El cardenal de Madrid y diez altos prelados recelan del sínodo de la familia que comienza este domingo
JUAN G. BEDOYA/El País
La marejada no para de crecer en torno al próximo sínodo de la familia, convocado por el Papa Francisco a las pocas semanas de su elección. La palabra latina ‘sinôdus’ significa caminar juntos. Los debates empiezan este domingo en la sala mayor de la basílica de San Pedro y las posturas están distanciadas. Curiosamente, esta vez el cisma lo amenazan lujosas sotanas rojas. El Papa quería implicar a todos sus fieles en el empeño de adaptar su Iglesia a los cambios que en materia de familia y relaciones personales se han producido desdeel Concilio Vaticano II, hace 50 años. Ni siquiera va a poder contar con una buena parte de sus cardenales, pomposamente conocidos como los Príncipes de la Iglesia, el punto de apoyo que sostiene junto al Papa todo el catolicismo oficial (cardenal, del latín cardo, significa precisamente eso: bisagra o gozne).
La primera parte de esta especie de pequeño concilio se celebró el año pasado con el título “Los desafíos pastorales de la familia” y no pocas críticas internas y externas. Se cerrará a finales de este mes, en una segunda sesión que se presenta aún más conflictiva. Francisco ha ido preparando el camino con delicadeza y con reiteradas declaraciones sobre la necesaria apertura a la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, una nueva manera de ver la homosexualidad y sobre la necesidad de agilizar los procesos de nulidad matrimonial.
Las primeras voces contra esas intenciones aperturistas, a las que ahora se une la del cardenal Antonio María Rouco firmando un libro con otros diez cardenales, surgieron en el propio gobierno (curia) del Vaticano, por boca nada menos que del cardenal Gerhard L. Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Nombrado para ese cargo por Benedicto XVI, alemán como Müller, el llamado‘policía de la fe’ se ha mostrado radicalmente en contra de abrir la comunión a los divorciados y recibió el apoyo de varios colegas, el más destacado el cardenal de Lima, Juan Luis Cipriani, sobresaliente miembro del Opus Dei. “No pensemos que el Sínodo va a inventar nada nuevo, la doctrina es la de siempre”, opina Cipriani. La réplica, en ocasiones virulenta, les ha llegado por boca de los cardenales Walter Kasper, Reinhard Marx y Óscar Rodríguez Maradiaga, miembros del consejo de ocho prelados llamados por Francisco para asistirlo en las reformas que dice querer abordar.
“Hay más oposición al Papa de lo se imagina. Se sabe que hay un porcentaje que supera el 50% de gentes de la Curia que actúan bajo cuerda en su contra. Dudan del Papa. Cuestionan ciertas medidas. Conocemos sus nombres, como los diez cardenales que firman el libro con Rouco”, afirma José María Castillo, uno de los grandes pensadores cristianos. Fue jesuita y ha tenido relación con el también jesuita Francisco, que le considera un maestro.
La “mayoría silenciosa” se moviliza
Las resistencias a Francisco son de relumbrón, pero escasas si se compara con el entusiasmo con que son acogidas sus propuestas por teólogos e iglesias populares. En España, los apoyos llegan en forma de una titulada ‘Carta al obispo de Roma’. La firman veinte teólogos y varios laicos con la intención de contrarrestar “las crueles resistencias y las presiones cada vez más potentes de los rigoristas” contra la propuesta de permitir la comunión a los divorciados. Lo sostiene José Manuel Vidal, director de ‘Religión Digital’ y firmante de la misiva. Entre los promotores figuran el obispo emérito de Palencia, Nicolás Castellanos; el ex vicario de la diócesis de San Sebastián, José Antonio Pagola, y el jesuita José Ignacio González Faus.
Lanzada a través de la plataformaChange.org, la carta pide a las “personas de buena voluntad que arropen con su firma al Papa de la misericordia y a los padres sinodales que quieran seguirlo en este camino de una misericordia exigente”. En apenas un mes se han recogido 10.981 firmas. Tuteando a su pontífice, le piden que escuche “el clamor del Pueblo de Dios, en medio de tan crueles resistencias, para dar a la Iglesia un rostro más conforme con el Evangelio”.
Entre sus argumentos, destaca la afirmación de que “la enseñanza de la Iglesia no es que esos divorciados vueltos a casar no puedan recibir la sagrada comunión sino que, según el Concilio de Trento, «la Iglesia no yerra cuando les niega la comunión». Añaden: “Esa formulación, cuidadosamente elegida en aquel concilio, dejaba abierta la posibilidad de que tampoco haya error ni infidelidad en la postura contraria, y que se trate más de una cuestión pastoral que de una cuestión dogmática. En nuestra opinión, la prudencia pastoral no sólo permite sino que hoy más bien reclama un cambio de postura”.
El libro de Rouco y sus diez colegas, editado en inglés por Ignatius Press con el título ‘Once cardenales hablan sobre el matrimonio y la familia’, parece un manifiesto. Sospechosamente, su promotor es el canonista alemán P. Winfried Aymans, un discípulo del cardenal Müller. Además del arzobispo emérito de Madrid y expresidente de las Conferencia Episcopal Española, lo firman entre otros altos prelados Camillo Ruini, expresidente de la Conferencia Episcopal Italiana; Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos; Jorge Urosa Savino, arzobispo de Caracas; Baselios Clemis, presidente de la Conferencia de Obispos de la India y Joachim Meisner, arzobispo emérito de Colonia
Por si había sospechas sobre las intenciones de estos prelados, el editor del libro ha dicho que va en la línea de otro publicado hace un año con el título ‘Permanencer en la verdad de Cristo. Matrimonio y comunión en la Iglesia’, escrito por otros cinco cardenales como réplica al cardenal Kasper, al que acusaban, ya entonces, de defender “la tesis, contraria a la doctrina, de darles la Eucaristía a los divorciados en nueva unión”. Ahora se da un paso más: llegan a escribir que el Papa parece querer autorizar el “divorcio católico”.
No había duda sobre el carácter conservador del cardenal Rouco, presidente de la Conferencia Episcopal durante 12 años y líder indiscutible del catolicismo español en las dos últimas décadas. Fue siempre un hombre fiel a Juan Pablo II y Benedicto XVI, y en el último cónclave maquinó abiertamente para evitar la elección de Francisco. Sin embargo, su firma en este libro ha sorprendido incluso a sus fieles seguidores, no porque duden de las ideas del cardenal, inflexible en las materias que se discuten en el sínodo, sino porque nunca pudieron imaginar que alzase la voz contra un documento papal, o que se resistiese a las reformas que se proponen desde el Vaticano, bien tímidas por otra parte.
Carta firmada por una veintena de teólogas y teólogos españoles
Hermano Francisco, «Pedro entrevisto»:
Estas líneas quisieran completar, por el otro lado, el escrito de casi medio millón de fieles, en el que te piden con ahínco que «reafirmes categóricamente la enseñanza de la Iglesia de que los católicos divorciados y vueltos a casar civilmente no pueden recibir la sagrada comunión». Por amor a Jesús, quisiéramos pedirte con igual afán que seamos todos fieles al Espíritu del evangelio, más allá de supuestas fidelidades a la letra de unas determinadas enseñanzas de la Iglesia.
Hablamos de supuesta fidelidad no para juzgar la intención de quienes te escribieron sino porque, en realidad, la enseñanza de la Iglesia no es que esos divorciados vueltos a casar «no puedan recibir la sagrada comunión» sino que, según el Concilio de Trento, «la Iglesia no yerra cuando les niega la comunión». Esa formulación, cuidadosamente elegida en aquel concilio, dejaba abierta la posibilidad de que tampoco haya error ni infidelidad en la postura contraria, y que se trate más de una cuestión pastoral que de una cuestión dogmática. En nuestra opinión, la prudencia pastoral no sólo permite sino que hoy más bien reclama un cambio de postura. Por estas razones.
1.- En la Palestina del siglo I, las palabras de Jesús afectaban directamente al marido que traiciona y abandona a su mujer porque otra le gusta más, o por motivos de este tipo: son primariamente una defensa de la mujer. Ahí sí que resulta inapelable la frase del Maestro: «lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre». No se conocía en tiempo de Jesús la situación de un matrimonio que (quizá por culpa de los dos o por una incompatibilidad de caracteres, antes no descubierta), fracasa en su proyecto de pareja. Dada la situación de la mujer respecto al marido, en la Palestina del s. I, esa hipótesis era impensable. Y aplicar las palabras de Jesús a otra situación desconocida en su época, donde lo que hay no es el abandono de una parte sino un fracaso de los dos, podría equivaler a desfigurar esas palabras. Estaríamos así manipulando a Jesús en aras de la propia seguridad dogmática, y poniendo la letra que mata por delante del espíritu que da vida, en contra del consejo paulino.
El evangelio debe ser inculturado y, cuando no se le incultura, se le traiciona. Los ejemplos que siguen pueden aclarar esto un poco más.
2.- El evangelista Mateo, que es quizás el que cuenta más transgresiones de la Ley por parte de Jesús, es curiosamente el único que pone en sus labios la frase «no penséis que he venido a derogar la Ley… He venido a cumplirla hasta la última tilde». Se nos da a entender así que, en aquellas transgresiones de la letra, Jesús estaba cumpliendo la Ley hasta el fondo, porque estaba custodiando su espíritu. Y el espíritu fundamental de toda la ley evangélica es la misericordia: no una misericordia blandengue, por supuesto, sino una misericordia exigente. Pero de ningún modo una exigencia inmisericorde. Quizá, pues, tengan algo que decirnos aquí aquellas palabras con las que Jesús responde a los escándalos que causa su conducta misericordiosa: «a ver si aprendéis lo que significa ‘quiero misericordia y no sacrificio’… » (Mt 9,13 y 12,7).
3.- La iglesia primera ofrece otro ejemplo palmario de esa fidelidad al espíritu por encima de la letra, con el abandono de la circuncisión. La circuncisión tenía algo de sagrado como símbolo expresivo de la unión entre Dios y su pueblo; podría haber valido también de ella la citada palabra de Jesús: «lo que Dios ha unido no lo separe el hombre». Sin embargo, la Iglesia abandonó esa práctica tras fuertes discusiones y contra la opinión de algunos que creían ser más fieles a Dios y, en realidad, buscaban su propia seguridad. Gracias a aquella decisión tan discutida, la Iglesia no sólo fue fiel a Dios sino que abrió las puertas a la evangelización del mundo entero. Y hoy aquella decisión nos puede parecer evidente pero entonces les resultó a muchos escandalosa.
El mismo Pedro, en su discurso en defensa de aquella decisión, que hoy nos parece tan fiel al Espíritu de Jesús, habló de «no imponer un yugo que ni nuestros padres ni nosotros somos capaces de soportar» (Hchs 15,10). Este es uno de los mayores pecados que puede cometer la Iglesia. Y es muy discutible que personas célibes puedan comprender lo que significa convivir cada día íntima y pacíficamente con otra persona con la que no hay la más mínima sintonía. Como es discutible que personas célibes pudieran abstenerse de mantener relaciones sexuales con una persona con la que se convive día y noche y a la que se ama.
4.- Tememos que los defensores del rigor piensen que instalar en la Iglesia una «disciplina de misericordia» equivaldría a abrir las puertas a una relajación moral, o a que la Iglesia acepta los mismos criterios sobre el divorcio que nuestra sociedad pagana. En realidad no es así: no se cuestiona en absoluto la indisolubilidad del matrimonio; y la disciplina de misericordia sigue siendo una disciplina a la que no todos podrán acogerse: porque reclama arrepentimiento, reconocimiento de culpa y propósito firme de enmienda. De lo que se trata es de no dejar solos y sin ayuda a quienes han fracasado. Como Jesús: que comía con pecadores no porque fuesen buenos, sino para que pudieran serlo.Teresa de Ávila, cuyo centenario estamos celebrando, recuerda en su autobiografía, que cuando se sentía pecadora o infiel recurrió algunas veces a abstenerse de la oración porque no se sentía digna de ella. Hasta que descubrió que aquel remedio era peor que su mal. La misma Iglesia ha enseñado siempre (y la práctica lo confirma) que la participación en la Eucaristía puede ser una gran ayuda y una fuerza para vivir evangélicamente. Nos tememos que privar de esa fuerza a quienes fracasaron en su primer proyecto matrimonial y han hecho ya penitencia por ese fracaso, podría acabar apartándolos de la fe.
5.- Finalmente queda la pregunta de si ha de tener la Iglesia una doble medida para las infidelidades al evangelio que afectan al campo sexual y para las que afectan a otros campos de la moral. Por ejemplo: la iglesia ha enseñado siempre que el único propietario de los bienes de la tierra es Dios y que los hombres somos sólo administradores de aquello que creemos poseer. Esa condición de administrador pide al hombre poner todos los bienes que tiene de más, al servicio de los que tienen menos: de los pobres y de los carentes de medios. Precisamente por eso, la Iglesia no reconoce un derecho absoluto a la propiedad privada, sino sólo en la medida en que éste sea un medio para satisfacer el derecho primario y absoluto de todos los hombres a los bienes de la tierra. Esa enseñanza del destino primario de los bienes de la tierra, tantas veces recordada por los últimos papas, la incumple una mayoría de católicos sin mostrar además el más mínimo arrepentimiento ni voluntad de enmienda por ello. Porque esa enseñanza de la Iglesia es también muy contraria a la mentalidad de este mundo pagano. Pero ¿no es una palmaria injusticia que ésos católicos sean admitidos a recibir unos sacramentos que se niegan a los otros casos de pareja fracasada, cuando en éstos haya un arrepentimiento y voluntad de enmienda que no se dan en aquellos? Dios no tiene dos pesos y dos medidas, o mejor aún: su parcialidad es siempre a favor de los más pobres y de las víctimas. En las parábolas que cuenta el evangelio del fariseo y el publicano o del hermano mayor del pródigo, Jesús estuvo orprendentemente de parte de los transgresores: porque a quienes los acusaban, todas sus obras buenas no les habían servido para tener un corazón bueno, sino para tener un corazón duro. Nada más, hermano Pedro. Sólo hemos querido exponer una opinión. Pero agradecemos mucho tus esfuerzos, en medio de tan crueles resistencias, por dar a la Iglesia un rostro más conforme con el Evangelio y con lo que Jesús se merece.
Firmas: Xavier Alegre Santamaría, José I. Calleja Sáenz de Navarrete, Joan Carrera i Carrera, Lucía Ramón Carbonell, Nicolás Castellanos Franco, Maria Teresa Dávila, Antonio Duato, Ximo García Roca, José Ignacio González Faus, Luís González-Carvajal, Mª. Teresa Iribarren Echarri, Jesús Martínez Gordo, José Antonio Pagola Joaquín Perea, Bernardo Pérez Andreo, Josep Mª Rambla Blanch, Andrés Torres Queiruga, José Manuel Vidal, Javier Vitoria Cormenzana y Josep Vives i Solé