El exvicepresidente y «amigo» de Barack Obama (2009-2017), Joe Biden, recurrió a su experiencia y moderación para presentarse como el candidato demócrata ideal para enfrentarse al populismo del presidente de EE.UU., Donald Trump, en unas elecciones condicionadas por la crisis y la pandemia de la covid-19.
Después de que su campaña se diera prácticamente por muerta en las primarias de su partido, Joe Biden resurgió de las cenizas y arrasó en el llamado «supermartes» en los estados del sur, con los que ahora cuenta para arrebatar la Presidencia a Trump.
«Hace solo unos días la prensa y los tertulianos declararon esta campaña muerta (…) Estamos creando una campaña que puede unir al partido y batir a Donald Trump», exclamó entonces un eufórico Biden en un mitin en una cancha de baloncesto de Baldwin Hills, uno de los barrios más peligrosos de Los Ángeles.
El amigo de Obama y compañero de Kamala
Biden, de 77 años, esgrime con insistencia sus ocho años al lado de su «amigo» Barack Obama en la Casa Blanca, como la guinda a una dilatada trayectoria política en el Senado de EE.UU. (1973-2009).
Suele recordar, además, sus orígenes humildes en Scranton (Pensilvania) -su padre era vendedor de automóviles- en pleno corazón del cinturón industrial, que en 2016 dio la espalda a los demócratas y se decantó por Trump por poco más de 40.000 votos.
Con ello ha estado apelando a dos sectores demográficos que serán claves en las elecciones de 2020: la comunidad afroamericana y los votantes blancos de clase trabajadora, cuya confluencia permitió las holgadas victorias del demócrata Obama en 2008 y 2012.
A ello se suma su histórica selección de Kamala Harris, senadora por California, como su compañera de fórmula presidencial.
Harris, de 55 años, es la primera mujer afroamericana y de ascendencia asiática en ser nominada a la Vicepresidencia por uno de los dos grandes partidos, y con la que Biden buscó aportar energía a su imagen de curtido y veterano político.
Moderar el izquierdismo
En las primarias progresistas, el aspirante presidencial demócrata tuvo que hacer frente a un adversario interno insospechado hace apenas una década: el fulgurante ascenso del ala más izquierdista dentro del partido encarnada por el senador Bernie Sanders, que le acusaba de carecer de la valentía para enfrentarse a los poderes establecidos, como el financiero de Wall Street, y de no querer llevar a cabo los cambios estructurales que requiere el país.
La congresista Alexandria Ocasio-Cortez, una de las estrellas progresistas en ascenso y que hizo campaña por Sanders, aunque ahora lo hace por Biden, ha reconocido la creciente grieta abierta entre los demócratas al asegurar que «en cualquier otro país sería impensable» que ambos estuvieran «en el mismo partido político».
El exvicepresidente, por su parte, se ha encargado de reforzar su imagen de pragmático moderado, en contraste con la ambiciosa propuesta de Sanders de implementar un sistema de sanidad universal en EE.UU., ha dado marcha atrás a propuestas como prohibir la fracturación hidráulica («fracking») y ha ido acomodando sus posturas al sector más tradicional de su partido.
Precisamente, Sanders y Ocasio-Cortez, que han reconocido sus notables diferencias con Biden, le han prestado su apoyo en la campaña porque, según han reconocido, lo principal ahora es sacar a Trump de la Casa Blanca.
Carisma «virtual»
El carisma es otro de sus puntos fuertes, algo que demuestra en sus cálidas y espontáneas interacciones con los ciudadanos, pero la inusual situación derivada de la pandemia del coronavirus supone un obstáculo.
Biden, que fijó su centro de operaciones en su casa de Wilmington (Delaware), localidad en la que reside, debido a la covid-19 pasó de desarrollar una campaña totalmente virtual a otra en la que el público asiste a sus mítines dentro de sus vehículos, como en los autocines.
Pese a las limitaciones que eso representa, su propósito ha sido marcar diferencias entre una campaña y la de Trump, que lleva a cabo mítines multitudinarios, al aire libre pero sin respetar las distancias de seguridad ni la obligatoriedad del uso de mascarillas.
Paradójicamente, gracias a su menor exposición pública, ha podido controlar una de sus principales marcas de la casa: sus frecuentes meteduras de pata verbales.
«Soy una máquina de pifias. Pero, por Dios, qué cosa maravillosa comparada con un tipo que no puede decir la verdad», ironizó a finales del pasado año al compararse con Trump.
Una de las noches de campaña de las primarias llegó a confundir antes de empezar a hablar a su mujer, Jill Biden, y a su hermana, Valerie Biden.
Pero también ha estado en la vanguardia de su partido y ha espoleado cambios que ahora lo enorgullecen: en 2012 afirmó que se encontraba «absolutamente cómodo» con el matrimonio homosexual, lo que forzó a Obama a acelerar su apoyo explícito a esas uniones y contribuyó a su legalización final por parte del Tribunal Supremo en 2015. EFE