Privados de su fuente de alimentación preferida —los plátanos, maníes y otras golosinas que les dan los turistas ahora ausentes debido a la pandemia_, los hambrientos macacos de la isla turística de Bali han recurrido a meterse a las viviendas de los habitantes en busca de algo sabroso.
Los pobladores de Sangeh dicen que los macacos grises de cola larga han estado aventurándose fuera de un santuario situado a unos 500 metros (546 yardas) de distancia de su aldea para pasar el rato en sus techos y aguardar el momento propicio de abalanzarse y agarrar un refrigerio.
Preocupados de que las salidas esporádicas se incrementen hasta convertirse en un ataque total de monos contra el poblado, los habitantes han estado llevando fruta, maníes y otros alimentos al Bosque de Monos de Sangeh para tratar de aplacarlos.
“Tememos que los monos hambrientos se tornen salvajes y violentos”, dijo la pobladora Saskara Gustu Alit.
Alrededor de 600 macacos viven en el santuario boscoso, meciéndose en los elevados árboles de nuez moscada y saltando por el famoso templo Pura Bukit Sari. Se les considera sagrados.
En épocas normales, el área selvática protegida en el sureste de la isla indonesia es popular entre los residentes locales para sacar fotos de bodas, así como entre los visitantes internacionales. Los monos relativamente mansos pueden ser convencidos fácilmente para que se sienten en un hombro o en el regazo de alguien a cambio de un maní o dos.
Normalmente el turismo es la principal fuente de ingresos para los 4 millones de habitantes de Bali, que recibían a más de 5 millones de visitantes extranjeros al año antes de la pandemia de COVID-19.
El Bosque de Monos de Sangeh solía tener unos 6.000 visitantes mensuales, pero conforme la pandemia se extendió el año pasado y los viajes internacionales disminuyeron drásticamente, esa cifra se redujo a unos 500.
Desde julio, cuando Indonesia prohibió el ingreso de todos los viajeros extranjeros a la isla y también cerró el santuario para los residentes locales, nadie lo ha visitado.
Gustu Alit teoriza que, más que tener hambre, los macacos se aburren, ya que en condiciones normales pasarían todo el día interactuando con los visitantes, robándose gafas y botellas de agua, jalando prendas de vestir y sentándose en los hombros.
“Por eso he instado a los aldeanos de aquí a que vengan al bosque a jugar con los monos y a ofrecerles comida”, dice. “Creo que necesitan interactuar con los humanos lo más a menudo posible para que no se vuelvan salvajes”. AP
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