Triángulo amoroso de Pablo Escobar, su sicario Popeye y Wendy, donde terminó asesinada la modelo

Suena el teléfono en un lujoso restaurante de Medellín. Un mozo llama a la modelo Wendy Chavarriaga Gil. Pero ella nunca llega a atender. Del otro lado del teléfono, su novio Popeye, al que usó de señuelo para vengarse de Pablo Escobar Gaviria, escucha dos sonidos contrapuestos: los tacos de la joven de 28 años y de pronto los disparos que ahogaron los gritos de esa bella mujer a la que Popeye definía como una escultura de ojos verdes, cuyas piernas parecían salirle de la nuca.

Él nunca llegó a la última cena, como había prometido.

En pocos pasos, en el camino de Wendy se unieron la sensualidad y la muerte.

El episodio tiene el estilo de El Padrino, el clásico de Francis Ford Coppola, una de las películas favoritas de Escobar, admirador además de Al Capone.

En especial tiene algo de la escena en la que Michael Corleone se reúne en un restaurante con Sollozo, uno de los enemigos de su padre. Un mafioso que esperaba llegar a una tregua.

La tensión de ese momento aumenta cuando el mozo tarda en abrir la botella de vino, el rostro de Al Pacino, que parece una máscara rígida (y no anticipa ninguna decisión, si lo va a matar o no seguirá el legado de su familia) y el paso de un tren que marca el ritmo de la escena.

El desenlace es Michael sacando un arma escondida en el baño y matando a un policía que había ido a comer carne exquisita.

Detrás de ese acto estaba la orden de su padre Vito.

Detrás del acto de Popeye estaba la orden de Escobar.

Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, ex jefe de sicarios del narco colombiano, la había citado en ese lugar. Mandó a dos de sus hombres porque no quería hacerlo él.

El asesino impiadoso que se jactaba de haber matado a más de tres mil personas, no pudo matar a su novia. “Seguía enamorado”, confesó.

“Me paré a media cuadra. Y llamé por teléfono al restaurante. Mis muchachos tenían la orden de actuar cuando el camarero preguntara en voz alta por la señorita Wendy. Oí sus tacones aproximándose al bar, y luego los tiros y su grito. Quería oírla morir, porque yo me sentí pequeño, usado, idiota”.

Luego la vio muerta, en un charco de sangre, y sintió una mezcla brutal de odio, amor, tristeza y alivio.

«Como si me saliera de dentro un espíritu maligno”, contó. «Me había traicionado a mí y a mi Dios, don Pablo”.

Wendy no fue una amante más en la larga lista de mujeres (desde modelos, reinas de belleza y jóvenes vírgenes) que desfilaron por la cama del narco más famoso de la historia: 49 de ellas terminaron asesinadas.

Según los chacales que respondían al hombre del bigote, terminaron así por delatoras o por hablar de más. A una de ellas le “dibujaron” en el cuerpo una cruz a balazos. 28 balazos,

La serie “El General Naranjo”, que está en pantalla, además de recrear la cacería que comandó Oscar Naranjo contra el Cartel de Medellín, muestra al Escobar mujeriero. Y Wendy aparece mencionada como espía de Escobar y luego con relaciones de la DEA.

La relación de la modelo con el capomafia fue confirmada por Victoria Henao, la esposa de Escobar, y por Virginia Vallejos, la periodista que hechizó al narco durante una entrevista.

“Pablo no tuvo más amantes que esa pobre niña Wendy y yo”, dijo Vallejos.

“Las otras eran prostitutas muy bonitas de una noche porque a Pablo, sobre todo cuando empezó a esconderse, le daba mucho miedo que sirvieran de señuelo a sus enemigos. Les pagaba bien y las despachaba. Nosotros teníamos otro tipo de relación o no hubiera durado cinco años a pesar de todas las separaciones. Yo lo dejaba y él me hacía regresar. Qué serenatas, qué súplicas cuando yo me iba con mi amigo el lord inglés y viajábamos por el mundo”.

En su libro “Mi vida y mi cárcel con Pablo Escobar”, la viuda del criminal que murió rodeado por la Policía el 2 de diciembre de 1993, refiere en el capítulo “Las mujeres de Pablo”, parte de la triste historia de Wendy. “Lo que hizo Pablo fue una bestialidad”.

De la pasión al horror

Cuando despertó, Pablo Escobar seguía a su lado. Desorientada y con la visión nublada, Wendy Chavarriaga miró a su alrededor.

Sangre aun sin limpiar y el punzante dolor que sentía en su abdomen le advirtió lo que estaba a punto de escuchar de boca de su amante: “Te lo saqué”.

Wendy cerró los ojos y respiró profundo. Un veterinario y dos sicarios acababan de practicarle un aborto.

Sabía dónde estaba y acababa de conocer al lado más oscuro de su amante.

Intentó tirarse por una ventana, pero los guardaespaldas de Escobar la sostuvieron a tiempo. Estaba embarazada de cinco meses.

Ese día juró venganza y emprendió su plan. Corría 1983. Juan Pablo, el hijo mayor del narcotraficante, tenía seis años. En septiembre, después de cinco intentos fallidos y un costoso tratamiento de fertilidad, Victoria Eugenia Henao le anunció a su marido que estaba embarazada de Manuela.

Sabía que Wendy era una de sus amantes, incluso percibía que había ganado más territorio que “las otras”; pero décadas después se enteró de que al momento de concebir a su segunda hija, Wendy estaba embarazada.“Me dolía su infidelidad, pero no tenía la valentía suficiente para dejarlo. La historia que yo misma me contaba para sobrellevar semejante drama era aquella vieja frase: ‘todos los hombres son iguales’. Entonces, pensaba, ‘no lo voy a dejar por eso’. Además, cuando nos casamos, el engaño estaba dentro de lo probable dados sus antecedentes y por eso tomé la decisión de no perseguirlo, no mirarle la agenda de teléfonos, no revisar si la camisa tenía colorete. El que busca, encuentra, dice el refrán y preferí no encontrar”, explicó en su libro la viuda de Escobar. “Tata”, como le dicen, miraba hacia otro lado mientras su marido crecía en la carrera criminal y se potenciaba su apetito sexual.

Una vez, de vacaciones en la hacienda Nápoles, el patrón quedó expuesto. Sus amigos no sabían que su mujer se encontraba con él y aterrizaron en un jet privado con diez modelos.

“No quiero quedarme un segundo más en este lugar, Pablo. Es una falta de respeto lo que hacés conmigo”, le recriminó delante de todos.“Mi amor, Héctor (Roldán) trajo a esas muchachas para la diversión de los muchachos. Yo no tengo nada que ver con eso. Son mujeres para mis amigos y no puedo decirles que no las traigan”, esquivó el mafioso.

Ella se quedó en silencio. Años después reconoció que sabía que le estaba mintiendo. Después de todo, estaba al tanto no sólo de las cabañas que Escobar había mandado a construir en las hectáreas de su hacienda para encontrarse con sus amantes, sino que hasta sabía la dirección del lujoso penthouse en el que su marido organizaba las fiestas. La propiedad de dos pisos ubicada sobre la avenida Colombia, en el centro de Medellín, era su escondite de soltero.

“La escarcha”, era la palabra clave con la que le advertía a sus escoltas que comenzaran con los preparativos que incluían, entre otras cosas, reclutar hermosas mujeres –en su mayoría menores de edad- que desfilaban entre los asistentes como si se tratara de un remate de ganado. Pero Wendy no era “una de esas mujeres”.

Sus ojos verdes y su 1,85 metro de altura encandilaron al patrón a mediados de 1981. Un socio de Escobar le dijo que una mujer había viajado de Estados Unidos con una idea para hacer negocios. De inmediato, el patrón dispuso una reunión en “La escarcha”.

“Pablo no contaba con que su invitada llegaría con un cuerpo espectacular”, reconoció años después su viuda.El encuentro duró sólo 25 minutos, pero activó el deseo de Escobar.

Era la primera mujer a la que no podía encandilar con su dinero, ni con su poder.

Wendy tenía su propia fortuna y se convirtió en un verdadero desafío para el desgastado Escobar, quien nunca dejó de sentirse acomplejado por su 1,65 metro de altura y odiaba que le dijeran “enano”.

Llevaba décadas acostumbrado a que “sus hombres” se encargaran de conseguirle mujeres.

El ritual era siempre el mismo: al llegar a un lugar, miraba a su alrededor y si encontraba una mujer de su agrado, mandaba a sus escoltas a que le compraran una botella de champagne o whisky.

Lo hacía con la certeza de que la joven regresaría más tarde para agradecer el regalo. Incluso durante el cortejo de su mujer Victoria Henao, que comenzó cuando ella tenía sólo 13 años, Escobar se valió de la ayuda de Yolanda, una amiga en común que ofició de celestina y fue quien lo ayudó a sortear cada uno de los obstáculos que le ponían los Henao. Escobar era romántico y le regalaba flores, dulces y hasta el long play de Camilo Sesto.

Victoria iba a ser la única mujer de su vida, pese a haberse acostado con cientos. Podía estar con otras, pero ella recuerda que siempre volvía a su cama. Hasta solía esperarlo.

La conquista del león

Wendy fue, en efecto, la única mujer a la que tuvo que conquistar sin ayuda de nadie.

“Soy un campeón”, se jactó ante sus amigos el día que logró que la bella mujer aceptara empezar un affaire con él. Wendy vivía a sólo dos cuadras de la casa familiar de los Escobar. Tenía un lujoso departamento en los alrededores del Club Campestre de Medellín.

“Tata” no lo sabía, pero comenzaba un romance que llegó a poner en jaque a su matrimonio.“Patrona, creo que ese fue el único momento en el que tambaleó su reinado. Nos daba pena verla toda inocente, pero nosotros no podíamos decirle nada porque él nos lo tenía prohibido”, le reconoció años después Jerónimo, uno de los sicarios de Escobar. Poco a poco, Wendy comenzó a ejercer su poder y redecoró las oficinas de Pablo.

“Cuando llegué, me llamó la atención el refinado estilo de todo en el lugar, pero principalmente la oficina de mi marido; que claramente había sido decorada por alguien con mucho gusto. La intuición me indicó que allí debía estar la mano de la novia de Pablo. No estaba equivocada, aunque como casi siempre, habría de confirmalo mucho tiempo después”, dice en su best seller la única mujer que amó Escobar. Pablo se jactaba de su conquista cada vez que podía, aunque guardaba las apariencias cuando estaba con su familia. Llegó incluso a viajar en más de una oportunidad a Estados Unidos. Fue durante una escapada de tres días a Nueva York que, dicen, El Patrón se mostró desbordado de felicidad por las calles de la Gran Manzana junto a su novia.

Al regresar, le regaló a su mujer una lujosa joya que atesoró durante años, hasta que se enteró de que había sido “la amante” quien la había elegido. “Volvió con una hermosa polvoreda redonda de oro, con zafiros; grabada con mi nombre. La tengo todavía. Sobrevivió a las bombas, a las persecuciones, a la guerra. Meses después habría de enterarme de que Pablo había dicho mentiras y que en realidad fue a encontrarse con Wendy y fue ella quien escogió la polvoreda para mí”.Por ese entonces, Escobar ya tenía ambiciones políticas y aspiraba a llegar a la Cámara de Representantes. Si la humillación de la joya no fue suficiente, “Tata” comprendió la gravedad del asunto cuando vio a la amante de su marido junto a su marido durante uno de los actos de campaña. “Una de mis hermanas, que sabía de la relación, pero no me había dicho nada para no verme sufrir, protagonizó un incidente con ella”. Todos se encontraban en la plaza principal del municipio de Envigado. Era un sábado por la tarde. Escobar pronunciaba su discurso, mientras su amante lo alentaba en el lugar. A pocos metros, “Tata” decidió mirar para otro lado, pero no pudo impedir que su hermana “la pusiera en su lugar”.“En voz baja, pero con un tono de furia, mi hermana le dijo: ‘Este es el lugar de mi hermana y si no te bajas ya, te tiro por el balcón”.

Wendy se retiró del lugar en silencio. Había cruzado un límite, pero todavía no había cometido el pecado mortal, que jamás le perdonó Escobar: haber quedado embarazada. El triángulo amoroso se sostuvo durante algunos meses, con el condimento de las ocasionales acompañantes adicionales de Escobar.

Todos “convivían” en armonía, respetando los marcados límites impuestos por el narco. Pero algo comenzó a cambiar y Wendy lo esquivaba. Se acababa de enterar de que estaba embarazada y, consciente de lo que eso implicaba, había decidido escapar a Estados Unidos para seguir su vida en un territorio que sabía su amante jamás podría pisar.“Lo único que Escobar les tenía prohibidísimo a sus amantes era que quedasen embarazadas y Wendy no cumplió. Ella quedó embarazada por plata, pero el patroncito no quiso saber nada y le mandó a dos ‘pelaos’ y al veterinario para que le sacaran el bebe”, confesó años después “Popeye”, un hombre clave en el oscuro destino que le esperaba a la modelo. El teléfono de la modelo sonó. “Quiero verte”, llegó a decirle Escobar. Wendy sabía lo que eso significaba y se dirigió a “La escarcha”, el mismo departamento en el que había conocido al narcotraficante. Estuvieron abrazados por horas hasta que el patrón dio la orden y sus hombres -entre ellos se encontraban Yeison, la Yuca, Carlos Negro y Pasquín- la sujetaron para que un enfermero le aplicara un sedante. Cuando despertó, Wendy se sintió dentro de una pesadilla. La relación se sostuvo durante algunos meses, aunque ya nada era igual. Asqueado por la “traición” de quedar embarazada, el narcotraficante dio por concluido el vínculo. Pero Wendy regresaría de una forma impensada a su vida: como la nueva novia de “Popeye”, uno de sus sicarios más sanguinarios.

La modelo sabía dónde encontrarlo y fingió un encuentro casual en uno de los boliches de moda de Medellín. Velásquez Vásquez no creía lo que veía: la ex amante de su patrón estaba dispuesta a pasar la noche con él. Durmieron en un departamento que el propio Escobar le había comprado a Wendy cuando era su amante. El soldado no lo dudó y se acostó en la cama de su general. Pero la lealtad de “Popeye” no estaba en los cálculos de la modelo.

Al día siguiente, el sicario le confesó todo lo sucedido al patrón. “Estaba en la discoteca y me encontré con la Wendy”, le confió.Sorprendido, el capo narco indagó: “¿Y qué pasó?”. “Me la llevé para la casa, patrón. Y nos enredamos ahí no más”, contó el sicario. Escobar olió algo. “Hace el amor muy bueno, Pope… pero déjeme que le diga que usted no es un hombre para Wendy: ella es para capos. Tenga cuidado, ahí hay algo raro”.

Y su intuición no fallaría. Con la aprobación de El Patrón, Wendy y “Popeye” estuvieron juntos siete meses. “Don Pablo hablaba francamente y miraba a los ojos. Yo era un sicario y ella buscaba narcos. Era una mujer muy cara. Yo no podía darle nada de eso. Él tenía un octavo sentido”.

En efecto, Escobar decidió tomar sus recaudos y empezó a seguir los movimientos de su ex amante. Llegó incluso a intervenirle el teléfono. Fue ese el momento que comprendió que todo formaba parte de una venganza y confirmó que la modelo colaboraba con el Bloque de Búsqueda, una unidad de operación especial de la Policía colombiana que tenía como único objetivo capturarlo: vivo o muerto.

“Popeye no me dijo aún dónde está Pablo. Sí, sí, cuando me diga le aviso”, fue la frase que sentenció a muerte a la modelo. Otra vez el teléfono, jugando un papel clave en la trama.

Escobar no lo dudó y mandó a llamar a “Popeye”.

“La reunión fue tensionante. Estaba Pipina, la mano derecha de Pablo. Y yo sabía que cuando el jefe mandaba a matar a uno de la organización se lo encargaba a su mejor amigo. El ambiente se sentía pesado, pero yo me preguntaba: ‘¿Qué hice?’. Entonces, el patroncito me pone la grabación y escucho la voz de Wendy”.“¿Qué hacemos ahí, Pope? Se acuerda que le advertí”, le espetó Escobar. “Pues usted tiene toda la razón, Patrón. Esto es gravísimo. Yo sé qué tengo que hacer”, le respondió “Popeye”. Tenía, lo sabía, que asesinar a su novia. “Yo la quería con toda mi alma, pero me sentí usado. Ella me enamoró para vengarse de Pablo. Me estaba utilizando para llegar a él. Y sabía que me mataban a ella o me mataban a mí. Y preferí que fuera ella”.

Cuando casi treinta años después se enteró por la serie “El patrón del mal” del aborto forzado al que había sido sometida Wendy, la viuda de Pablo se derrumbó.

“No tenía idea de que eso había sucedido. Inicialmente pensé que lo que acababa de ver era producto de la imaginación de un libretista y no un episodio de la vida real”. Hasta ese momento, “Tata” sólo sabía que la modelo había sido asesinada por “Popeye”, después de que su marido descubriera que trabajaba como informante para el Gobierno colombiano. “Me dejó horrorizada: Wendy estaba embarazada y Pablo cometía la salvajada de contratar a un enfermero para dormirla y sacarle la criatura”. Decidida a saber qué había sucedido realmente, la mujer interpeló a uno de los sicarios de su marido durante un viaje a Medellín. “Me encontré por casualidad a Yeison, uno de los hombres de Pablo. Hablamos de todo por un largo rato, hasta que me decidí a preguntarle por el asunto de Wendy y lo que yo había visto por televisión”.

-Patrona, para qué quiere saber; para qué le sirve, han pasado muchos años, no tiene sentido.- fue la respuesta.

Victoria juntó valor y escuchó en detalle lo que sucedió aquella madrugada en “La Escarcha”. “Me sentí profundamente indignada al confirmar la bestialidad que había cometido Pablo, a lo que había llegado con tal de no tener hijos por fuera del matrimonio”, reconocería años después su viuda, quien en un irónico giro del destino soportó durante años las infidelidades de su marido repitiéndose una y otra vez que, pese a todo, ella era la única madre de los hijos de Pablo Escobar.

Wendy no fue una más.

Pese a su final inevitable, la modelo logró algo que parecía imposible: enamorar a un frío sicario y ser la única que no se dejó comprar por los lujos que ofrendaba Pablo.

Pagó un alto precio por no vender su alma al diablo.