Una obsesión por la famosa película “Pesadilla en Elm Street” transformó a Daniel González en el verdadero Freddy Krueger de Reino Unido. Su afición a las películas de miedo y de terror hizo que él también quisiera ser el protagonista de una, pero real, en la que el país sufriría los coletazos del tenebroso personaje.
Concretamente, escogió Londres y Sussex como los lugares en los que realizaría sus crímenes. El joven de 25 años asesinó a cuatro personas e hirió a dos en un ataque frenético que tuvo lugar en septiembre de 2004. Para el genocida, los asesinatos fueron “una de las mejores cosas” que hizo en su vida, un doloroso reconocimiento a un acto que le condenó a cadena perpetua en 2006.
El primero de los ataques ocurrió en Hilsea, Portsmouth, cuando González atacó con un cuchillo a un hombre de 61 años que paseaba a su perro con su esposa. Previamente, le había dicho que le iba a matar, pero falló en crimen y el sexagenario lograría escapar, herido, pero vivo. El agresor huyó, sin dejar rastro.
Un error para el agresor que le hizo estar el doble de furioso en su segundo intento, en el cual no falló. Se desplazó a Southwick, en West Sussex, y se encontró con una mujer de 76 años con la que no tuvo piedad. Disfrazado con una máscara de hockey, apuñaló fuertemente a su nueva víctima antes de regresar a su casa. En Tottenham, continuó con sus ataques. Después de apuñalar hasta la muerte a un hombre de 46 años, allanó una casa para buscar a quien sería su tercera víctima mortal. Peso solo consiguió herirle en el brazo.
Sus asesinatos terminaron en Highgate, tras acabar con la vida de una pareja de ancianos. Poco más tarde, sería detenido en el metro, ya que fue descubierto con un billete manchado de sangre. Recibió hasta seis cadenas perpetuas, mientras que el juez recomendó que nunca fuera puesto en libertad. Para él, estos sucesos serían algo “orgásmico”. Para su madre, quien testificó en el juicio, era alguien “extremadamente inteligente, pero extremadamente perturbador”, así como “encantador, pero también manipulador.
González no aguantó la presión de la cárcel, y se suicidó en 2007, tras utilizar un estuche de CD roto.