Después de combatir a la guerrilla del M-19 y las FARC y crear su propia agencia de seguridad, el ex militar Jorge Salcedo tuvo un rol clave en la caida de los hermanos Rodríguez Orejuela. La DEA le pagó con un cambio de identidad.
Eran mediados de 1995 cuando un grupo del Ejército y la DEA tomó el apartamento 402 del edificio Colinas de Santa Rita, al occidente de Cali. Un informante había dado la ubicación de Miguel Rodríguez Orejuela, uno de los líderes del Cártel de Cali. «Si es necesario tumben todo», dijo. Rompieron paredes, techos, suelos, desarmaron closets, usaron interruptores de puertas secretas y no encontraron nada.
La búsqueda se canceló. Pero el informante insistía en que ahí estaba. Entonces, el equipo de inteligencia regresó. Esta vez encontraron en el suelo de un pasillo una pipeta de oxígeno con su mascarilla, una toalla blanca con manchas de sangre, un jean y una camiseta de cuadros. El capo siempre estuvo ahí, escondido en una caleta del baño auxiliar; así lo registró la revista Semana en 1997.
El objetivo se había escapado, pero algo les había quedado claro: el hombre al teléfono era de confianza. Gracias a ese registro encontraron documentos en un doble fondo de un escritorio, que permitió vincular con el narcotráfico a muchos personajes públicos. El informante -se sabría después- era Jorge Salcedo, un hijo de un condecorado militar de nombre homónimo.
Salcedo también fue un prolífero militar del Ejército de Colombia que decidió pasar de combatir las guerrillas del M-19 a ser el jefe de seguridad de los hermanos Rodríguez Orejuela, líderes del Cartel de Cali. Con ellos se empeñó en un plan para acabar a su principal enemigo, Pablo Escobar, cabecilla del Cártel de Medellín, pero terminó aliándose con la DEA para sacrificar a sus propios jefes narcos.
Hijo de militar, Jorge Salcedo realizó estudios de ingeniería y aprovechó los contactos de su padre, que trabajó para algunas compañías petroleras y químicas tras su retiro, para ofrecer servicios muy especializados a refinerías de petróleo y afines y de la experiencia en tales labores surgió la idea de fundar una empresa de seguridad.
Había estudiado ingeniería y economía en Estados Unidos. Ingresó a las filas del Ejército en 1982, en tiempos en los que los militares luchaban con los reductos del M-19 que habían quedado en Cali. Su labor era la inteligencia, contactaba informantes para conocer los desplazamientos de los guerrilleros. Trabajo que llegó hasta marzo de 1990, cuando el grupo subversivo se reincorporó a la vida civil.
Ahí también medió un fracasado plan para tomar el cuartel general de las FARC en la selva con mercenarios británicos. Para entonces ya tenía una empresa de seguridad para multinacionales petroleras con equipos de detección de comunicaciones y localizaciones de muy alto nivel. Por eso entró a la reserva del Ejército.
El Cartel de Cali ya le iba siguiendo la pista. Y ocurrió un hecho que marcaría sus posteriores decisiones. En 1984, Pablo Escobar, líder del Cartel de Medellín, enemigo de los Rodríguez Orejuela, había mandado a matar a un amigo y compañero de colegio de Salcedo, el entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla.
Un viejo amigo del Ejército lo recomendó a la cúpula del Cártel alegando su especialización en «visión nocturna, detectores de calor y GPS’. En aquel entonces, el GPS estaba solamente en manos de los militares», según contó el mismo Salcedo a Entertainment Week. Necesitaban a alguien capaz de protegerlos de los atentados de Escobar y, de paso, de acabar con él.
En una cita fue encerrado en una habitación con los mismos líderes del Cártel de Cali que, sin preguntar su decisión, le enseñaron un plan a seguir. Querían sorprender a Escobar en su hacienda Nápoles, la del zoológico, la red de carreteras, las pistas clandestinas, la de sus 10 casas y seis piscinas y de la colección de autos y motocross.
El capo celebraría ahí la victoria de su equipo de fútbol, el Independiente Medellín, en la Copa Libertadores de 1989. Dos helicópteros iban hacia él cuando, por causas desconocidas, uno se estrelló y la misión se abortó. Así continuaron otras estrategias, que con la habilidad tecnológica de Salcedo, a quien le dieron el alias de ‘McGyver‘, nada en Cali les pasaba inadvertido a los hermanos narcos.
Ello, y la red de sobornos que Salcedo logró armar con sus contactos militares, donde había comprado agentes en Cali, Medellín y Bogotá. Por todo este trabajo cobraba 1.000 dólares al mes, casi nada teniendo en cuenta el dinero que hacía el Cártel con el tráfico de cocaína.
Los planes contra Escobar se acabaron con su asesinato el 2 de diciembre de 1993.En ese momento -dijo al semanario estadounidense- intentó desligarse del Cártel de Cali, pero no pudo. Su labor ahora sería vigilar a políticos y otros personajes influyentes de la vida pública que pudieran afectar o favorecer los intereses del clan familiar.
«Nunca entendieron que lo mejor que debieron haber hecho era darse por vencidos y decir: ‘Hey, Pablo ha muerto, ya terminamos’, así que tuve que empezar a escanear todas las posibilidades que pudieran derribar a los hermanos Rodríguez y evitarlas», confesó Salcedo a Entertainment Week.
Tres semanas después de la muerte del cabecilla del Cartel de Medellín, Salcedo fue contactado por agentes de la DEA. Ya tenían pruebas contra él que ofreció el capturado coronel Roberto Leyva, con quien había negociado unos explosivos para otro fallido atentado contra Escobar. Estaba acorralado y le tocó aceptar ser un delator, con el riesgo que implicara.
Recibiría una jugosa recompensa, que terminó siendo de 1.665.000 dólares, y el ingreso al programa de protección de testigos de Estados Unidos. «La información de Salcedo permitió el esclarecimiento de varios asesinatos y la confiscación de materiales para la fabricación de bombas y explosivos», dice una parte del expediente de la Corte Federal de Miami conocida por Semana.
Sus informaciones se complicaron cuando se descubrieron aportes económicos a la campaña presidencial del ex mandatario Ernesto Samper Pizano, conocido como Proceso 8.000. Los hermanos estaban siendo perseguidos y ya tenían dudas de que entre sus hombres había un informante. Así que Salcedo no tuvo de otra que apresurar sus capturas.
Semanas después del primer operativo fallido en aquel lujoso edificio de Cali, nuevamente informó a la DEA el paradero de Miguel Rodríguez Orejuela, pues su hermano Gilberto ya estaba preso. Un grupo de 15 hombres del Bloque de Búsqueda se tomaron el edificio Buenos Aires y, esta vez, lo encontraron.
Jorge Salcedo les había entregado a las autoridades al último capo del Cartel de Cali. El hijo de Miguel Rodríguez Orejuela lo buscaba desesperado para matarlo. Pero la DEA cumplió su palabra. Lo sacó de Colombia, le dio otra identidad y lo ubicó en una dirección desconocida en Estados Unidos en la que hasta hoy permanece oculto. Desde su paradero fantasmal, se dio un gusto: asesoró a Netflix para la tercera temporada de la serie Narcos.