La muerte de una manifestante ensombreció este sábado la jornada de protesta en Francia contra la subida del precio del carburante. En unos 2.000 puntos de todo el país, cerca de 282.710 personas, según datos oficiales, cortaron autopistas, carreteras y calles en un movimiento sin líderes y desligado de partidos y sindicatos que desconcierta al Gobierno francés. La movilización es un toque de atención para el presidente Emmanuel Macron, que, desde que en 2017 llegó al poder, ha superado sin problemas las protestas sindicales con la reforma laboral y la de los ferrocarriles públicos.
El llamado movimiento de los chalecos amarillos expresa el hartazgo de muchos habitantes de la provincia que se sienten despreciados por las élites y en particular por el presidente Macron. El detonante de la propuesta es el aumento de los impuestos a la gasolina y al gasóleo. El precio del combustible afecta poco a la Francia urbana que se desplaza en transportes públicos —o incluso en bicicleta— pero que representa una carga cotidiana para quienes viene en pequeñas ciudades o pueblos y necesitan el coche para desplazarse al trabajo o hacer las compras
El incidente más grave ocurrió en Le Pont-de-Beauvoisin (Saboya). Una mujer que llevaba a su hija al médico en coche se vio rodeada en una rotonda por manifestantes. Presa del pánico, aceleró y mató a otra mujer, según la explicación del ministro del Interior, Christophe Castaner.
Las protestas del 17 de noviembre eran la primera prueba de este movimiento organizado por medio de las redes sociales y con contornos ideológicos difusos. Los bloqueos no paralizaron Francia. Que ocurrieran en un día festivo diluyó el impacto. Pero los chalecos amarillos sí ralentizaron el tráfico y provocaron atascos en centenares de puntos del país. Y la capacidad de movilización envía una señal a los poderes políticos sobre la amplitud del descontento.
El balance del Ministerio del Interior —una muerte, 227 heridos, de los cuales seis de gravedad, y 73 detenidos— subraya las dificultades para gestionar una protesta sin las estructuras de organización típicas de las manifestaciones sindicales.
El balance político es más complicado. El primer ministro, Édouard Philippe, anunció esta semana una serie de medidas, valoradas en 500 millones de euros, para ayudar a los automovilistas con menor poder adquisitivo. Pero no está dispuesto a ceder en aumento del impuesto sobre el combustible, una medida considerada necesaria en la lucha contra las emisiones contaminantes. El 1 de enero de 2019 la tasa obre la gasolina subirá 3,9 céntimos de euro por litro, y la tasa sobre el gasóleo 6,5 céntimos.
El problema es que, aunque Macron y Philippe quisieran negociar, no tendrían con quién. Los chalecos amarillos carecen de representantes. Es una incógnita si, después de la convocatoria de este sábado, los bloqueos continuarán.
En París, unos centenares de chalecos amarillos —la indumentaria fluorescente que obligatoriamente llevan los automovilistas para usarla si se detienen en la carretera— bloquearon algunos puntos del periférico, la carretera de circunvalación. Muchos de los manifestantes venían de poblaciones de las afueras de la capital y habían visto la convocatoria por Facebook y otras redes sociales. Por la tarde se dirigieron a los Campos Elíseos, la gran avenida central, y a la plaza de la Concordia, a unos centenares de metros del Palacio del Elíseo, la residencia presidencial, acordonada por policías y gendarmes antidisturbios.
La lista de reclamaciones era larga. Partía del aumento del impuesto al combustible y otros agravios a los automovilistas, como la reducción de la velocidad máxima en las carreteras a 80 kilómetros por hora. Pero iba más allá. Desde la subida de cargas a los jubilados hasta la reducción del impuesto sobre la fortuna, pasando por la supuesta arrogancia de Macron o, de manera más general, hay un denominador común: la percepción de una pérdida de poder adquisitivo por parte de la clase media y el enfado con los gobernantes del país.
«Los más ricos son más ricos y los más pobres, más pobres. Las clases medias pagan por los más ricos y por los más pobres», decía, mientras caminaba por los Campos Elíseos, dijo Éric, un hombre que trabaja como organizador de bodas y festejos en la región de París, y no quiso dar su apellido.
La ausencia de consignas y líderes, y la división de estrategias, se evidenció unos minutos después, cuando medio centenar de chalecos amarillos cortaron el tráfico —incluidos los extrañados pasajeros de un autobús turístico— en la plaza de la Concordia. «Estamos aquí para ralentizar el tráfico, no para bloquearlo», increpaba a sus colegas otra chaleco amarillo. Unas decenas de manifestantes lograron entrar en el lujoso Faubourg Saint-Honoré para acercarse al edificio más conocido de esta calle: el Palacio del Elíseo. «Macron, dimisión», gritaban.
La extrema derecha del Reagrupamiento Nacional (ex-Frente Nacional), la izquierda populista de La Francia Insumisa y la derecha tradicional de Los Republicanos declararon su simpatía con las protestas. Los sindicatos se desmarcaron.