Más del 70% de los últimos espacios vírgenes de actividad humana de la Tierra se encuentran en el territorio de cinco países, entre ellos Estados Unidos, Brasil y Rusia, cuyas políticas preocupan a los defensores del medioambiente.
Los espacios salvajes, es decir, las tierras y los mares no afectados por la expansión humana y la explotación a escala industrial de los recursos naturales (bosques, energías fósiles, tierras cultivables…) representan en la actualidad el 23% de la Tierra, según un artículo publicado este miércoles en la revista Nature.
Estos espacios suponen un refugio vital para miles de especies amenazadas por la deforestación o la sobrepesca y son algunas de las mejores defensas de las que disponen los humanos contra los devastadores fenómenos meteorológicos provocados por el cambio climático.
Hace un siglo, todavía representaban un 85%. Y solo entre 1993 y 2009 se perdió una superficie equivalente a India.
El estudio publicado por Nature muestra que más del 70% de estos territorios preservados (sin tener en cuenta la Antártida) se concentran en cinco países: Rusia, Canadá, Australia, Estados Unidos y Brasil.
«Por primera vez hemos cartografiado las zonas de naturaleza virgen, tanto terrestres como marítimas, y mostrado que no quedan muchas», explicó a la AFP James Watson, profesor de la universidad de Queensland y autor principal del estudio.
«Unos pocos países poseen muchos de estos territorios vírgenes y tienen una responsabilidad enorme para preservar las últimas regiones salvajes».
– Una pausa para la naturaleza –
Los investigadores se apoyaron en datos compartidos para medir el impacto humano en la vida salvaje a través de ocho indicadores, como los espacios cultivados, las infraestructuras y el urbanismo.
Para los océanos usaron datos sobre la pesca, el transporte marítimo y la contaminación. El resultado fue que solo el 13% de los mares están poco o nada afectados por las actividades humanas, principalmente en los polos.
Este estudio llega tras la publicación, el martes, del informe «Planeta Vivo» del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), que mostró que, debido a la presión humana, las poblaciones de vertebrados salvajes se redujeron en 60% entre 1970 y 2014.
«Al igual que la extinción de las especies, la erosión de los espacios salvajes es globalmente irreversible», constatan los investigadores.
Rusia, Estados Unidos y Brasil, que acaba de elegir como presidente al ultraderechista Jair Bolsonaro, no consideran una prioridad la protección del medioambiente.
La taiga rusa y el permafrost –el suelo congelado durante dos años seguidos– contienen millones de árboles que absorben el carbono de la atmósfera, moderando el impacto de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Pero Rusia apuesta fuerte por el desarrollo de la ruta marítima del norte del Ártico, que se hizo más practicable con el deshielo provocado por el cambio climático.
Por su parte, Donald Trump anunció el retiro de Estados Unidos del Acuerdo sobre el Clima de París, y Jair Bolsonaro, apoyado por los poderosos grupos de presión agroindustriales, anunció que fusionará los ministerios de Agricultura y Medio Ambiente, lo que podría poner en peligro la protección de la selva amazónica.
«Para preservar las tierras salvajes, hay que detener la industria y prohibir a la gente acceder a ellas», afirma James Watson.
«Los países deben legislar y no dejar que la industria penetre. La naturaleza necesita una pausa», insiste.
Los científicos piden una legislación más estricta para proteger estas tierras de los objetivos industriales y una reforma de la financiación para proteger mejor los bosques.
«No podemos explotar por todas partes y estos países aún disponen de estos bastiones de tierras salvajes. Creo que el mundo apreciaría que resistan y digan ‘vamos a cuidar de estas regiones'».