Simón Bolívar tenía 16 cuando pisó por primera vez Madrid. Bastaron unos pocos meses para que los de la aristócrata madrileña María Teresa del Toro, dos años mayor que él, le conquistaran. Un amor que la le arrancó de forma prematura: ella murió a los ocho meses de su boda, que también se celebró en la capital española. El fallecimiento inesperado de la joven –tenía 21 años– sumió al revolucionario en una espiral de dolor, hasta el de que juró no volver a casarse. Y cumplió su palabra hasta el fin de sus tristes días en la Quinta de San Pedro Alejandrino, en la ciudad colombiana de Santa Marta, donde acabó prácticamente y deshonrado.
Una pequeña placa, que cuelga todavía entre los muros del primer y segundo edificio a mano derecha de la calle Fuencarral de Madrid –según se entra por Gran Vía–, señala la casa donde vivía la joven que se convertiría en la primera y última mujer del «genio de la raza», tal y como lo califica el cartel. A pocas manzanas, en la calle Gravina, otra lámina de mármol recuerda el lugar donde estuvo emplazada la iglesia donde con 19 y 21 años, respectivamente, los jóvenes contrajeron matrimonio. Un miércoles 26 de mayo de 1802, los feligreses de la antigua iglesia parroquial de San José asistieron al oficio tan esperado por la pareja.
Tras 20 días de júbilo y festejos familiares, los recién casados viajaron a La Coruña para, días después, partir hacia Caracas, tierra natal de Bolívar. «Entonces mi cabeza estaba llena de los vapores del más violento amor y no de ideas políticas», definió el militar su situación anímica y afectiva al regresar a Venezuela con su esposa, según señala el historiador Tomás Polanco Alcántara. En una carta a su amigo Pedro Joseph Dehollain le decía que, al casarse, se convirtió en un «ente dichoso que cantaba alegre el colmo de sus felicidades con la posesión de su Teresa». Ella centraba toda su atención. Era la persona que más quería y en quién más confiaba, ya que con tan solo nueve años había perdido a su padre y después a su madre y su abuelo.
Muerte fulminante
Todo discurría con armonía en la familia Bolívar. Ella se adaptó con facilidad a su familia, pronto la cogieron aprecio, pero también lo hicieron las infecciones tropicales: las «fiebres malignas» –fiebre amarilla, como se conoce en la actualidad– acabaron con su vitalidad. Tras ocho meses de matrimonio y dos años de noviazgo, Bolívar perdió a su única esposa.
A pesar de sus muchos amoríos, Bolívar cumplió su palabra. De acuerdo al historiador venezolano José Luis Silva Luongo en su obra «Herencia de Todos», «la inesperada muerte de María Teresa es un duro y decisivo golpe en la vida de Bolívar que lo sume en el más profundo dolor… De nuevo se topa con el infortunio. En el futuro no volverá a entregar amor puro y permanente a mujer alguna, tampoco en lo adelante ninguna lo atará en forma definitiva».
La desesperación que sentía Bolívar hizo que sus más allegados temieran que atentara contra su vida. Por eso, le recomendaron realizar un segundo viaje a Europa, para mitigar su inmensa pena. En Madrid mantuvo un conmovedor encuentro con su suegro, Don Bernardo. En compañía de Fernando Rodríguez del Toro, primo hermano de María Teresa, viajó a París, donde vuelve a contactar con su antiguo maestro Simón Rodríguez.
Finalmente, canalizó la desesperación hacia la política. A partir de este momento, Bolívar solo vivió volcado en sus asuntos públicos. El historiador Salvador de Madariaga llega a afirmar que «este final súbito de la vida retirada y personal de una joven de veintiún años ha sido quizá uno de los acontecimientos claves de la historia del Nuevo Mundo».
En 1828, es el propio Bolívar quien analiza la influencia que la muerte de su esposa había tenido en él, y confiesa: «Si no hubiera enviudado, quizás mi vida hubiera sido otra; no sería el general Bolívar ni el Libertador, aunque convengo en que mi genio no era para ser alcalde de San Mateo».
Fuente: ABC.es