Carnation, a unos 40 kilómetros de Seattle, en el estado de Washington, ostenta orgullosa el estatus oficial de ciudad, pero es en realidad un pueblo pequeño rural que para 2007 contaba con poco más de dos mil habitantes, la mayoría de ellos pequeños propietarios o trabajadores agrícolas, comerciantes de establecimientos también pequeños o empleados públicos en las también pequeñas oficinas de la administración.
Era, además, hasta la nochebuena de ese año, un lugar donde rara vez pasaba algo malo, un pueblo seguro donde todos se conocían y confraternizaban en los desfiles del Día de la Independencia o en las fiestas populares del Día del Trabajo. Un pueblo parecido a otro llamado Holcomb, en Kansas, donde tampoco pasaba anda hasta que en 1959 aparecieron brutalmente asesinados en su vivienda rural los cuatro integrantes de la familia Clutter, el episodio policial que dio lugar al libro fundante del nuevo periodismo estadounidense, A sangre fría, de Truman Capote.
Al talentoso Truman, de estar por entonces vivo -porque llevaba 23 años muerto-, le habría llamado la atención el parecido de los pueblos y de los casos. Porque en Carnation, Washington, la noche del 24 de diciembre de 2007, en una vivienda rural fueron también brutalmente pasados a la otra vida los seis integrantes de una familia, tres generaciones de los Anderson, incluidos dos niños.
Las dos familias eran queridas y reconocidas en el pequeño mundo de sus pueblos, pero las similitudes terminan ahí, porque a los Clutter los asesinaron dos ex convictos venidos de afuera, Dick Hickok y Perry Smith, mientras que los perpetradores de las muertes de los seis Anderson salieron de las entrañas de la propia familia: Michele Anderson -hija, hermana, cuñada y tía de las víctimas- y su novio portador de apellido tenístico, Joseph McEnroe, los dos de 29 años.
En toda su historia, Carnation nunca había enfrentado tanto horror hasta que se descubrieron los seis cadáveres de los Anderson: Judy, de 61 años, empleada postal; su marido Wayne, de 60, ingeniero de Boeing; su hijo Scott, de 32; su nuera Erica, de la misma edad; y sus nietos Olivia, de 5 años, y Nathan, de 3.
Descubrimiento, crimen y captura
Judy estaba por jubilarse en el Servicio Postal, pero todavía trabajaba. Por eso, cuando la mañana del 26 de diciembre no se presentó en la oficina, su compañera de trabajo y amiga de toda la vida Linda Thiele se preocupó. Más todavía cuando intentó llamarla por teléfono y no respondió.
Se preocupó tanto que dejó su puesto de trabajo y manejó hasta la casa de los Anderson, en las afueras del pueblo. Llegó pasadas las 8 de la mañana y no escuchó ruidos dentro de la casa, como si todos estuvieran durmiendo. Golpeó la puerta y nadie respondió, manoteó el picaporte y se abrió.
Lo primero que vio fue el cuerpo de Scott Anderson en el suelo, en medio de un charco de sangre y con un agujero en la cabeza. Un poco más allá estaban los cadáveres de Erica y Nathan, también con las cabezas perforadas.
No quiso ver más. Corrió al teléfono de línea y llamó al 911.
La policía llegó alrededor de las 9:30 y fueron los agentes quienes encontraron el cuerpo de Olivia, acurrucada detrás de su madre, también con un tiro en la cabeza. A Judy y Wayne los descubrieron después, muertos, también con balazos en el cráneo, en un galpón que había detrás de la casa.
En su primera declaración, Linda Thiele le dijo a la policía que desconfiaba de la hija de Judy y Wayne, Michele, que vivía en una casa rodante dentro de la propiedad. Michele, explicó, estaba enojada con todos. Cuestiones de dinero, abundó.
Ni Michele ni su novio, Joseph (Joe) McEnroe estaban en la casa rodante y durante tres horas su paradero fue un misterio. Hasta que se los vio llegar en un auto a la casa.
A los agentes les llamó la atención que no les preguntaran qué pasaba, por qué estaba ahí la policía. Michele dijo que la última vez que había visto a sus padres fue durante la nochebuena y que después ella y su novio partieron hacia Las Vegas para casarse. Volvieron porque se habían olvidado unos documentos.
Cuando un detective le preguntó por qué pensaba que las autoridades estaban en su casa, Michele se quebró:
-No es culpa de Joe, todo es culpa mía. Ni bien disparé el arma me sentí muy mal. ¡Qué carajo hice! Soy un monstruo – contestó.
Un raid de sangre
Las declaraciones de Michele y Joseph permitieron reconstruir la secuencia de los hechos. La familia había planeado reunirse para pasar la nochebuena. A última hora de la tarde, Wayne y Judy estaban esperando a los demás. Wayne miraba televisión en el living y Judy cuidaba en la cocina una carne al horno mientras amasaba para hacer un postre.
A eso de las 7 de la tarde llegaron Michele y su novio, con dos pistolas ocultas debajo de sus ropas. McEnroe distrajo a Judy en la cocina mientras Anderson intentaba dispararle a Wayne, pero se le trabó el arma. Entonces Joseph volvió sobre sus pasos y mató a Wayne. Después regresó corriendo a la cocina y le pegó otro tiro en la cabeza a Judy.
McEnroe y Anderson limpiaron la habitación y arrastraron los cuerpos de Judy y Wayne al galpón detrás de la casa. Luego se sentaron, esperando la llegada de Scott, Erica y sus dos hijos.
Los restantes miembros de la familia llegaron una hora después. Michele les abrió la puerta y los hizo pasar. Besó a su hermano y a su cuñada y después abrazó a los chicos. Se sentaron todos en el living y al cabo de un rato, Scott preguntó por Judy y Wayne. La respuesta de Michele fue a punta de pistola: le disparó cuatro veces, una en la cabeza y las tres restantes en el cuerpo.
Erica corrió hasta el teléfono y marcó 911. Cuando la atendieron alcanzó a gritar: “¡No, los niños!” y la comunicación se cortó.
Luego de arrancar el cable del teléfono, Michele le pegó dos balazos a Erica, mientras los dos chicos, de 3 y 5 años, se abrazaban a ella. Michele les apuntó, pero se había quedado sin balas. Fue McEnroe quien los mató.
Para matar a seis personas habían gastado un total de 14 balas.
Después se estableció que, por la llamada de Erica, la policía llegó hasta la puerta del campo una hora después, pero al encontrarla cerrada y todo en silencio, en lugar de entrar, se fue. Los agentes del patrullero explicaron después que no se atrevieron a cruzar la puerta exterior sin una orden judicial.
La confesión
En el primer interrogatorio, Michele confesó sin pelos en la lengua que los había matado porque estaba “cansada de que todos la pisaran”, que su hermano Scott le debía 40.000 dólares que se negaba a pagarle y que sus padres habían empezado a reclamarle que les pagara el alquiler por tener su casa rodante dentro de la propiedad.
-Pero, ¿y porqué mataron a los chicos? – le preguntó el interrogador.
-Porque eran testigos, pero además por piedad, porque después de ver morir a sus padres iban a quedar marcados para toda la vida – contestó.
-¿Cuánto tiempo planeó los asesinatos?
-Hace dos semanas.
-¿Con su novio?
-La idea fue mía. Le pedí a Joseph que me ayudara.
-¿Dónde están las armas?
-Las tiramos en el río Stillaguamish.
El 28 de diciembre, Anderson y McEnroe fueron acusados cada uno de 6 cargos de asesinato agravado.
En junio de 2008, durante una entrevista en la cárcel con The Seattle Times, Anderson confesó los asesinatos una vez más: “Quiero el castigo más severo, que sería la pena de muerte. Después de matar a un montón de personas, no estoy segura de merecer vivir… Quiero renunciar a mi juicio”, dijo.
En octubre de 2008, el fiscal del condado de King, Dan Satterberg, dijo que buscaría la pena de muerte para McEnroe y Anderson, pero el juez Jeffrey Ramsdell rechazó el pedido y el gobernador de Washington, el demócrata Jay Inslee, dijo que nadie sería ejecutado mientras él estuviera en el cargo.
Recién casi cinco años después, el 5 de septiembre de 2013, la Corte Suprema del Estado de Washington anuló el fallo del juez Ramsdell sobre la pena de muerte y ordenó que los juicios de Anderson y McEnroe se hicieran por separado.
El juicio contra McEnroe
El primer juicio en realizarse tuvo sentado en el banquillo a Joseph McEnroe. Las crónicas cuentan que el hombre se mantuvo casi impasible durante casi todo el proceso. La excepción ocurrió el 3 de abril de 2015, cuando concurrió a la audiencia fuertemente medicado con ansiolíticos y antidepresivos.
Cuando le pidieron que describiera la expresión de Judy cuando le disparó, escondió la cabeza bajo los brazos y se balanceó de manera incontrolable.
Al día siguiente, más tranquilo, McEnroe dijo que Michele lo había manipulado y que en aquel momento sintió que no tenía más remedio que ayudarla en sus planes.
El fiscal le cuestionó esa respuesta y McEnroe volvió a perder el control:
-Sabés qué, andate a la mierda. Si querés matarme, matame. Me importa un carajo – le gritó.
Más tarde, el fiscal volvió sobre el asunto:
-Creo que ninguno de los asesinatos habría ocurrido si usted no hubiese participado, ¿no es cierto? – le preguntó.
-Desafortunadamente eso es completamente cierto, sí – contestó McEnroe.
En el estado de Washington, para que el jurado recomiende la pena de muerte, los 12 miembros del jurado deben estar a favor. En el caso de McEnroe, sin embargo, ocho miembros fallaron a favor de sentenciar a Anderson a muerte, mientras que cuatro no lo hicieron.
El 13 de mayo de 2015, McEnroe fue sentenciado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
Michele en el banquillo
El juicio contra Michele Anderson comenzó casi un año después y sin posibilidad de pena de muerte. En la apertura, el 25 de enero de 2016, el fiscal Dan Sattenberg le dijo al jurado: “Proceder con la pena de muerte contra el acusado Anderson, a la luz de la sentencia impuesta al acusado McEnroe, no sería en interés de la justicia”.
En la presentación del caso postuló que “el motivo de estos asesinatos es la codicia pura y sin adulterar”, y anunció que presentaría una entrevista que Michele Anderson tuvo con un detective, en la que mencionó el dinero más de 35 veces en su explicación de por qué mató a su familia.
La cinta de la confesión de Anderson envió mensajes contradictorios al jurado. Se llamó a sí misma un “monstruo” y una “mala persona” por asesinar a su familia, pero después dijo que su madre, padre y hermano habían abusado de ella a lo largo de los años.
-Perdí mi vida por estos imbéciles. No es justo – remató.
Nadie quería abogar a favor de Michele. Sus abogados no pudieron llamar a un solo testigo al estrado. No pudieron convencer siquiera a una persona para que declarara a favor de ella.
El 4 de marzo de 2016, Michele Anderson fue condenada por seis cargos de asesinato agravado en primer grado, y el 21 de abril, fue sentenciada a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
Cuando el juez preguntó si alguien quería decir algo, la hermana mayor de Michele, Mary, que salvó su vida porque no pudo ir a la cena de la nochebuena fatal, pidió la palabra y mirándola a los ojos le dijo:
-Me mata lo que hiciste. Te quise mucho y sé que ellos también te amaban.
por INFOBAE
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