“Quiero salir rápido de aquí”, confiesa el venezolano Róber Solano. La situación siempre fue difícil en la frontera, pero la xenofobia ha comenzado a envenenar lentamente la ciudad brasileña de Pacaraima (norte), donde los inmigrantes son señalados como responsables de la creciente violencia en la región.
La historia de Solano parece una calcomanía que pasa de inmigrante en inmigrante, quienes al cruzar la frontera ven diluir rápidamente ese sueño de una mejor calidad de vida y esfumarse sus esperanzas al tener que afrontar el rechazo de la población local en Pacaraima, la puerta de entrada a Brasil.
“Queremos salir de Pacaraima porque la situación aquí es difícil. Tenemos mucho peligro en la calle. No quiero quedarme aquí porque pasa que la Policía puede agredirnos. Yo quiero salir rápido de aquí”, relató a Efe Solano, un joven de 25 años que a pesar del desespero en la frontera quiere adentrarse en territorio brasileño.
Como muchos de sus compatriotas que huyen del hambre, la falta de trabajo y la escasez de alimentos, Solano pretende continuar su cruzada y desplazarse hasta Boa Vista, capital del estado de Roraima y desde donde son trasladados muchos venezolanos para otros centros urbanos de Brasil, como Sao Paulo, Río de Janeiro o Recife.
El miedo a sufrir ataques en Pacaraima es latente y persistente, admite Solano, quien a pesar de reconocer que los inmigrantes venezolanos pueden tener también dificultades en Boa Vista, la capital regional “es más tranquila” y ofrece mejores posibilidades que la frontera, sin tener que pasar por “insultos”.
VIOLENCIA
El vicepresidente de Brasil, el general de la reserva Hamilton Mourao, visitó el jueves Pacaraima para apaciguar la tensión en la región fronteriza después de varios días de protestas por el aumento de la violencia en la región tras la violación de una niña cuando iba camino de la escuela, supuestamente por un ciudadano venezolano.
El suceso generó protestas en la localidad contra los inmigrantes, pero la situación recuperó la normalidad a mediados de la semana, en medio de una tensa calma y con soldados, policías militarizados y agentes federales fuertemente armados patrullando las calles del empobrecido municipio fronterizo.
“Tenemos mucha (xenofobia). Prejuicio. Si una persona es mala, todos pagan. Hay gente buena y gente mala en todo el mundo. En Venezuela tenemos y en Brasil también. Lo que pasa es que Brasil no tiene ahora una situación como la de Venezuela”, lamentó Solano.
Solo en Pacaraima, el flujo diario de entrada de ciudadanos del país vecino en el mes de enero fue de 432 entradas y 122 salidas al día, según un informe divulgado esta semana por la Operación Acogida, que coordina la “interiorización” de los venezolanos.
Para Fabio Macedo, de 34 años y que desde niño reside en Pacaraima, no todos los venezolanos llegan a Brasil para “hurtar y robar”, pero el aumento de casos de violencia, como lesiones personales y acuchillamientos, coincidió con la disparada del flujo migratorio.
“Uno no puede dejar la puerta abierta ni caminar en la calle porque está siendo todo el tiempo amenazado. No somos contra la llegada de los venezolanos, sabemos que hay gente que lo necesita, y, si vienen pacíficamente, serán recibidos de puertas abiertas, pero si lo hacen con violencia, violencia tendrán”, advirtió.
RECLAMOS
Con un año y tres meses en Pacaraima, Francisco Inácio, de 44 años, criticó la presencia de la Fuerza Nacional de Seguridad, un grupo de elite de la Policía desplazado a esa localidad y que, según él, “es un gasto de dinero, es dinero tirado a la basura”, porque el contingente “no hace nada a favor de la comunidad brasileña”.
Inácio dijo que los servicios de energía y de salud, que siempre han sido precarios en la región, dan prioridad a la comunidad venezolana, que cuenta con generadores de electricidad y motores para bombear el agua, mientras que “nosotros estamos a la merced de la suerte y tenemos que criar a los hijos con inseguridad”.
Para Manoel Silva Coelho, también habitante de Pacaraima, el aumento de demanda de los servicios para los venezolanos también puso en jaque a la educación, con escuelas que no consiguen albergar a los menores de los dos países.
“No es prejuicio, pero hay que ordenar primero la casa, tenemos que dar atención al pueblo brasileño y ahí sí, después, atender a los venezolanos que vienen a buscar trabajo”, puntualizó.
EFE