El candidato republicano y el jefe del partido en Washington admiten sus diferencias pero se comprometen a trabajar juntos
Marc Basset/El País
El candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, y el jefe del partido en el Congreso, Paul Ryan, se comprometieron este jueves a trabajar juntos para derrotar a la demócrata Hillary Clinton en las elecciones presidenciales del 8 de noviembre. En un comunicado conjunto, Trump y Ryan admitieron sus diferencias, pero se conjuraron para unir al Partido Republicano, hoy dividido por la victoria del magnate yshowman neoyorquino en el proceso de nominación.
Ryan, speaker o presidente de la Cámara de Representantes, se resistió a apoyar formalmente al candidato de su partido, pero dijo que se sentía alentado por la conversación. Ambos se habían saludado una sola vez antes, hace unos años, durante menos de un minuto.
«Estados Unidos no puede permitirse otros cuatro años de la Casa Blanca de Obama, que es lo que Hillary Clinton representa», se lee en el comunicado. «Al mismo tiempo que somos honestos sobre nuestras pocas diferencias, reconocemos que también hay áreas importantes de terreno común».
Para Trump y Ryan, se trataba de hacer las paces después de varios días de declaraciones cruzadas. La reunión, en la que también participó Reince Priebus, presidente del Comité Nacional Republicano, duró 45 minutos. En una rueda de prensa posterior, Ryan dijo que este era un primer paso que requeriría nuevas reuniones para acabar de unir al partido. Después de este encuentro, Trump se reunió con miembros del Senado.
Desde que la semana pasada Trump se confirmó como el candidato republicano, Ryan ha sido su opositor más destacado en la cúpula del partido. Ha criticado sus salidas de tono y ofensas a los musulmanes o coqueteos con grupos racistas. Y se ha reservado el derecho a darle su apoyo.
Ryan representa la ortodoxia ideológica de la derecha: favorable a los recortes en el estado del bienestar, partidario del libre comercio y defensor de una política exterior intervencionista. Trump, un político novato difícil de encasillar en una ideología, mantiene posiciones opuestas a las de Ryan en los recortes, la política fiscal o el proteccionismo. Su histrionismo y su retórica xenófoba chocan con el estilo de Ryan.
A ambos les interesa la unidad. A Trump, porque la fuerza organizativa del Partido Republicano le puede ayudar a movilizar votos y recaudar dinero. A Ryan, porque la ruptura del partido antes de las elecciones de noviembre podría dañar a los congresistas que en la misma fecha deben revalidar sus escaños. Los republicanos son ahora mayoritarios en la Cámara de Representantes y en el Senado.
El aliciente es derrotar a Clinton, que parte como favorita, según los sondeos. Un Partido Republicano dividido es la mejor garantía de una tercera victoria del Partido Demócrata después de dos mandatos seguidos de Barack Obama, algo que no ocurre desde 1940.
ENTRE LA IMPROVISACIÓN Y LA PUREZA IDEOLÓGICA
Donald Trump dice que quiere subir los impuestos a los ricos y que quiere bajarlos. Propone aumentar el salario mínimo después de decir que los trabajadores estadounidenses cobran demasiado. Insinúa que las mujeres que aborten deben ser castigadas y después defiende lo contrario. Sugiere que proyectará una imagen presidencial y en seguida dispara contra rivales y aliados. Da a entender que suavizará sus medidas contra los musulmanes y será conciliador con los republicanos, pero reclama que él no debe nada al partido y que los votantes le han otorgado un mandato para hacer campaña con su estilo faltón. Lo único previsible, en Trump, es que es imprevisible. En un partido como el republicano, obsesionado por la pureza ideológica, no es un problema menor.