El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, volvió a desafiar este viernes las recomendaciones de permanecer en casa debido a la pandemia de coronavirus, y escuchó tantos aplausos como cacerolazos de vecinos recluidos en casa por la cuarentena.
El mandatario, que minimiza el peligro del COVID-19 y hasta ha calificado al virus de «gripecita», dejó su residencia oficial por la mañana y se dirigió con un nutrida comitiva al acomodado barrio de Sudoeste, en Brasilia.
Primero visitó una farmacia, donde los automóviles de la caravana oficial fueron recibidos con algunos aplausos pero también con el ruido de cacerolas golpeadas por muchos vecinos que, desde sus balcones y ventanas, le exigían en alta voz que volviera a su casa y respetara la cuarentena impuesta por el Gobierno regional.
Luego se dirigió a un edificio residencial, donde también hubo una cierta división entre aplausos y cacerolas, y finalmente, antes de regresar a su residencia, hizo una escala en el Hospital de las Fuerzas Armadas por razones que no fueron aclaradas oficialmente.
En las únicas palabras que dirigió a los periodistas, el líder de la ultraderecha brasileña se limitó a decir que apenas ejercía «el derecho constitucional de ir y venir libremente».
Criticas a la cuarentena
Bolsonaro, quien ha criticado desde el principio las medidas de restricción a la circulación de personas impuestas por gobernadores o alcaldes para frenar al coronavirus, ha desafiado esas decisiones en forma permanente y sobre todo los fines de semana, en los que ha recorrido algunos de los pocos comercios abiertos en Brasilia.
Según sostiene el mandatario, las cuarentenas tendrán un impacto en la economía del país que será «mucho peor» que el propio coronavirus y, así como es necesario preservar la salud de la población, es más urgente mantener los empleos y la actividad económica, porque «el hambre también mata».
La firme posición de Bolsonaro es radicalmente opuesta a la que defiende su propio Gobierno a través del Ministerio de Salud, cuyo titular, Luiz Henrique Mandetta, insiste una y otra vez en que el aislamiento social es el único método eficaz para reducir el número de contagios, lo que muchos temen que le pueda costar el cargo.
Diversas encuestas indican que cerca del 75 % de los brasileños aprueba la forma en que Mandetta gestiona la crisis sanitaria, en tanto que el resto coincide con Bolsonaro en que la gravedad de la pandemia ha sido «exagerada», en buena medida por la prensa.
Según los últimos datos oficiales, al menos 941 personas han fallecido y otras 17.857 han sido contagiadas en Brasil, cuando aún no se alcanza el pico de la pandemia, que en el país se espera para principios de mayo. EFE