En Ohio hay que fijarse en los pequeños detalles. Su fama como termómetro político lo convierte en un estado donde se pueden medir las inclinaciones electorales del votante rural, urbano y suburbano en pocos kilómetros de distancia y muchas veces solo observando de puerta a puerta.
“En Ohio la división rural-urbana en el voto es muy clara y en realidad hay solo unos cuantos condados que son decisivos para ver hacia dónde se inclina todo el estado”, explica a Efe Robert Alexander, profesor de Ciencias Políticas de la universidad Ohio Northern.
Una visita a los condados que decidirán las elecciones de noviembre permite avizorar una conclusión: Donald Trump podría no conseguir un segundo mandato presidencial, ya que parece estar perdiendo apoyos en zonas rurales y suburbanas, incluso entre los agricultores, que no han visto los frutos de sus promesas.
El campo no se abona con bulos
“Hay cosas que la desinformación no puede ocultar como el hecho de que el cambio climático lo vemos a diario y está afectando a los cultivos o a que la mala gestión de la pandemia nos ha sumido en una crisis. Los agricultores somos personas que nos basamos en la ciencia y en los datos”, afirma Matt Vodraska, dueño de una pequeña explotación agrícola de viñedos y árboles frutales en el condado de Wayne.
El calentamiento global ha llevado a temperaturas más extremas y a que ciertas variedades de frutales tradicionales no sean sostenibles, mientras que eleva el riesgo de una mala cosecha cada año y con ello la incertidumbre sobre una actividad que depende de los caprichos del clima.
Además, la pandemia del coronavirus clausuró durante meses la venta al público de Vodraska, así como la distribución a restaurantes, al tiempo que ha hecho mucho más difícil encontrar mano de obra para la recolección. Este joven agricultor y productor de sidra artesanal no sabe si su negocio superará una segunda ola de covid-19.
Estas elecciones han puesto ante una disyuntiva a Rebekah Headings, una agricultora del condado de Madison, que se define como republicana, pero que este año aún no tiene claro si votará por Trump.
Headings es todo lo americana que un europeo puede ser en esta tierra. Trece generaciones que se pueden trazar hasta la llegada del Mayflower en 1620. “Todos mis antepasados fueron agricultores y es algo que no voy a dejar de hacer”, asegura.
“Es muy difícil subsistir como agricultor o ranchero en estos momentos. La producción de leche no es sostenible y necesitamos empleos suplementarios. Este año conseguimos un acuerdo para proveer de leche a un colegio universitario y poco después golpeó la pandemia y ahora no sabemos qué pasará”, lamenta.
Los granjeros de Ohio siguen mostrando su apoyo a Trump con banderas y carteles, pero lo cierto es que muchos han sido muy perjudicados por la política proteccionista del presidente frente a China, que ha dificultado las exportaciones de soja y otros productos agrícolas y ganaderos.
Los condados de Wood, Henry o Sandusky permiten observar con claridad el sistema productivo del campo estadounidense: Los grandes granjeros blancos, con interminables hectáreas de tomate, pepino o coles, emplean a cuadrillas de trabajadores inmigrantes temporales o indocumentados mal pagados, que alojan en barracones bajo vigilancia.
Charles, un granjero de Napoleon (Ohio), colabora en los preparativos en el cuartel general republicano del condado para recibir al sheriff, un miembro del partido bien asentado.
«No hay duda de que aquí y en otros condados va a ganar Trump otra vez», augura Chuck, mientras ordena galletas con los colores de la bandera estadounidense. El condado de Henry ha votado republicano siempre desde 1980.
“Los agricultores de Ohio han sido tradicionalmente conservadores, a favor de la libertad de elegir, por ejemplo, una sanidad privada y no socializada, pero cada vez ven más claro que lo que Trump les ha vendido es un cascarón vacío”, señala Vodraska.
Para Baldemar Velásquez, fundador del sindicato Farm Labor Organizing Committee (FLOC) hace más de cuatro décadas, el sistema de explotación del campo no solo afecta a los temporeros, sino también a los granjeros blancos.
“Esos granjeros que disponen de tanta tierra en realidad viven de un sistema en el que las grandes corporaciones como Campbell’s están en lo más alto de la pirámide. Les fuerzan a aceptar precios fijos por su producción y en la práctica crean los incentivos para que exploten y maltraten a los migrantes que trabajan en los campos. Se supone que trabajarás hasta que no puedas más”, detalla Velásquez.
Desde que llegó la pandemia ese sistema ha quedado en evidencia, ya que en los barracones, muchas veces dormitorios comunes, en los que también conviven menores, la covid-19 se ha extendido como la pólvora.
“El sindicato ha actuado como clínica móvil, realizando test e incluso aportado un camión entero de papel higiénico los primeros días de la pandemia. En un campamento de unas cien personas llegamos a detectar 60 casos”, señala.
El cinturón industrial
En la ciudad de Toledo, a orillas del lago Erie y donde las luces de un casino se confunden con el de las cementeras, grandes plantas automovilísticas dan trabajo a la clase media mejor pagada, pero en riesgo de desaparecer.
«En los últimos seis meses hemos visto un milagro manufacturero tras otro», aseguró Trump en una visita a Ohio en agosto.
Esa afirmación no se corresponde con la realidad que vive este sector vital, donde antes de la pandemia quienes eran despedidos eran reintegrados en el mercado laboral a través del sector de la restauración, peor pagado, pero hasta entonces capaz acaparar la demanda de empleo.
«Desde 1910 se han construido automóviles en esta fábrica y se ha convertido en parte integral de la comunidad», reflexiona Chuck Padden, gerente del gigantesco complejo de ensamblaje de Fiat Chrysler en Toledo, que el año pasado se comprometió a aumentar la inversión para seguir fabricando principalmente todoterrenos Jeeps, convertidos en un popular juguete de estadounidenses adultos.
La planta da trabajo a más de 7.000 personas y sigue buscando nuevas contrataciones para cubrir jubilaciones, una nota positiva en el sector de las manufacturas, que en este estado ha experimentado una caída de 40.000 empleos frente a los datos previos a la pandemia, que no recuperaron los niveles previos a la crisis de 2008, según datos de la Reserva Federal.
El sondeo de lo anecdótico
Amy F. Grubbe, presidenta del Partido Demócrata en el condado de Erie, ha pasado una larga tarde en el cuartel general de los demócratas en Sandusky (Ohio) coordinando la distribución de información electoral por todo el condado, facilitando datos a los indecisos y vendiendo carteles para colocar en la puerta de las casas con los nombres de Joe Biden y Kamala Harris.
“Así es como se ganan las elecciones. Con mucho trabajo de voluntarios”, asegura, mientras revisa una tabla con las salidas de los voluntarios que recorren la región puerta por puerta para animar al voto.
En 2012, el entonces presidente demócrata Barack Obama ganó aquí con una ventaja de 12 puntos y en 2016 el republicano Donald Trump le dio la vuelta a los colores políticos al imponerse con 10 puntos de diferencia.
Según Grubbe, este año los demócratas han perdido la timidez en Ohio. «En 2016 robaban carteles de Hillary (Clinton) de los jardines y no venían a por más. Este año se los quitan y regresan a por los de Biden. En total habremos distribuido unos 1.500 en comparación con los 500 de las elecciones pasadas».
En el Partido Demócrata de Erie están seguros de que este año el condado se decantará por Biden de nuevo con los datos de inscripción y de voto temprano en la mano. Debido a su condición de predictor, un ejemplo que puede replicarse en otras regiones, esa tendencia podría no ser única de este pequeña región del Medio Oeste.
Para Alexander, el retroceso de Trump en Ohio ha obligado al presidente a una retirada táctica de recursos en otros estados clave en estas elecciones como Pensilvania y Florida.
«En enero los republicanos no pensaban que iban a estar peleando por Ohio y eso les obliga a rebajar la presión en otras zonas como Michigan, Wisconsin o Pensilvania», puntualiza el politólogo.
Si las tendencias de Ohio (con 18 de los 270 delegados necesarios para hacerse con la presidencia) se extienden a Pensilvania (20) y otros estados del Cinturón del Óxido como Michigan (16), Minesota (10) y Wisconsin (10), Trump tendrá muy complicado repetir otros cuatro años en la Casa Blanca. EFE