Abusos sexuales, machismo, monjas que son tratadas casi como criadas del obispo o sacerdote de turno… Las mujeres dicen basta y alzan su voz contra la «cultura del silencio» dentro de la Iglesia católica. Las últimas en lanzar la señal de alarma fueron las más de medio millón de religiosas representadas por la Unión Internacional de las Superioras Generales (UISG), que recientemente expresaron su «profunda tristeza e indignación por las formas de abuso que prevalecen en la Iglesia».
Una denuncia que esta semana reconoció por primera vez el papa Francisco. Durante el vuelo de regreso de su histórico viaje a Emiratos Árabes Unidos, Bergoglio admitió que los abusos sexuales y de poder a religiosas dentro de la Iglesia existen y «vienen de lejos». «Es verdad. Dentro de la Iglesia ha habido sacerdotes y obispos que han hecho eso. Y yo creo que todavía se hace», señaló el pontífice. «Desde hace tiempo estamos trabajando en esto. Hemos suspendido a algunos clérigos […] ¿Hay qué hacer algo más? Sí. ¿Tenemos la voluntad? Sí. Pero es un camino que viene de lejos».
Una realidad silenciada durante mucho tiempo que quedó reflejada en un reportaje publicado hace unos meses en el suplemento femenino del Osservatore Romano, el diario oficial del Vaticano, en el que varias religiosas denunciaban de forma anónima la explotación laboral y el menosprecio que sufrían por parte de obispos, cardenales o sacerdotes a los que atienden prácticamente gratis sin poder ni siquiera sentarse en la misma mesa que sirven.
El artículo tuvo mucha repercusión, reconoce la periodista Lucetta Scaraffia, que recuerda cómo varias monjas se acercaron hasta la redacción para darles las gracias. Scaraffia, con un pasado de no creyente, dirige desde 2012 ‘Mujeres, Iglesia, Mundo’, la primera publicación vaticana dedicada a escuchar la voz de las mujeres. La intelectual italiana, una de las más respetadas dentro del Vaticano, denuncia que existen «muchos casos» de monjas que han sufrido abusos laborales y sexuales por parte de sus superiores. «Es un problema muy grave, no sólo porque se trata de religiosas, sino porque a menudo a la violencia le sigue el aborto», asegura a EL MUNDO.
«La condición de las mujeres dentro de la Iglesia refleja la condición de las mujeres en la sociedad civil», afirma por su parte la teóloga Marinella Perroni, que celebra el esfuerzo de muchas consagradas que están trabajando para que «la Iglesia se convierta en expresión de libertad femenina y no de marginación y subordinación». Como la socióloga Paola Lazzarini, impulsora junto a una treintena de ‘colegas’ de un manifiesto con el que reclaman que las mujeres dentro de la Iglesia católica puedan ser interlocutoras y no sólo obedecer sin rechistar. «El papel de madre protectora no es el único que puede ocupar una mujer», reivindica.
Después de cinco años formando parte de una pequeña congregación en el norte de Italia, Lazzarini colgó los hábitos harta del «autoritarismo» que impedía a los miembros de la comunidad «desarrollar su propia potencialidad». Ahora, con 42 años, casada y con un hijo, denuncia que dentro de la Iglesia «muchas mujeres experimentan abusos» de todo tipo. Un problema que se solucionaría dándoles mayor «visibilidad», escuchándolas. «Los sacerdotes tienen miedo, no están preparados ni saben relacionarse con mujeres que no sean simples ejecutoras de sus órdenes. Creen que lo único que queremos es ser curas, como si fuera una tragedia, cuando probablemente sería la salvación…», sugiere.
Un ejemplo de esa invisibilidad fue el Sínodo sobre los Jóvenes celebrado en octubre en el Vaticano. El documento final recomendaba una mayor «presencia femenina en los órganos eclesiales a todos los niveles». Sin embargo ninguna de las más de 30 mujeres que participaron en los trabajos de la asamblea tuvo derecho a voto, que estuvo reservado a los padres sinodales (cardenales y obispos, principalmente). Una petición online para que las participantes pudieran votar consiguió más de 7.000 firmas en pocos días pero no obtuvo resultados. «Creo que la presencia de las mujeres es clara, las escuchamos.
Pero Jesús eligió a apóstoles hombres», respondió ante las críticas el obispo holandés Everardus Johannes de Jong.»¿Y entones María Magdalena quién era?», dice indignada Marinella Perroni recordando las palabras del obispo. «El verdadero problema dentro de la Iglesia son los hombres no las mujeres. Es el papel de los hombres lo que está haciendo agua por todas partes», sostiene la teóloga.
En 2016 el papa Francisco convocó una comisión para estudiar el rol que cumplían las mujeres diáconos en los primeros años del cristianismo. Una decisión que fue interpretada como una posible apertura al diaconado femenino, el primer nivel de la ordenación sacerdotal que permite celebrar bautismos y matrimonios. En la actualidad pueden acceder sólo los hombres pero se sabe que en el pasado también existieron diaconisas. Los resultados de la comisión ya están en manos del Papa pero hasta el momento el Pontífice no ha comunicado ninguna decisión. Y puede que no lo haga nunca porque, como señala Paola Lazzarini, «si se acepta a las mujeres diácono, al menos a nivel teórico podría haber mujeres sacerdotes».
Marinella Perroni cree que la cuestión está mal planteada. «No existe un diaconado femenino sino un único diaconado ejercitado por hombres y por mujeres. Es necesario repensar los ministerios. Si las mujeres no tienen acceso al sacerdocio todo lo demás son solamente palabras».
Pero más allá de la admisión al diaconado, el problema que señalan las mujeres de la Iglesia católica es la insuficiente presencia femenina en los procesos de toma de decisión, que no tiene porqué significar el acceso al sacerdocio. «Si las mujeres pudieran ser cardenales sin tener que ser ordenadas sacerdotes podrían participar en la elección del papa y en las reuniones importantes», defiende Lucetta Scaraffia. Para la periodista -contraria al sacerdocio femenino- una mayor representación de las mujeres en puestos de responsabilidad no sólo es justa sino que permitiría reducir los abusos sexuales dentro de la Iglesia porque «sus denuncias ayudarían a hacer limpieza de la complicidad clerical masculina».
Una tesis que apoya también Lazzarini. «Y no porque las mujeres sean más sensibles, basta pensar en los casos de Irlanda, sino porque haría saltar por los aires este corporativismo». «Necesitamos que las mujeres entren en los procesos decisionales y eclesiales con plena autoridad», insiste la ex monja. «Esperamos que el papa Francisco abra al menos una brecha. Estamos cansadas de las palabras, queremos hechos», reseña El Mundo