Johnny Gosch desapareció una mañana y se convirtió en un fantasma. Las pistas de un caso que aún estremece
Johnny Gosch tenía la costumbre de despertar a su padre para que lo acompañara en la repartija de diarios por el barrio. Pero esa mañana, domingo 5 de septiembre de 1982, quien sabe por qué, decidió no hacerlo. Se sintió lo suficientemente grande para intentar la aventura de llevar a cabo solo la tarea. Era la primera vez en trece meses que saldría por su cuenta.
Por Infobae
A las 6 de la mañana, con doce años, Johnny salió de su casa en el suburbio de West Des Moines, en el estado Iowa, Estados Unidos. Haría la ruta habitual: armaría los paquetes con los pliegos de papel con los demás chicos y, luego, saldría a entregar los periódicos.
Un par de horas después sus padres, Noreen y John, comenzaron a recibir llamadas de los vecinos. Se quejaban de que no les había llegado su ejemplar. ¿Qué podría haber pasado? La pesadilla recién comenzaba. Mientras Noreen preparaba el desayuno que llevarían ese domingo a su paseo por el lago, John salió a buscar a su hijo. Poco después, a un par de manzanas de su casa, encontró abandonada sobre la vereda la caja que su hijo tenía preparada con los diarios. Volvió a su casa gritando que Johnny no estaba por ningún lado y le pidió a Noreen que llamara a la policía.
– Primeros pasos
Cuarenta y cinco minutos después la policía llegaba a la casa de los Gosch. Los padres les dijeron claramente que creían que su hijo había sido secuestrado. Noreen se comunicó con sus otros dos hijos mayores para que volvieran al hogar: una estaba trabajando en un local de panqueques y el otro tomando clases en la universidad. Volvieron inmediatamente. “Teníamos que estar juntos para buscar a Johnny”, explicó Noreen.
Los primeros testigos fueron los chicos que estaban con Johnny armando los periódicos a primera hora. Ellos contaron que lo habían visto hablando con un hombre, que conducía un automóvil Ford Fairmont azul. El hombre había apagado el motor, abierto la puerta del acompañante y sacado los pies hacia fuera mientras les preguntaba dónde quedaba la calle 86… Pero Mike Seskis, 16 años, dijo que a Johnny la situación no le había gustado nada porque le dijo: “Hay algo mal con este hombre. Me asusta, me voy de acá directo a casa”. Puso los diarios en el bolso y se fue.
Todos estaban terminando sus paquetes y se dispusieron a marcharse también. Mike escuchó ladrar un perro y, acto seguido, el conductor del auto encendió el motor, cerró de un portazo la puerta y, antes de irse, prendió y apagó las luces tres veces. Como si estuviese haciendo señas a alguien. En ese momento Mike levantó la cabeza y vio que Johnny se alejaba solo por la calle y observó a otro hombre salir de entre dos casas. Ese hombre caminó detrás de Johnny. Cuando Johnny dio vuelta en la esquina sin saber que estaban siguiéndolo, quedó fuera de la vista de Mike. Unos segundos más tarde, Mike sintió otro portazo de una puerta de auto y ruedas chirriando y vio pasar el vehículo Ford de aquel desconocido en dirección norte, hacia las afueras de la ciudad.
Todo esto ocurrió, alrededor de las 7 de la mañana, en un breve espacio de tiempo que no superó los doce minutos.
Cuando la policía llegó, Noreen ya tenía casi toda la información recolectada: la descripción del hombre que le habían dado los chicos y del auto.
Los investigadores no consiguieron muchos más datos. Estaban en un callejón sin salida. La policía, desorientada, se resistía a pensar que el menor estuviera realmente secuestrado. Por esos años, las desapariciones de niños y adultos se trataban de la misma manera: tenían que pasar 72 horas para que comenzara una investigación y se pensara en un secuestro. Los agentes preguntaron a los padres si alguna vez Johnny se había ido de su casa por su propia voluntad. Furiosos respondieron que no.
Los Gosch, angustiados, organizaron rápidamente grupos con miles de personas para rastrillar la zona y se pusieron en contacto con el FBI y los medios de comunicación. El suburbio de Des Moines, por aquel entonces, tenía poco más de 22.000 habitantes. No podía ser tan difícil encontrar pistas. Pero lo fue.
La cara de Johnny se estampó en diarios, paradas de colectivos y colegios. Ahora todos sabían quién era Johnny Gosch.
En el FBI, si bien mandaron un agente, le dijeron que no había pruebas de que hubiese ocurrido un crimen y, por ende, no podían actuar. Noreen y su marido tomaron a un investigador privado. La policía confundida, en un momento, hasta quiso detener al investigador privado. Las cosas no avanzaban y se tornaron muy ríspidas y complejas.
– Los días previos
John David Gosch había nacido el 12 de noviembre de 1969, en Des Moines, Iowa. De pelo castaño, muy pecoso y profundos ojos azules, el día de su desaparición salió vestido con una remera blanca que decía en la espalda Kim’s Academy, pantalones de jogging, unas ojotas de goma azules y una bolsa de diarios amarilla con una tira que llevaba cruzada sobre el pecho.
En los días anteriores a la desaparición de Johnny, Noreen recordó que hubo un par de circunstancias llamativas. El 3 de septiembre, la familia fue a ver un evento deportivo en el colegio donde jugaría el hermano mayor. Mientras estaban ahí, Johnny le pidió a su madre permiso para ir a comprar pochoclo. Bajó las gradas y una vez a nivel del piso un policía se le acercó a hablar. Su padre observó la escena, descendió y le pidió a su hijo que se mantuviera cerca del campo de juego, a la vista. Johnny obedeció, se quedó allí, pero vieron que el policía volvió a acercarse a hablar con él. John volvió a bajar. Johnny hablaba bajo las gradas con el mismo agente así que su padre le pidió que subiera con él. Johnny le dijo después que el policía era muy bueno y que cuando él fuera grande quería ser policía. A Noreen la situación le pareció inusual y no la olvidó.
El 4 de septiembre Johnny fue al cine con su amigo Mark. Cuando volvió la familia cenó junta y la pasaron bien. A las 21.30 Johnny se fue a dormir porque dijo que tenía que repartir los diarios al día siguiente. Aprovechó para preguntar: “¿Puedo ir solo mañana?”. Su padre respondió: “Supongo que no habría problemas…”. Pero Noreen no estuvo de acuerdo: “No, tu padre va a ir con vos, está muy oscuro a las seis de la mañana y no te quiero solo en la calle”.
Johnny le dio un abrazo de buenas noches a su madre y subió la escalera hacia su dormitorio. Fue la última vez que Noreen vio a su hijo.
A la 1.30 de la madrugada sonó el teléfono en la casa de los Gosch. John atendió y Noreen lo escuchó decir: “Sí está bien, sí está bien, de acuerdo”. Pero cuando Noreen le preguntó quién había llamado, él respondió que había sido un número equivocado.
Cuando la ausencia de Johnny llegó al primer mes, su madre creó la Fundación Johnny Gosch para desarrollar un programa de defensa de menores secuestrados. Empezó a moverse por todos los Estados Unidos. Unos meses después, Noreen Gosch salió en los medios diciendo que su hijo había sido visto en Oklahoma: una mujer había dicho que un niño le había pedido ayuda gritando mientras era arrastrado por dos hombres. Las pocas pistas que aparecieron no condujeron a ningún sitio.
– Agosto de 1984: un caso idéntico
El 12 de agosto de 1984, Eugene Wade Martin, un adolescente que también repartía diarios, desapareció en Des Moines.
Tenía 13 años y había nacido el 17 de agosto de 1970. Gene, así le decían, tenía puesto jeans, una remera gris y blanca con mangas coloradas y unas zapatillas con tiras blancas en diagonal.
La última vez que lo vieron estaba preparando su paquete de diarios para distribuir esa mañana. Era una tarea que solía hacer con su medio hermano mayor. Casualmente, como Johnny, ese día estaba solo.
La situación impresionaba por lo calcada. Los testigos dijeron que Gene estuvo hablando con un hombre desconocido entre las 5 y las 5.15 de la mañana en la calle 12 y Highway Drive. El hombre tenía entre 30 y 40 años, era de contextura mediana y llevaba un prolijo corte de pelo. La conversación aparentaba ser amistosa.
El encargado de Gene encontró su bolsa de diarios con diez periódicos dentro. Cerca de las 7.15 de la mañana llamó a la familia para decirles lo que estaba pasando y que había encontrado dicha bolsa abandonada en la esquina de la calle 14 y Highway Drive.
El padre de Eugene llamó a la policía para reportar su desaparición. La búsqueda comenzó a las 8.40. Los agentes sospecharon desde el principio que algo malo había pasado y clasificaron la desaparición como un secuestro. Enseguida pensaron que el caso podría estar conectado con el de Johnny Gosch ocurrido dos años antes. A pesar de los esfuerzos, no pudieron hallarlo.
Al momento de su desaparición, Eugene era un chico que adoraba el fútbol, pescar y los videojuegos. Su padre y su madre adoptiva se divorciaron luego de este drama y hoy los dos ya han muerto.
El caso jamás fue resuelto.
– Septiembre de 1984: visibilizar a las víctimas
La historia de un segundo niño secuestrado con un idéntico modus operandi sacudió a la pequeña ciudad de Iowa. El diario The Register publicó avisos a página completa con imágenes e información de los chicos y una compañía local de camiones puso las fotos de sus caras en tamaño gigante a los costados de sus vehículos.
En septiembre de 1984, un empleado de Anderson-Erickson Dairy le preguntó al presidente de la compañía láctea, Jim Erickson, si había alguna manera de que ellos pudieran ayudar a la familia Gosch. A Erickson se le ocurrió poner fotos de los pequeños desaparecidos, con breves biografías, a los lados de los envases de los envases de cartón de leche. Colocar en las mesas familiares de todo el país las caras de las víctimas podía ser un buen estímulo para que la gente estuviera atenta y aportara datos. Una semana después, la empresa Prairie Farms Dairy, decidió hacer lo mismo. En muy poco tiempo, la mayoría de las compañías de productos lácteos de los Estados Unidos repitieron esta exitosa acción colaborativa.
En 1985 apareció una nota escrita en un billete de un dólar. Decía: “Estoy vivo”. El billete lo había recibido una mujer en una tienda de Iowa quien reenvió el billete a la policía. No fue tomado en cuenta, los detectives pensaron que era una broma macabra
En 1988 la familia recibió una carta, supuestamente de Johnny, desde Idaho. Ahí decía que había sido secuestrado y obligado a hacer cosas terribles. Que le habían teñido el pelo y le habían cambiado el nombre.
Tampoco pudo probarse nada.
– Conquista legal
Noreen siempre estuvo convencida que el secuestro de su hijo no fue al azar. Gracias a su investigador privado que recogió numerosos testimonios de vecinos supo que Johnny había sido fotografiado varias veces en su camino al colegio. Dedujo que su hijo era el objetivo de una banda de pedófilos. La policía le dijo a Noreen que sacar fotos no era un delito y se terminó el asunto.
Noreen necesitaba hacer lo imposible, sentir que no abandonaba a su hijo, tener una misión. Con su Fundación Johnny Gosch daba discursos y conferencias. Llegó a dar 700 en un solo año. “El secuestro de Johnny tenía que servir para algo. Ese era mi trabajo”, reflexionó Noreen.
El 1 de julio de 1984 el proyecto de ley de Noreen se convirtió en ley en el estado de Iowa: la nueva ley exigía que las fuerzas del orden investigaran de inmediato los casos de niños desaparecidos en los que se sospechaba la existencia de un rapto. Ocho estados más la copiaron. Noreen terminó hablando en el congreso de los Estados Unidos invitada por el presidente Ronald Reagan. Su dedicación a la búsqueda de su hijo y a trabajar por la seguridad de otros chicos que desaparecían a diario en los Estados Unidos era a tiempo completo.
Los años fueron pasando, el caso se mantenía helado y había pocas esperanzas. Jim Rothstein, un detective de policía retirado de Nueva York, y Ted Gunderson, un ex jefe de la sucursal del FBI de Los Ángeles, ayudaban a la familia como podían, pero ninguno pudo dar con una pista certera.
En 1986, otro chico desapareció en Des Moines. Marc Allen tenía 13 años y le dijo a su madre que planeaba caminar hasta la casa de un amigo a pocas cuadras de su casa. Nunca llegó y jamás fue vuelto a ver. Era el 29 de marzo de 1986.
Era el tercer caso, en el mismo pueblo, en solo cuatro años.
– En 1989: ¿una red de pedofilia poderosa?
El primer testimonio real de alguien que supuestamente vio a Johnny Gosch ocurrió en 1989. Paul Bonacci, de 21 años, estaba enfrentando un juicio por el abuso de un menor de 5 años. Fue en esta instancia que confesó que años antes había sido captado, por la fuerza, por una red de pedofilia y había sido obligado a participar en el secuestro de Johnny Gosch. Bonacci, que era unos años mayor que Johnny, contó que él estaba sentado en el asiento de atrás del auto. Era un chico que estaba siendo usado para secuestrar a otro chico, buscando atraerlo hacia el coche. Según dijo habría quien hizo que Johnny se acercara y fuera secuestrado. Luego, lo habrían pasado del auto a una furgoneta a unas cuadras del lugar del secuestro.
Esto coincidía con el testimonio que un vecino de Noreen le había dado en su momento a su investigador privado, cuando ocurrió el secuestro: le había dicho que había sentido ruido, se había asomado a la ventana y había visto pasar un bulto largo envuelto de un auto a una van.
Según Bonacci él oficiaba de señuelo con el que los adultos atraían a las víctimas jóvenes en centros comerciales y parques. Atrapaban chicos y los llevaban a lugares aislados para subastarlos, entre los miembros de la red, por hasta 50 mil dólares. Bonacci habló también de orgías en las que participaban importantes congresistas, funcionarios públicos y autoridades policiales. Acusó también al hombre de negocios y político Lawrence King, de Nebraska, de manejar esta red de prostitución y de haberlo victimizado. El Caso Franklin, así se lo llamó, era según Bonacci una red de pedofilia de un grupo con poder que practicaba el satanismo, la mutilación y el canibalismo de niños.
Noreen explicó por qué creía veraz la declaración de Bonacci: “Supe que lo que Bonacci decía era verdad porque esa información del vecino la habíamos recolectado con mi investigador privado y nunca la habíamos dado a conocer ni a la prensa ni a la policía”.
Además, su testimonio habría cobrado importancia luego de que revelara detalles físicos nunca antes revelados de Johnny. Por ejemplo una marca de nacimiento que Johnny tenía en el pecho, una cicatriz en su lengua y una quemadura en su pantorrilla.
Lamentablemente, según el sitio Criminalia, en 1990 estos dichos de Bonacci fueron desestimados por falta de pruebas. La policía sostuvo que este joven no era creíble y que, según los psiquiatras, padecía trastorno de identidad disociativa. No fue entrevistado por el caso Gosch. Noreen no estuvo de acuerdo: “Durante once años Bonacci mantuvo sus dichos. No estaba mintiendo, nunca cambió ni una palabra de lo que había contado”.
Noreen reveló que por intentar investigar esta pista de pederastas con poder fue amenazada de muerte. La red de pedofilia estaba molesta y, según ella, muchos empresarios y hasta el jefe de policía de la ciudad eran amigos de los jefes de la banda: “Me empezó a cerrar todo y por qué no investigaban de verdad. Estaban involucrados con la misma gente”, acusó.
– Marzo de 1997: un relato extraño
No se supo nada más del caso hasta 1997. Noreen Gosch volvió a salir en los medios para contar una historia sumamente extraña. Relató que una madrugada de marzo de 1997, la despertaron alrededor de las 2:30. Tocaron la puerta de su departamento y cuando abrió ahí estaba Johnny Gosch, su hijo, ya con unos 27 años, acompañado por un hombre que nunca había visto antes. Dijo que su hijo le dijo que había sido secuestrado por una red de pedófilos, que había sido dejado de lado por ser mayor, pero que temía por su vida y que no era seguro para él volver a su casa.
Noreen aseguró que reconoció de inmediato a su hijo quien se levantó la camisa para mostrarle una marca que tenía de nacimiento en el pecho: “Hablamos alrededor de una hora o una hora y media. Él estaba con otro hombre, pero no tengo ni idea de quién era esa persona. Johnny miraba al tipo para obtener aprobación a la hora de hablar. No dijo dónde estaba viviendo ni dónde iba. La noche en que vino aquí, llevaba pantalones vaqueros y una camisa, y se había puesto un abrigo porque era marzo. Hacía frío y su cabello era largo, hasta los hombros y teñido de negro”.
John padre, quien ya estaba separado de Noreen, dijo no saber si esto había ocurrido o no y otros pensaron que la visita podía ser cierta, pero que debía ser alguien simulando ser Johnny.
Tres años después Noreen publicó un libro basado en esa noche: Por qué Johnny no puede volver a casa.
Sin pistas sólidas, las piezas estrambóticas del rompecabezas no terminaban de conformar una historia plausible.
– Septiembre de 2006: viejas fotos de terror
Los eventos extraños siguieron 24 años después. La mañana del primero de septiembre de 2006 Noreen enloqueció cuando, en la puerta de su casa, encontró dentro de un sobre tres fotos (una en colores) que alguien le dejó. En las imágenes se veían tres chicos, de unos 12 o 13 años, atados y amordazados sobre una cama. Uno se parecía demasiado a Johnny. El adolescente tenía puestos los mismos pantalones que llevaba su hijo aquel día.
“¿Por qué están haciendo esto?”, se preguntó Noreen, “¿cuál es el mensaje?”.
Los investigadores, según ella, le dijeron que las fotos eran auténticas y que habían sido sacadas en la época del secuestro. Esto coincidía con lo que Noreen siempre había pensado: su hijo había sido secuestrado por pedófilos.
Pero el detective Nelson Zalva, que trabajó en el estado de Florida, aseguró que esas fotos eran de un caso que él había estado investigando en Canadá antes de la desaparición de Johnny, entre 1978 y 1979. Lo cierto es que Zalva no pudo probar lo que decía y Noreen sigue convencida de que esas imágenes son de su hijo. Zalva dijo que ese caso no terminó en un arresto porque los chicos habían posado para las fotos voluntariamente y que no habían admitido que el adulto los hubiera tocado inapropiadamente. Zalva no pudo dar más detalles con lo cual nada pudo probarse. Dijo: “Probablemente los padres encontraron las fotos y llamaron a la policía. Investigamos, identificamos a los chicos, pero ahí quedó todo”.
– Mientras dure la esperanza
Noreen y John padre se separaron en 1993. El padre de Johnny fue levemente sospechado por algunos sin pruebas de ningún tipo.
Las teorías sobre lo ocurrido, incomprobables hasta hoy, son:
* Que el secuestro fue organizado por una red de pederastas integrada por policías y gente con mucho dinero y poder.
* Que el padre de Johnny podría haber estado involucrado en esa red por esos extraños llamados telefónicos en la madrugada.
* Que Johnny Gosch está vivo y se llama ahora Jeff Gannon.
Noreen luego de su divorcio alimentó la idea de que su ex era abusivo y cruel. En su libro contó que él llevó una vez a Johnny a una base de la Fuerza Aérea y que su hijo había retornado con pérdida de memoria. Dejó sembrada la duda sobre que podría haber estado involucrado con la gente que secuestró a su hijo. Pero lo cierto es que ni los otros hijos de la pareja ni el resto de la familia de Noreen hablaron jamás de que John fuera un hombre abusivo o violento.
En el año 2014, se emitió un documental llamado Quién secuestró a Johnny. Sus padres fueron entrevistados para la filmación.
Han pasado casi 39 años desde que Johnny se evaporó. Noreen no se entrega y hasta hoy se muestra convencida de que su hijo está vivo. Espera que algún día un Johnny adulto pierda el miedo y vuelva a tocarle la puerta.
Mientras viva, para ella, la esperanza será siempre su bien más preciado y el motor que la empuje a seguir luchando.