Junto a su gran maleta azul, con la mirada perdida, Henrry Martínez se apoyó contra la pared y se resignó a esperar.
El venezolano de 50 años pensó que había dejado atrás los conflictos cuando huyó de la crisis económica y política en su país en busca de una nueva vida en Chile.
Pero apenas aterrizó el domingo en Santiago de Chile se encontró con un caos similar: manifestaciones y enfrentamientos en las calles que las fuerzas de seguridad repelieron con gas lacrimógeno y camiones hidrantes.
Saqueos, vandalismo, muertes y hasta un despliegue militar en el marco de un estallido social iniciado el viernes.
El toque de queda impuesto por segunda noche consecutiva dejó a Martínez y a otros miles de personas atrapadas en el aeropuerto de la capital chilena.
«He pasado la experiencia en Venezuela y sé que es peligroso», dijo Martínez a la AFP, con una mezcla de resignación y ansiedad en la mirada.
«La seguridad de uno vale más que todo. Una noche más no me quitará el sueño», agregó.
Y su llegada a Chile fue tortuosa: salió desde la venezolana Ciudad Bolívar a San Antonio, luego a la vecina ciudad colombiana de Cúcuta, para luego llegar a Bogotá y por último a Santiago, en un sinuoso camino para ahorrar 300 dólares.
– «Situación crítica» –
El venezolano había escuchado sobre los disturbios en Chile, pero decidió seguir adelante con su plan.
«En Venezuela la situación es crítica», dijo. «Lo que uno vive es duro, no es fácil. Como yo hay miles de venezolanos que están emigrando».
A diferencia de Martínez, que aguarda para ir a la ciudad, miles de pasajeros esperaban en el aeropuerto de Santiago con la esperanza de regresar a sus hogares: decenas de vuelos fueron cancelados, dejándolos en un limbo, haciendo filas para obtener comida e información.
Muchos improvisaron camas sobre toallas, chaquetas o sábanas para pasar la noche.
Otros se recostaron sobre carros de equipaje, y algunos se hicieron de mantas que les proveyeron las autoridades del aeropuerto.
«Hemos venido aquí por el toque de queda», dijo la estudiante peruana Yamile Sánchez, de 23 años, parte de un grupo de más de 100 estudiantes de una decena de países que llegó a Chile para un congreso de Ciencias Forestales en Talca, al sur de Santiago.
Para no quedar varados donde no pudieran llegar al aeropuerto, se anticiparon al inicio del toque de queda a las 7:00 p.m.
«No sabemos nada; si nos cancelan (los vuelos) tenemos que hacer las colas inmensas para que nos reprogramen».
Uno tras otro, los vuelos de los estudiantes hacia distintos destinos fueron retrasados.
La aerolínea regional LATAM canceló todos los vuelos entre las 7:00 p.m. y las 10:00 a.m. de este lunes.
Muchos empleados de las líneas aéreas y del aeropuerto no pudieron llegar hasta la terminal por los disturbios que afectaron casi por completo al transporte público.
«Nos preocupa porque no sabemos si las manifestaciones van a ser peores o cuántos días van a durar», dijo Sánchez. «Somos estudiantes universitarios, y estamos perdiendo clases».
– «Sensación de inseguridad» –
El ecuatoriano Marcos Montes ha esperado 12 horas con su esposa, y deberá esperar al menos 24 horas más para poder viajar.
Llegaron a Santiago tras recorrer 1.000 kilómetros desde la sureña Puerto Montt, durante los cuales constataron los destrozos.
También habían pensado que los disturbios se quedarían en su país.
«Es muy similar. Salimos de Ecuador con problemas y vinimos aquí para encontrar problemas», dijo el hombre de 46 años.
Cuando partieron de vacaciones, a principios de mes, se sucedieron en Ecuador 12 días de protestas contra un aumento de combustible que dejaron ocho manifestantes muertos.
«Más que miedo, teníamos una sensación de inseguridad, de saber si podíamos volar o no, y finalmente nos cancelaron el vuelo, sin mayor información».
Con dos carros de equipaje, el matrimonio creó un pequeño refugio para afrontar la larga espera.
Pese a las dificultades, el aeropuerto internacional de Santiago estaba calmo en la noche.
Las filas avanzaban en orden, mientras que la mayoría de los pasajeros se había acomodado en asientos o en algún espacio en el suelo para dormir.
Solo unas jóvenes jugando a las cartas y un grupo de deportistas interrumpían el silencio por momentos con sus carcajadas.
AFP