En «The Outsider, my life in intrigue«, el autor narra en apasionantes capítulos sus vivencias y aventuras como periodista y escritor. Sus meses como agente del MI6 en Nigeria
Frederick Forsyth nació en Ashford, Inglaterra, en 1939 y fue por causa de la Segunda Guerra Mundial que no tuvo más hermanos. Desde su advenimiento, los padres del escritor suspendían cada año la intención de criar más hijos. Para 1945 y en medio de la reconstrucción de Gran Bretaña y de Europa cancelaron esa posibilidad definitivamente.
Lejos de lamentar esa situación, Forsyth cree que eso le posibilitó el desarrollo de su imaginación. Lo plantea en el prefacio de su último libro autobiográfico: «The Outsider, my life in intrigue» («El Intruso, mi vida en la intriga»). «Un niño solo en su sala de juego puede inventar sus propios juegos y asegurarse que se hace bajo sus propias reglas«, señala el autor. También confiesa su pasión y admiración por los aviones, naves que terminaría piloteando una vez concluida su vida escolar. Esa inclinación era natural: la guerra y los bombardeos nazis sobre Gran Bretaña lo habían marcado.
«A través del curso de mi vida, apenas escapé de la ira de un traficante de armas en Hamburgo, fui ametrallado por un MiG durante la Guerra Civil de Nigeria y aterrizado en un sangriento golpe en Guinea-Bissau (…) y una atractiva agente de la policía secreta checa… bueno, sus acciones fueron un poco más íntimas», indica Forsyth al inicio de su autobiografía.
El ex corresponsal de la agencia internacional de noticias Reuters relata también qué lo empujó a internarse en el mundo del periodismo: su pasión por conocer el mundo. Recuerda que leía los titulares del diario junto a su padre y era allí donde «descubría» palabras nuevas: «Singapur, Moscú, Beirut«.
Sería esa inquietud por conocer el mundo y leer incansablemente sobre él lo que le daría su primer trabajo en esa oficina periodística. Mientras viajaba en tren de King’s Lynn a Londresleyó por encima un ejemplar viejo de la revista norteamericana Time. En su primera e informal entrevista, eso le abrió las puertas de su vida como periodista en las grandes ligas. «¿Dónde queda Bujumbura?«, lo puso a prueba Doon Campbell, editor de noticias de Reuters. Su lectura del magazine el día anterior le había dado la respuesta: «¿Por qué, Sr. Campbell? Es la capital de Burundi«. «De acuerdo, tienes un período de prueba de tres meses«. Era mediados de 1962.
Gracias a la actividad comercial de su padre y a su dedicación para educarlo, Forsyth aprendió rápidamente tres idiomas: francés, alemán y español. El primero lo incorporó en los veranos franceses. Allí disfrutaba de breves aventuras con amigos de la familia. El segundo porque su padre creia que incorporando el idioma de quienes habían sido enemigos años antes podríaevitarse una nueva guerra. El español, en cambio, tuvo sabor de aventura y de amor. Una beca lo hizo viajar hacia Málaga, donde en noventa días aprendió el idioma.
«En tres meses aprendí español de corrido, conseguí un diploma de la Universidad de Granada, cómo manejar una capa en la cara de dos cuernos, descubrí qué hacer con una mujer en la cama y desarrollé dureza para el alcohol», enumeró.
Si los idiomas le dieron una herramienta esencial para encarar con fluidez la vida de aventuras y viajes con la que soñaba desde pequeño, el periodismo le daría la posibilidad de concretarla y llevar la aventura hasta niveles impensados.
El autor recuerda cada una de sus andanzas con detalle quirúrgico. Rememora así que la muerte de John F. Kennedy lo encontró en Berlín Occidental en plena Guerra Fría. La oficina deReuters estaba del otro lado del Checkpoint Charlie y los cables que llegaban desde el otro lado del mundo lo «convertían en el hombre más informado» del otro lado del Muro. «Se dice que todo aquel que estuviera vivo recuerda dónde estaría y qué estaría haciendo cuando escuchó la noticia del asesinato del presidente Kennedy», señala en uno de los sesenta capítulos que componen «The Outsider«.
En otro de los capítulos titulado «Confesión«, Forsyth recrea la escena en que un hombre le relató la autoría de un histórico ataque terrorista: el del 22 de julio de 1946 en el Hotel Rey Davidde Jerusalén. Allí murieron 92 personas. «Tengo que hablar con usted. He esperado por veinte años. Tengo una confesión para hacer«, lo arrinconó el sujeto en un pub repleto de Tel Aviv. «Conduje el camión dentro del Hotel«, le dijo el hombre quien pertenecía al grupo Irgun, autor del atentado.
«Quiero que me crea. Salí del lugar y fui a un café de enfrente, uno francés. Usé el teléfono público. Llamé al Hotel y pedí que me comunicaran con el cuartel general (que allí funcionaba). Hablé con un oficial de bajo rango. Le dije que había una bomba», contó. «¿Y?», consultó Forsyth parado frente a su interlocutor. «No me creyó. Dijo que era imposible. Luego colgó el teléfono. Veinte minutos después, explotó. Pero traté. Por favor, créame. De verdad traté».
Pero el capítulo que más polémica despierta es sin dudas en el que el autor de «El Día del Chacal» y «Expediente Odessa» cuenta cómo fue que trabajó para el Servicio Secreto Británico. Era 1968 y Forsyth conocía como pocos los detalles de la Guerra Civil de Nigeria oGuerra de Biafra como se la conocía en la época. «En una breve visita a la casa de Biafra para concretar algunos contratos para diarios ingleses, conocí a un hombre de ‘la Firma’ (como se conoce al MI6) llamado Ronnie. Me buscó y no al revés y no hizo comentarios acerca de quién era, y tuvimos una buena relación».
Ronnie sería su contacto y para quien trabajaría. «Hice lo que hice para tratar de influir en las decisiones del Gobierno«, se justifica el autor. Y recuerda algunos de los partes que emitía junto a su amigo, un hombre al que describió como «orientalista» con buen manejo del mandarín.
Ronnie lo convenció además de adentrarse «en el terreno«. De esta manera Forsyth podía hacer sus reportes periodísticos denunciando los horrores de la guerra y paralelamente convenciendo al gobierno del Reino Unido a involucrarse más para poner fin a la matanza de niños. El tercer punto que debía cumplir como agente externo del MI6 era informar a su nexo todo lo que no podía publicar por «varias razones».
Al poco tiempo la situación se volvió tensa porque el rumor de que «trabajaba para Londres» estaba instalado. El responsable de esas versiones que le impidieron seguir contribuyendo a íntima misión fue un mercenario alemán llamado Rolf Steiner, con quien nunca se llevó del todo bien. Dos días después de que comenzaran los trascendidos el legionario fue puesto en un avión con sus manos atadas en sus espaldas. «Nunca regresó«, concluye Forsyth.