Si Estados Unidos fuera un país presidencialista como cualquier otro, Joe Biden estaría muy tranquilo y Donald Trump muy preocupado. Desde hace cinco meses, el candidato del Partido Demócrata mantiene en las encuestas nacionales una ventaja clara y sostenida sobre el presidente. El 1 de junio lo superaba por 49% a 42,2%, una distancia de 6,8 puntos. Ahora, a 30 días de las elecciones del martes 3 de noviembre, se impone por 50,1% a 42,9%, una brecha de 7,2 puntos, según el promedio de las principales consultoras que realiza el sitio RealClearPolitics.
La comparación con las últimas elecciones podría inquietar aún más al mandatario, porque a un mes de los comicios, Hillary Clinton lo separaba por menos de tres puntos. Él sumaba 44,7%, casi 1,8 más que ahora, y su rival 47,4%, 2,5 puntos menos que su contrincante actual.
La campaña republicana podría argumentar, con razón, que los encuestadores perdieron efectividad para medir la opinión pública en los últimos años. Sin embargo, contrariamente a lo que se cree, en 2016 fueron muy certeros en la mayor parte del país. De hecho, el 1 de noviembre de 2016, el promedio de RealClearPolitics le asignaba a Clinton 47,5% de intención de voto a nivel nacional, y terminó recibiendo el 48,2 por ciento en las elecciones. Para Trump se estimaba el 45,3% y sacó el 46,1 por ciento.
El problema es que Estados Unidos no tiene un sistema presidencial estándar. Por eso, Trump fue declarado presidente sin ninguna discusión, a pesar de haber recibido casi 3 millones de votos menos que su adversaria.
La razón es que los estadounidenses no eligen directamente al jefe de Estado. Votan a los 538 miembros del Colegio Electoral, que son los encargados de elegirlo, con una mayoría de al menos 270. Cada estado tiene asignado un número fijo de electores, proporcional a su población. En un extremo está California, con 55, y en el otro están Alaska, Delaware y otros seis, con solo tres electores.
Si puede haber un desfase importante entre el voto popular y el del Colegio Electoral es porque todos los estados, con excepción de Maine y Nebraska, le asignan la totalidad de sus electores al candidato ganador. Por ejemplo, aunque Trump obtuvo 4,4 millones de votos en California, no recibió ningún elector porque fue superado por Clinton.
De todos modos, no le preocupó demasiado, porque ya sabía que iba a perder. Otro rasgo del sistema electoral estadounidense es que en la mayoría de los estados gana siempre el mismo partido. Algunos, como California y Nueva York, son azules (demócratas); y otros, como Alabama y Tennessee, son rojos (republicanos).
“Los estados tienen mayor o menor influencia en la determinación del resultado de la elección en función de dos factores. En primer lugar, los más grandes tienen más votos en el Colegio Electoral. En segundo lugar, los estados se vuelven más influyentes según cuán competitivos son. Estados como Massachusetts y Vermont votan de forma fiable al candidato demócrata, mientras que otros, como Wyoming y Alabama, al republicano. Sin embargo, los estados que fluctúan entre un partido y otro son los que en última instancia deciden quién gana la elección. En el ciclo electoral de 2020, Pennsylvania, Florida, Michigan y Ohio se perfilan como los premios mayores”, dijo a Infobae Damon Cann, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Estatal de Utah.
Por lo que marcan los antecedentes electorales y las últimas encuestas, Trump es claro favorito en 23 estados, que suman 187 electores. De Biden se espera que gane con cierta comodidad en 20 y en Washington DC, sumando 232. Quedan siete, en los que hay mayor paridad que en los demás, que suman 119 votos en el Colegio. Son los que van a definir al próximo presidente.
En 2016, Trump ganó en los siete estados decisivos. Como suma 45 «electores seguros” menos que Biden, necesita ganar al menos 81 de los 119 en disputa para llegar a 270 y ser reelecto. Hasta ahora, los números no lo favorecen.
Dos estados púrpuras ¿y dos que se tiñen?
Es posible clasificar a los siete estados más disputados en tres grupos. El primero está conformado por dos estados púrpuras: no tienen una identidad definida y demócratas y republicanos se reparten los triunfos allí. Uno es Florida, el tercer estado del país en número de electores (29). Desde 1972, con la única excepción de las elecciones de 1992, el candidato que gana allí termina siendo elegido presidente. El otro es Ohio, que cuenta con 18 votos electorales y que no registra excepciones en los últimos 50 años: el más votado allí obtiene siempre mayoría en el Colegio Electoral.
A diferencia de lo que ocurre en las encuestas nacionales, en Florida el liderazgo de Biden se achica mes a mes. Llegó a ser de más de seis puntos a mediados de julio, pero ahora es de apenas uno: 47,8% a 46,7 por ciento. Trump tiene razones para ser optimista: a esta altura de la elección pasada, Clinton lo superaba por dos puntos, pero creció mucho el último mes de campaña y terminó pasándola por algunas centésimas en los sondeos. El resultado final fue un triunfo por 49% a 47,8 por ciento.
Ohio es tan púrpura que va cambiando de líder con el correr de las semanas. Biden estaba al frente en julio; Trump lo superó a principios de agosto, pero volvió a pasarlo en la segunda mitad del mes; el Presidente pasó a la delantera en septiembre; y el ex vicepresidente volvió al frente en la última medición, en la que gana por 48,1% a 46,8%, según el promedio de encuestas de FiveThirtyEight.
Por estos vaivenes, es muy difícil determinar quién es favorito. Sin embargo, los antecedentes favorecen al republicano. Tras estar dos puntos abajo a mediados de octubre de 2016, en noviembre se puso dos puntos arriba en las encuestas y finalmente ganó por ocho puntos: 51,7% a 43,6 por ciento.
El segundo grupo de estados está integrado por dos que son históricamente rojos, pero que podrían cambiar de color este año. Uno es Carolina del Norte, que pone en juego 15 electores. Los republicanos ganaron ahí todas las presidenciales desde 1980, salvo las de 2008, en las que ganó Barack Obama. El otro es Arizona (11 electores), siempre rojo desde 1972, con la única excepción de la victoria de Bill Clinton en 1996.
En Carolina del Norte, Biden llegó a tener una ventaja de casi cinco puntos a comienzos de agosto, pero ahora hay un empate técnico: el demócrata está arriba por 47,1% a 46,6 por ciento. También había empate entre Trump y Hillary Clinton a esta altura de los comicios pasados y Carolina del Norte fue uno de los pocos en los que los sondeos fallaron, ya que el promedio del 1 de noviembre le daba una ventaja de 46,4% a 45,7% a la ex secretaria de Estado, pero el resultado fue un triunfo de Trump por 49,8% a 46,2 por ciento.
El promedio de RealClearPolitics acertó la cantidad de votos de Clinton –la diferencia fue de apenas 0,9%–, pero subestimó por cuatro puntos la proporción de Trump. La misma tendencia se vio en otros estados y es el bálsamo de los seguidores del presidente para no desanimarse con las encuestas.
Trump está un poco más incómodo en Arizona, porque desde junio estuvo siempre dos puntos o más por debajo de su rival, que en la última medición lidera por 48% a 45,2 por ciento. El principal problema para él es que en 2016 se mantuvo al frente de los sondeos de opinión desde septiembre hasta el día de los comicios, en los que ganó por 48,7% a 45,1 por ciento. Así que la baja que se ve ahora podría mostrar un verdadero deterioro en el estado.
“Soy bastante escéptico con la mayoría de las encuestas. No todos los encuestadores son tan buenos y los que informan sobre los resultados a menudo no proporcionan información crítica sobre ellas, como el margen de error. Las restricciones y limitaciones relacionadas con la pandemia, tanto en términos de la campaña como del trabajo de las consultoras, sólo empeoran las cosas. De todos modos, tampoco ignoro por completo a las encuestas. En general, parece que la carrera está muy peleada y varios estados están muy cerca. Eso significa que ambas campañas aún tienen que hacer todo lo posible para ser competitivas en ellos. Una cosa más a destacar es que el gran aumento de la votación por correo podría significar que no sabremos en la noche de las elecciones quién ganó. Tal vez haya que esperar varios días o semanas para que se declare un ganador”, dijo a Infobae Timothy M. Hagle, profesor de política estadounidense de la Universidad de Iowa.
Los tres estados del muro azul
El tercer grupo de estados es probablemente el más importante. Fue el que le permitió a Trump la sorpresiva victoria de 2016 y es el que más argumentos le da a Biden para pensar que esta vez le puede tocar a él. Está compuesto por tres estados que desde 1990 habían sido demócratas, al punto de que fueron considerados parte de un “muro azul”, pero el actual presidente se los quedó por un margen inferior a un punto porcentual. Son Pennsylvania (20 electores), Michigan (16) y Wisconsin (10).
“Hay algunos estados que se consideran normalmente estados pendulares, y por eso se los sigue más de cerca que a otros –continuó Hagle–. Algunos tienen más votos electorales, como Florida y Ohio. Pero en esta elección se prestará más atención a los estados que normalmente pensaríamos como azules, pero que fueron ganados por Trump en 2016. El margen de votos en ellos fue bastante pequeño, por lo que habría una buena posibilidad de que Biden los gane si presta más atención allí. Ciertamente está haciendo hincapié en sus raíces en Pennsylvania y ha visitado Wisconsin, algo que Clinton no hizo en 2016”.
En Pennsylvania, Biden está al frente en las encuestas desde junio, por una diferencia que osciló entre siete y cinco puntos. Los últimos números lo muestran arriba por 49,6% a 43,9 por ciento. No obstante, el Partido Demócrata sabe que es una diferencia que puede no significar nada: Clinton llegó a noviembre con una ventaja de 47,2% a 41,2 por ciento, pero el resultado fue 48,2% a 47,5% para Trump.
Acá se ve, exagerado, el mismo fenómeno que se veía en Carolina del Norte. Las consultoras acertaron la intención de voto de Clinton, pero subestimaron por ocho puntos la del candidato republicano. La gran incógnita es si, por alguna razón, otra vez los sondeos están dándole a Trump menos votos de los que realmente tiene.
“El estado que más probablemente sea un punto de inflexión es Pennsylvania, donde vivo”, afirmó Jack Nagel, profesor emérito de ciencia política de la Universidad de Pennsylvania, en diálogo con Infobae. “El punto de inflexión, o pivote, se encuentra alineando todos los estados desde el más demócrata al más republicano. Se suman los votos electorales, empezando por cada extremo del espectro, y luego se encuentra qué estado pone a uno u otro candidato por encima de los 270 votos electorales, el número necesario para ganar. Pennsylvania es actualmente ese estado. La ventaja de Biden aquí es de 5,6% basado en el promedio ponderado de FiveThirtyEight, pero es de alrededor de 9% en las más recientes encuestas de calidad”.
En una posición muy similar se encuentra Michigan, donde Biden lidera por 49,2% a 44 por ciento. En la elección pasada, Clinton se imponía en los números de noviembre por 47,3% a 40,7%, pero perdió en las urnas por 47,5% a 47,3 por ciento. Ella sacó exactamente lo mismo que el promedio de RealClearPolitics, pero él obtuvo siete puntos más.
Lo que se ve en Wisconsin parece casi calcado, con el candidato demócrata arriba por 49,8% a 44,3 por ciento. En 2016, las encuestas posicionaban primera a Clinton por 47% a 41,3%, pero Trump ganó por 47,2% a 46,5 por ciento.
En cualquier caso, Biden tiene un motivo muy importante para sentirse confiado, porque puede ganar incluso aunque vuelva a pasar lo mismo y Trump termine con más puntos de los que marcan las encuestas: en Pennsylvania, Michigan y Wisconsin el ex vicepresidente registra hoy una intención de voto superior al porcentaje que sacó Trump en 2016. Eso no ocurría en ninguno de los cuatro estados anteriores.
“Hay un par de razones para pensar que esta elección puede ser diferente. Primero, si los encuestadores aprendieran de los errores que cometieron en 2016, esto los ayudaría a hacer un mejor trabajo de predicción del resultado. Segundo, los demócratas parecen estar tratando de no cometer las mismas equivocaciones. Por ejemplo, Clinton casi ignoró a Michigan y dio por sentado que sería parte de un muro azul. Esta vez la campaña de Biden ha estado presente y está prestando atención a los votantes de Michigan”, explicó David Dulio, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Oakland, consultado por Infobae.
Hay otros dos motivos para pensar que tal vez no se repitan los problemas de medición. Uno es que en 2016 había un tercer candidato muy notorio: Gary Johnson, del Partido Libertario, que se creía que podía hacer un mejor papel del que terminó haciendo. Es posible que algunas personas que decían que iban a votar por él acabaran optando por Trump.
Otra razón es que algunos de los individuos encuestados pudieran tener cierto pudor de admitir que iban a apoyar a un candidato tan incorrecto políticamente como Trump. Es más difícil imaginar el mismo factor ahora, que es presidente. De hecho, tiene mayor intención de voto ahora en estos estados de la que tenía en 2016.
“Es posible que el antiguo muro azul vuelva a ser republicano si hay un voto a Trump oculto, que los encuestadores no detectan, o si hay un cambio de opinión tardío –dijo Nagel–. Sin embargo, estos factores probablemente no sean lo suficientemente fuertes como para revertir los márgenes actuales en Wisconsin, Michigan y Pennsylvania. La sorpresiva victoria de Trump en 2016 se debió a sus abrumadores márgenes en las áreas rurales y en las pequeñas ciudades. Condados de Pennsylvania que normalmente estarían alrededor del 65% para los republicanos, pasaron al 75% o incluso al 80 por ciento. Las encuestas indican que Biden está reduciendo significativamente la ventaja de Trump en estas áreas, volviendo a derrotas más normales, que deberían ser compensadas por grandes victorias demócratas en las áreas metropolitanas. Biden tiene más atractivo que Clinton porque sus raíces están en la ciudad de Scranton, porque es hombre y por su imagen de ‘Joe el normal’”.
A 30 días de las elecciones, el análisis de los siete estado clave es muy promisorio para los demócratas. Si no hay sorpresas en los “seguros”, Biden solo necesitaría ganar Pennsylvania, Michigan y Wisconsin para ser presidente, y los sondeos son realmente favorables para él en los tres.
Además de ganar Florida, Ohio, Carolina del Norte y Arizona, que no será nada fácil, Trump necesita tomar alguno de los tres estados del muro azul para ser reelecto. Por eso está inquieto e insiste tanto en las supuestas fallas del voto por correo. Sin embargo, si de algo sirvió la experiencia de 2016, es para saber que no se puede soslayar la llegada de Trump a una parte importante del electorado estadounidense. El partido aún se está jugando y falta mucho para el final.
“Trump tuvo éxito en varios de estos estados en 2016 apelando a los votantes de la clase trabajadora. Por otro lado, fue baja la participación en los principales distritos demócratas. Pero las encuestas muestran que en este momento lidera Biden, así que puede ser que haya un entusiasmo revitalizado en esos distritos, después de haber visto a su partido perder. La clave es qué candidato hace un mejor trabajo para motivar a sus partidarios a ir a sufragar. Los números de Trump en estos estados sugieren que sus partidarios pueden quedarse en casa en 2020 o incluso cruzar la calle para votar por Biden. Pero si Trump puede reavivar el entusiasmo en su base, lo que lo llevó a la victoria hace cuatro años, podría ser competitivo”, advirtió Cann.