Becky tuvo que lidiar con los problemas con el alcohol de su madre y las secuelas la acompañan a pesar de los muchos años transcurridos.
Crecer con un padre o madre que tiene un problema con la bebida puede afectar a los niños de muchas maneras y muy profundamente.
Los hijos de alcohólicos tienen más probabilidades de sufrir depresiones, tener problemas en la escuela y experimentar abuso y violencia en el hogar. Muchos son los que descubren que aún sufren estas consecuencias cuando son adultos, como Becky Ellis Hamilton.
Era sábado por la noche y Becky, que entonces tenía 13 años, ayudaba a su madre Pat a prepararse para salir.
La mujer pasaba la mayoría de los fines de semana con su pareja y dejaba a la niña en casa con su abuela.
Mientras se arreglaba para una nueva salida, Pat se sentó en la tapa del inodoro mientras su hija le colocaba delicadamente sus lentes de contacto, luego le pasó suavemente la sombra de ojos lila por los párpados y lápiz labial rosa alrededor de la boca.
Pat era alta y hermosa y parecía joven a los 53 años, cuenta Becky. La madre estaba animada esa noche, tratando de hacer bromas.
Sin embargo, la niña estaba molesta con ella.
“Me sentí muy frustrada. Solo quería decirle ‘sé que has estado bebiendo, ¿por qué lo hiciste? No has bebido en años’”, relata.
Pero no dijo nada.
Y con el maquillaje completo, Pat se despidió de Becky con un beso y se fue.
Botellas escondidas
Desde muy pequeña, supo que su madre era bebedora, a pesar de que Pat no bebía delante de ella y nunca hablaba del tema.
Becky todavía recuerda el olor que flotaba alrededor de su madre, un aroma que, según describe, parece filtrarse por los poros.
“Se notaba de inmediato, ella simplemente cambió, fue como si tan pronto como comenzó a beber se perdiera“, afirma.
Pat escondía botellas de vodka por diferentes lugares de su casa. Debajo del colchón, entre las toallas del armario del baño, en la cisterna del inodoro.
Tomaba en secreto y bebía hasta cinco días de cada siete.
Si Becky alguna vez encontraba una de las botellas escondidas de su madre vertía el vodka y lo reemplazaba con agua. Luego devolvía con cuidado la botella a su escondite. Pero ninguna de los dos habló de eso.
Había una regla tácita en la familia: no mencionarlo.
Protección
“No quería meter a mi madre en problemas. Tenía miedo de que alguien se enterara y de que me alejaran de ella. Sabía que mi madre me necesitaba”, afirma la hija Becky.
Añade que sentía que era su responsabilidad protegerla. “Si no hubiera estado allí, mi abuela no podría haberlo hecho”.
Becky ni siquiera llegó a contarle esto a sus amigos más cercanos y solo los invitaba a a pasar la noche en casa los fines de semana en los que su madre no estaba.
“Era un arreglo que no se había discutido, pero que convenía a todos”, explica.
De hecho, las únicas personas que Becky escuchó hablar sobre el problema con la bebida fueron su abuela y sus medias hermanas, las hijas de Pat de su primer matrimonio. Ellas eran mucho mayores y se habían quedado con su padre después de la separación.
“Creo que mi abuela estaba avergonzada, no de mi madre, sólo del estigma. Nadie sabía qué hacer con mi madre y simplemente no existía el apoyo que hay ahora”, sostiene la hija.
“Mi madre era alcohólica y era un enorme secreto”, concluye.
Becky se acostumbró al comportamiento errático de Pat. Encontrar a su madre vomitando o inconsciente no eran hechos inusuales.
Y se acostumbró a las decepciones. Una noche, ella y su abuela fueron a buscar a Pat a su trabajo en una tienda de ropa interior para ir a ver las luces de Navidad, pero la emoción de la niña pronto se disolvió cuando vio la mirada en los ojos de su madre y la oyó arrastrar las palabras.
A veces, en las noches de bingo de su abuela, Becky se encontraba a solas con su madre después de la escuela y hacía todo lo posible para tratar de mantener la mente de su madre fuera de la bebida.
“Estaba constantemente preocupada y constantemente nerviosa, porque una vez que ella tomaba una copa, eso era todo, yo debía estar en guardia, cuidándola toda la noche”, cuenta.
Cuando Pat se daba cuenta de que no había alcohol en la casa, le pedía a su hija que la acompañara a caminar hasta la tienda.
“Cuando regresábamos a mitad de camino y ella decía: ‘Oh, me olvidé de algo, solo espera aquí’, y yo sabía que volvería por alcohol“, recuerda Becky.
Silencio
A veces, mientras Pat estaba borracha lloraba, le decía a su hija que solo quería ser amada y repasaba todas las cosas malas que le habían pasado. La pequeña se sentaba a escuchar y le aseguraba a su madre que la amaba.
Luego ella intentaba persuadir a su madre para que se fuera a la cama.
“Cuando vivíamos en casa de mi abuela, mi madre y yo compartíamos un dormitorio, así que tenía que meterme en la cama con ella y esperar a que se durmiera. Luego me escabullía y llamaba a mi hermana por teléfono en el pasillo”, recuerda.
Pero si Pat se despertaba, se enojaba cuando se daba cuenta de que Becky no estaba allí.
“Ella comenzaba a llorar y a decir ‘no me amas’ o ‘me vas a dejar’. Luego tenía que volver a la cama y empezar de nuevo”, relata.
Cuando la madre se quedaba dormida o se desmayaba bebiendo, incluso si era muy tarde y estaba cansada, Becky se sentía demasiado incómoda para dormir. De vez en cuando solo sostenía un pequeño espejo frente al rostro de su madre para comprobar que aún respiraba.
Y a la mañana siguiente, todavía oliendo a alcohol, Pat actuaba como si nada hubiera pasado nada.
“Me daba un abrazo si sabía que había hecho algo mal, que me había molestado o si había sucedido algo dramático la noche anterior”, dice Becky.
Ella añade que esa era la forma de Pat de reconocer lo que había hecho sin abordarlo.
“Fue extraño, para ser honesta, era como si ella fuera una persona diferente”, indica.
Cuando estaba sobria, Pat era “la mamá más increíble y perfecta. Tan amable, divertida y divertida”, dice Becky.
Y hubo períodos en los que le iba relativamente bien reduciendo su ingesta.
Doloroso pasado
Sin importar cuántos períodos tuvo en clínicas de rehabilitación (en una de esas ocasiones le dijeron a Becky que su mamá “se quedaría en casa de un amigo”), o cuánta fuerza de voluntad reunió para alejarse de la bebida, Pat parecía no poder ahuyentar a los demonios que la llevaron a automedicarse.
“Cuando estaba borracha, me contaba cómo fue abusada de niña y nos dijo que era alguien de la familia”, cuenta Becky.
En ocasiones las cosas se le ponían tan difíciles a Pat que intentaba acabar con todo.
Becky recuerda al menos tres intentos de suicidio mientras crecía y cree que su madre probablemente lo intentó varias veces antes de que ella naciera.
“Estoy segura de que había más, mamá llegaba a un punto de desesperación”, afirma.
Una noche, cuando era niña, probablemente ni siquiera tenía 5 años, sus hermanastras estaban de visita durante el fin de semana y el padre de Becky había salido.
“Mamá empezó a beber, se puso en un grave estado y desapareció con un montón de tabletas”, recuerda la hija.
Cuenta que no pudieron encontrarla, por lo que las hermanas fueron a buscar al padre de Becky.
“Luego recuerdo que me pusieron en el cochecito de muñecas y mi papá dijo: ‘Llévala a casa de su abuela’”, narra
Salieron caminando al lugar, en medio de la oscuridad y Becky recuerda que vio una ambulancia.
Pat fue encontrada tendida en un banco del parque y trasladada de urgencia al hospital. Cuando fue dada de alta, nadie le explicó a Becky lo sucedido, ni dijo nada al respecto.
La lucha
Aunque el matrimonio de sus padres no había durado ey su madre no había dejado de beber por completo, cuando Becky tenía 13 años pensaba que las cosas estaban mejorando. Su madre tenía una nueva pareja agradable y solo consumía alcohol los fines de semana, cuando estaba en casa de Brian.
“Tengo más recuerdos felices de ella en ese período de tiempo”, cuenta Becky.
Según afirma, el hecho de que Pat conociera alguien que realmente se preocupaba por ella, por su hija y por la abuela “le dio más razones para intentarlo”.
En uno de esos días de sobriedad, vio que Pat colocaba una marca positiva en su diario. Como la que los maestros colocan cuando un ejercicio es correcto.
“No hablamos de eso, pero recuerdo haberlo visto y contar hasta 10. Y estar tan feliz de que finalmente mamá estaba mejorando. Pensé, ‘¡sí! Lo ha resuelto’”.
Pero luego algo cambió. Las marcas en el diario cambiaron a signos de interrogación. Pat estaba bebiendo de nuevo.
Ese sábado
Y llegaron a ese sábado por la noche, después de que Becky terminara de maquillar a su madre. Pat partió hacia la casa de Brian. Es posible que bebiera más en el camino, cuenta Becky, ya que Brian le dijo que se durmiera y salió solo.
A la mañana siguiente, aproximadamente a las seis o siete, sonó el teléfono y su abuela despertó a Becky.
“Becky, levántate. Tu mamá se suicidó”, gritaba una y otra vez.
Ella salió corriendo de la casa hacia la de Brian. Se detuvo en la calle cuando vio las ambulancias. No tenía los zapatos puestos y solo vestía su camisón.
“Fue como una especie de sueño, pero sabía que esto iba a suceder, me había estado preparando“, relata.
Añade que Pat se derrumbó en el piso de Brian y sufrió una falla orgánica importante, muriendo “casi instantáneamente”.
Pat tenía niveles extremadamente altos de alcohol en su torrente sanguíneo.
“Esto suena horrible, pero te vuelves un poco insensible porque has tenido que poner esa cara de valiente desde que eras una niña”, afirma Becky.
Dice que es triste, pero esa era su realidad.
El periódico local, el Scunthorpe Telegraph, publicó un artículo sobre la muerte de Pat poco después.
“Ninguno de mis amigos sabía nada hasta que ella murió, pero eso me puso en una posición en la que me vi obligada a aceptar que teníamos este enorme secreto que pensaba que era normal”, indica Becky.
Cuando volvió a la escuela ya todos lo sabían.
“Fui un poco intimidada y escuché algunos chistes realmente horribles sobre mi madre y cómo murió. Y la gente decía que fue mi culpa” recuerda.
Becky dice que hubo falta de apoyo formal de su escuela.
“Tuve un maestro que un día me llevó a un lado y me preguntó que qué estaba pasando, así que él siempre era a quien acudía si empezaba a sentirme mal”, cuenta.
Lidiar con la muerte
El día que la niña sufrió un colapso en su lección de matemáticas, la maestra supo exactamente lo que estaba pasando (era el primer aniversario de la muerte de su madre).
“No sabía cómo afrontar la situación o qué hacer. Simplemente no podía procesarlo, era horrible”, afirma.
Para ella todo se había centrado en cuidar a su mamá y ahora se había ido.
Pese a los años, Becky todavía está procesando la pérdida de su madre. Se siente frustrada por el “silencio tóxico” que rodeó tanto el abuso que Pat experimentó de niña como su alcoholismo posterior. Pero ella no culpa a nadie.
“En ese entonces era algo generacional”, afirma.
Becky desearía haber hablado con su madre o haber buscado ayuda para ella en otro lugar.
“Probablemente lo único que lamento es no haberlo hecho. En ese momento no me atreví porque tenía programado en mí que si hablaba con ella sobre el tema, simplemente empeoraría. Pero si hubiera hablado con alguien fuera del círculo familiar, tal vez habrían tenido la fuerza para hablar con ella y hablar podría haber sido todo lo que se necesitaba”, indica.
Adulta
Han pasado casi 18 años desde que Pat murió y estar con gente borracha todavía hace que Becky se sienta incómoda.
“Me asusto y luego me vuelvo muy controladora porque siento que tengo que asumir ese papel. No puedo relajarme o dejar de vigilarlos, soy muy consciente”, indica.
Hace dos años, en la víspera de su boda, el novio de Becky, Jay, estaba celebrando con unas copas.
“Y me di cuenta de lo desencadenante que fue para mí y dejé que me arruinara el día siguiente“, cuenta.
Jay no bebe alcohol desde entonces y para Becky es algo “increíble”.
Desde noviembre del año pasado, Becky también dejó de probar alcohol. Nunca fue bebedora frecuente porque siempre tuvo el miedo, en el fondo de su mente, de terminar como su madre.
No mucho después de la muerte de su madre, a Becky le diagnosticaron un trastorno bipolar y, aunque siempre tomó sus medicamentos, en realidad no se estaba cuidando.
Luego, hace dos años, en la época de su matrimonio con Jay, se dio cuenta de que necesitaba ayuda, tanto para la depresión como para poder procesar el trauma que experimentó al crecer.
A través de su propia investigación, descubrió organizaciones que apoyan a las personas que han crecido con padres alcohólicos.
“Pensé que era la única persona que encontraba botellas de vodka en la cisterna del inodoro hasta que encontré esta comunidad y hablé con personas que estuvieron en la misma situación”, sostiene.
Y eso añade que eso le quitó un gran peso de encima.
Becky ahora tiene una red de personas con las que puede hablar y que sienten empatía por las experiencias de su infancia, y descubrió un nuevo propósito entrenando a gente para apoyar a los adictos en sus propios tratamientos de recuperación.
“Me he encontrado a mí misma y mi confianza ha crecido”, afirma.
Y señala que su madre hubiera querido que hiciera lo que la haga feliz.
“Lo que me hace feliz es ayudar a personas como ella”.
por BBCMUNDO