Bien temprano en la mañana, el matrimonio venezolano que vive alquilado en un apartamento del municipio Diez de Octubre, en el sur de La Habana, desayuna café, jugo y un trozo de pan con tortilla de cebolla y jamón.
Por Iván García / Diario Las Américas
Después, en dos bolsos grandes, la pareja acoteja la ropa comprada al bulto en una tienda mayorista de la zona franca en el Canal de Panamá y salen a ofertar la “pacotilla” textil de baja calidad. Suelen recorrer calles interiores de La Víbora, Santos Suárez y el Reparto Sevillano. Cuando cae la noche, tras haber caminado decenas de kilómetros como si fuesen marchistas olímpicos, desde un parque se conectan vía WiFi a Internet para charlar con su familia en Venezuela.
Lianet es una joven venezolana que cursa el último año de la carrera medicina en una antigua escuela militar reconvertida en universidad latinoamericana para formar médicos, fundada por Fidel Castro en marzo de 1999, a raíz de los devastadores huracanes Mitch y George que asolaron Centroamérica y el Caribe.
Eddy, su esposo es de hablar pausado. “Soy miembro del PSUV y trabajo en una oficina de PDVSA. Conocí a Lianet en el cuerpo de guardia de un hospital habanero y al año nos casamos. Mi salario es en pesos convertibles (cuc, moneda equivalente al dólar estadounidense) y para estar juntos, conseguí un alquiler por 60 cuc mensuales. En la etapa de Chávez, antes de la feroz crisis económica que vive mi país, ganaba más, pero ahora el Gobierno de Maduro ha hecho recortes o se pasa meses sin pagarles a los que trabajamos fuera. Entonces, como dicen los cubanos, uno tiene que inventar, hacer mil maromas”.
A veces, Eddy va por las tiendas de la capital a “raspar cupones” (comprarles electrodomésticos u otras mercancías a un cubano con su tarjeta crédito, haciéndole un descuento de un 15 o 20 por ciento y el comprador les daba el dinero en la mano). “Con esa plata compramos dólares en el mercado negro, a 94 o 95 centavos de cuc por cada dólar gringo. Con esos dólares compro ropa en Panamá o República Dominicana, países a los cuales por razones de trabajo suelo viajar. Esa ropa luego Lianet y yo la vendemos y multiplicamos las ganancias. Tenemos una cuenta de ahorro en dólares para cuando regresemos a Venezuela. La única manera de sobrevivir allá es con el billete verde”.
Lianet tiene otros planes. “Estoy convenciendo a mi esposo para no regresar a Venezuela. Aquello está feo. Hay hambre y mucha violencia. Los chamos de diez y once años andan con fierros todo el tiempo. Te matan por cualquier cosa. Y, si gana Maduro, como todo parece indicar, la maldición de Venezuela se dilatará en el tiempo. Mi plan de futuro es residir un tiempo en Panamá o Colombia y desempeñarme como doctora. El salario es muy bueno y se vive sin tantos agobios”.
Aunque la pareja se considera chavista y siempre votó por candidatos del PSUV en las elecciones municipales o regionales, ahora el panorama es diferente. “A Maduro casi nadie lo apoya. El ‘men’ ha destruido el país y no se ve la forma que puede enderezarlo. La oposición está dividida y un sector corrupto con las ofertas del Gobierno de ofrecerles una tajada de poder. Existe una tercera alternativa, que son los candidatos que vienen del chavismo como Henry Falcón. Yo votaría por él u otro cualquiera. El problema es que Maduro se vaya”, apunta Eddy.
La mayoría de los venezolanos que visitan o residen en la Isla apoyan al toldo rojo del PSUV. Aunque DIARIO LAS AMÉRICAS conversó con algunos que tienen serias diferencias con el Gobierno de Nicolás Maduro y su comparsa.
“El peor y más corrupto de todos es Diosdado Cabello. Es un mafioso. No se quedan atrás Tarek el Aissami y Cilia Flores, la mujer del ladrón en jefe. Hay una bola de sinvergüenzas y corruptos en Miraflores. Aquello está infestado. Los cubanos dicen que Cuba está malísima, pero yo quisiera que fueran a Venezuela. La Habana es Miami al lado de Caracas”, dice Regino, quien aprovecha su estancia en La Habana para comprar medicinas, latas en conserva y dólares.
Según Regino, “en Cuba los dólares se compran baratos. En Venezuela con 20 dólares tú tiras casi todo el mes. Allá para sobrevivir lo que hay que tener son ‘fulas’, como dicen ustedes. Los precios en la carnicería suben todos los días. Tenemos una inflación que no hay Dios que la pare”.
Diego, oficial del ejército bolivariano, de visita en La Habana por unos días, aprovecha para comprar todo lo que pueda. “Yo formo parte de un grupo de militares que estamos construyendo un puente en Baracoa, en la provincia de Guantánamo. Pronto viajaré a Venezuela a ver a mi familia, estaré una semana. De verdad que la situación es penosa. Lo nunca visto. No hay harina ni para las arepas y mucha gente registra los depósitos de basura buscando comida. Maduro, por principio, debiera renunciar”, cuenta mientras en una tienda compra bolsas de galletas.
Con un Gobierno incapaz, rechazado por el 70 por ciento de los venezolanos, y una oposición fragmentada sin un proyecto razonable de país, Venezuela naufraga a la deriva. Hiperinflación, emigración que se dispara, ciudades que son auténticos mataderos humanos, escasez de alimentos, medicinas y un Estado delincuencial.
La salida al desastre pudiera definirse en las próximas elecciones del 22 abril. O perpetuarse el manicomio.