambió la vida. Espero que sea para mejor”.
Su extrema delgadez llamó la atención. Parece una espiga. Una clara analogía de la hambruna que azota al país. “Las protestas también son por hambre. El hambre es algo que produce rencor, odio, envidia, arrechera. El hambre es algo muy fuerte. El próximo presidente debe ser mucho más humano, tener cuatro dedos de frente y misericordia por la gente pobre”.
Antes de despedirnos, me suelta una confesión inesperada y ligera: “¡Oye, yo vi Cosita Rica completica y me la tripeé en banda! Y hasta me enamoré de Fabiola Colmenares”.
Más caraqueño, imposible. No es un loco, ni un fanático religioso. Es simplemente un venezolano que no aguanta más. Uno más. Uno entre millones. Desnudando la dictadura.
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