Afuera hacía frío. Adentro estaba oscuro, el silencio apabullaba. No tuvo más que prender la luz para ver el horror. Había sangre por todos lados. En las paredes, la alfombra, el piso.
Por Clarín
Descubrió un cuchillo manchado envuelto en una toalla sobre los juguetes; otro igual había quedado tirado al lado de un pequeño cepillo de dientes rosa.
Pero en el baño se encontró con la peor atrocidad que puede encontrar una madre. Lulu y Leo, sus hijos de 6 y 2 años, estaban en la bañera. Muertos.
A su lado, Yoselyn Ortega, la mujer que cuidaba a los niños, se encontraba tirada en el piso. Su camiseta celeste con rayas blancas también estaba teñida de rojo. Cuando ella comenzó a gritar, desesperada, la niñera se acuchilló en el cuello.
Aquella tarde del 25 de octubre de 2012, la vida de Marina y Kevin Krim cambió para siempre.
Un encuentro, un amor
Se conocieron en el año 2000, en California, Estados Unidos. Fue en un restaurante, compartiendo una cena entre amigos. Marina tenía 24 años, había estudiado educación en la Universidad de California del Sur; Kevin era un año mayor y ya se había graduado en Harvard.
Fue amor a primera vista. Desde ese instante nunca -ni en el peor de los momentos- se separaron.
Al año siguiente se casaron y se mudaron a San Francisco. Lulu –Lucía Úrsula-, su primera hija, nació en 2006; Nessie –Inés Olivia-, dos años después.
En 2009, cuando Kevin comenzó a trabajar en CNBC, la familia se tuvo que mudar a Nueva York.
Familia perfecta (y feliz)
La gran manzana los esperaba con los brazos abiertos. El Upper West Side de Manhattan era el barrio ideal para criar a los niños. Vivían en un lujoso edificio a una cuadra del Central Park y el departamento elegido no podía ser más cómodo.
Kevin estaba escalando posiciones en la compañía, la familia se había adaptado perfectamente a la nueva ciudad y en 2010, el 30 de septiembre, tuvieron a su tercer bebé, Leo Hidalgo. Felicidad plena.
¿Qué más podían pedir los Krim? Sólo necesitaban un poco de ayuda. La casa, las dos niñas –y bebé en camino en ese momento-, y un esposo que trabajaba más de doce horas afuera y viajaba con frecuencia era un poco demasiado para Marina.
Una tarde, cuando fue a buscar a Lulu a su clase de danzas en el Centro Comunitario Judío, la cuidadora de una compañera de la niña se acercó para recomendarle alguien de confianza. Era Celia Ortega y la recomendada era Yoselyn, su hermana.
En ese momento, la mujer tenía 48 años y vivía en Hamilton Heights, un barrio de la zona norte de Manhattan. Nacida en Santiago de los Caballeros, recién había llegado de República Dominicana y, de acuerdo a su CV, era una niñera experimentada, dedicada y cariñosa.
Los Krim llamaron a una exempleadora, las cosas estaban perfectas. Excepto que todo era mentira. La mujer que dio referencias era una amiga suya. Yoselyn nunca había sido nanny.
Desconociendo esto, y con la mejor buena fe, la familia la contrató. Comenzó a trabajar con ellos poco antes del nacimiento de Leo.
«Mucho trabajo, poco dinero»: el germen del horror
Al comienzo todo estuvo bien. La armonía reinaba en la casa de los Krim. Ortega se había integrado perfectamente al funcionamiento familiar. Era tan amorosa como responsable con los pequeños y Marina estaba satisfecha con su ayuda.
“Queríamos que estuviera feliz trabajando con nosotros. Era una empleada confiable y no queríamos perderla para no interrumpir la vida que tenían armada nuestros hijos. Ella hacía su trabajo bien”, contó Kevin años después.
Y tanto fue así, que en los casi dos años y medio durante los que trabajó, le regalaron dos veces los pasajes de avión para ir a ver a los suyos a Dominicana. Una vez, incluso, ellos cinco la acompañaron y compartieron varios días de sus vacaciones en la isla.
En cada oportunidad en la que Yoselyn tenía algún problema económico –algo que sucedía con bastante frecuencia- ellos acudían en su ayuda ofreciéndole más trabajo. De hecho, le habían propuesto que, además de cuidar a los niños, hiciera la limpieza del departamento.
Cuando la mujer llevó a Jesús, su hijo, a vivir con ella, le dieron la posibilidad de que les paseara el perro y realizara otras pequeñas tareas. La idea era que el adolescente pudiera tener su dinero y colaborara en el pago del costoso colegio en el que Yoselyn lo había inscripto.
Pero nada resultaba suficiente. El rencor, los celos y el resentimiento que la mujer sentía contra sus empleadores crecían día a día. De manera imparable.
Un día antes de los asesinatos, Yoselyn llevó a Lulu a la escuela. Al llegar a la puerta, luego de dejar a la pequeña, se sentó en un banco con la cabeza hacia delante. Cuando Chelsea Andrews, otra niñera, se acercó para preguntarle si estaba todo bien, ella le espetó sin más: “Mucho trabajo, poco dinero”.
La suerte estaba echada.
“¿Dónde está Lulu?”: la tarde fatal
Estaba todo organizado. Como cada jueves, Marina había llevado a Nessie a su clase de natación y luego se encontraría con Yoselyn y los otros dos niños en la academia de danzas a la que asistía Lulu. Pero ellos tres nunca llegaron.
Pero ellos tres nunca llegaron. Aquel 25 de octubre de 2012 sería distinto. Y trágico.
Entre preocupada y sorprendida, lo primero que hizo fue enviarle mensajes de texto a la niñera. “¿Dónde está Lulu?” era la pregunta que se repetía. Nunca hubo respuesta.
Decidió volver a su departamento para ver que podía haber ocurrido. Sin saberlo, estaba a un paso del horror.
Con Nessie en brazos entró para descubrir lo peor. Su llanto y sus gritos lastimosos alertaron al encargado del edificio, que de inmediato llamó al 911. También a un vecino, que salió enfermo después de haber visto lo que había sucedido en el baño. Tiempo después, admitió que Yoselyn, en ese momento, tenía la «cara del demonio».
A la niñera se la llevaron en una ambulancia. Se salvó. A Lulu y Leo, juntos en otra. Con ellos ya no se pudo hacer nada. Habían muerto.
La autopsia concluyó que la pequeña había sido apuñalada 30 veces y que había luchado por su vida. Leo había recibido 5 cuchilladas, pero la mortal le cortó la garganta. Seguramente estaba dormido cuando la niñera lo atacó.
A Marina también la trasladaron al St. Luke`s Roosevelt Hospital junto a Nessie. Su imagen, llorando desgarrada de dolor, fue tapa de diarios. Conmovió al mundo.
«En un momento me dirigía a recoger a mi hija Lulu del ballet, al siguiente estaba acurrucada en la parte trasera de una ambulancia con mi única hija viva, mi hija Nessie de tres años, aferrada a mi pecho», relató en su sitio al recordar ese momento.
Esa tarde Kevin regresaba de un viaje de trabajo. Al prender su celular, lo sorprendió la enorme cantidad de llamadas perdidas y mensajes que tenía. No lograba entender qué podía estar ocurriendo –seguramente algo no demasiado bueno, pensó-, cuando un empleado de la línea aérea lo llamó y lo llevó a encontrarse con un policía.
Lo llevaron directo al hospital. Alguien le explicó lo inexplicable, eso que nunca nadie ni siquiera se imagina que puede llegar a pasar. La peor pesadilla de un padre: que su niñera había asesinado a dos de sus hijos.
Marina y Kevin pidieron despedirse de los niños. Lo hicieron en una habitación del sanatorio. “Caí de rodillas y les pedí perdón. Les dije que los amaba, los besé y le dije adiós”, relató él sobre ese momento.
Juicio y castigo
Yoselyn logró recuperarse de las heridas que ella misma se había infringido. Meses después de la masacre, declaró que «el Diablo» la había impulsado a matar a los niños. Sin embargo, en un interrogatorio que se realizó en julio de 2016 aseguró no recordar haber sido poseída.
Estas contradicciones, llevaron a que el caso girara en torno a la salud mental de la niñera y el proceso se extendiera en el tiempo.
Para la fiscalía, Ortega mató a los pequeños por puro resentimiento. Su defensa pretendía declararla insana. Ningún psiquiatra o psicólogo avaló esta posición.
Lo que sí se pudo comprobar es que había planeado todo hasta el más mínimo detalle. Días antes le había dado a su hermana su seguro médico, su registro y su pasaporte. A su hijo lo había enviado a la casa de unos familiares.
Casi seis años después de los crueles asesinatos, el 14 de mayo de 2018, a Yoselyn Ortega la declararon culpable por los crímenes de Lulu y Leo Krim. Tras un juicio que se extendió por dos meses, la condenaron a prisión perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
La vida después
Los Krim nunca más regresaron al segundo piso de la calle 75 número 57. Si bien se quedaron en Nueva York, rehicieron su vida en otro barrio de la ciudad. Nessie les dio fuerzas para seguir adelante.
“Recuerdo mirar a Nessie, en esos días negros, y admirar como ella podía vivir el presente. Sentía que ella tenía todas las respuestas de cómo seguir viviendo. A pesar de que Nessie extrañaba a sus hermanos, podía reír, disfrutar y ser ella. Hacía que todos los que estábamos quebrados sonriéramos”, escribió Marina sobre aquel momento de su vida.
Siempre apostando al amor, Kevin y Marina crearon la Lulu&Leo Fund, una organización sin fines de lucro destinada a ayudar a niños de bajos recursos y sus familias a empoderarse y construir resiliencia a través del arte y el contacto con la naturaleza.
Y la familia se agrandó. En octubre de 2013 nació Félix; en 2015, Linus. “Con cada hijo que nació sentimos una especial y más cercana conexión con Lulu y Leo. Ellos son una constante para recordar a sus hermanos: sus gestos, sus voces…”, escribió Kevin en su web.